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Una de las frases que más me ha impactado leer en mi trayectoria como investigadora fue la escrita por un hombre corriente, un obrero de profesión, que estaba encerrado en un campo de internamiento francés, concretamente en Argelès-sur-Mer en el año 1940. Desde allí, pedía auxilio a Luis I. Rodríguez, embajador de México en París entre 1939 y 1942. En una súplica, escrita el 29 de agosto de 1940, marcada por la tragedia personal y la desesperación, Fabián Moro Esteben sentenciaba: “Soy un átomo de escasa percepción” (Petición de Fabián Moro Esteben, Misión de Luis I. Rodríguez en Francia, 2000, doc. 144, p. 126)

Los átomos conforman nuestra vida, estamos compuestos y rodeados por ellos, pero en pocas ocasiones reparamos en su existencia. Quizá por ello, esta sea una frase recurrente en mi cabeza, siempre presente cuando escribo sobre el exilio español y que de vez en cuando me obsesiona, como si se tratara de una sentencia moral. Hace poco, mientras leía la última novela gráfica de Paco Roca: Regreso al Edén (2020), la sentencia de Fabián volvió a rondarme con pertinaz insistencia. En las primeras páginas de la novela, el autor reflexiona sobre esos “átomos de escasa percepción” y sobre cómo necesitamos juntarlos, recordarlos y conocerlos para que nuestro pasado, presente y futuro tomen forman, porque según él: “Solo así esos pequeños y breves flashazos aislados se convierten en un haz de luz” (Paco Roca, 2020).

Demasiados átomos invisibles, e invisibilizados, en nuestro mundo. Demasiada oscuridad en un mundo en el que los “flashazos” apuntan siempre a otra dirección. Nos cuesta asumir, en este mundo globalizado y cruel en el que vivimos, lo diferente, lo hiriente, lo inmoral, lo feo… Por ello, convivimos con cifras de desplazados y de solicitantes de asilo totalmente bochornosas mientras miramos hacía otro lado y solo nos acordamos de ello cuando esos migrantes sin rumbo llegan hasta nuestras costas en busca de una vida mejor. Según los últimos informes de ACNUR, en 2020 hubo 82,4 millones de personas desplazadas a la fuerza en el mundo, de las cuales 26’4 millones son refugiados y refugiadas, 4,1 de estos solicitantes de asilo. Ellos, igual que nosotros, son personas que intentan sobrevivir, están compuestos por átomos, y merecen toda nuestra atención; aunque se sientan invisibles, como Fabián. Quizás para empatizar con esta realidad que nos rodea, nos ayude recordar que nosotros también fuimos refugiados, que no hace tanto, miles de españoles y españolas tuvieron que abandonar España huyendo de una cruenta guerra y de las brutales represalias que el bando vencedor impuso a los vencidos. También huían del hambre, de la miseria y la desesperación. Ni todos eran políticos o defensores de sus ideales, ni todos habían luchado en la contienda. Pero cuando temes por tu vida y la de tu familia, huir es el único recurso que te parece viable. Nadie está libre del éxodo, de la misma forma que nadie está libre de la enfermedad, y eso deberíamos recordarlo cada día, hoy más si cabe.

Paso por Cerbère, Francia, 1939 (Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares)

 

Y para recordarles, quiero hablarles de algunos toledanos que vivieron en primera persona el éxodo republicano español de 1939. Toledanos naturales de la capital, pero también de otros lugares como Madridejos, Villafranca de los Caballeros, Fuensalida, Lominchar, Noves, Urda, Layos, Bargas, Calzada de Oropesa, Sonseca… Todos ellos varones, aunque muchos estaban acompañados de su mujer y sus hijos, exiliados como ellos, y aglutinaban en sus súplicas las voces de toda la unidad familiar. Sus oficios eran de los más diversos: agricultores, camareros, ingenieros, mecánicos, obreros, horticultores, veterinarios, conductores de tranvía. Independientemente de sus nombres y sus trayectorias vitales, todos coinciden en algo, sus existencias individuales confluyeron en un momento común, aunque sería imposible saber sí ellos sabían de la existencia los unos de los otros. Andrés Aguado, Miguel Álvarez, Tiburcio Díaz, Manuel Díaz, Antonio Esteban, Amalio Cabo, Patrocinio García, Luis García… todos cruzaron la frontera con Francia por los Pirineos entre la última semana de enero y la primera semana de febrero de 1939, en uno de los inviernos más fríos que recuerda la Historia de España. Ellos, al igual que el medio millón de españoles que se agolparon en poco más de una semana en los puestos fronterizos de Le Perthús, La Junquera, Cerbère o Portbou, tuvieron que ver cómo el país galo al principio cerraba sus fronteras ante la magnitud de soldados y civiles que les solicitaba auxilio tras la caída final de Cataluña. Se vieron abandonados en una frontera hostil, a la espera de que otros decidieran por su destino.

Cuando la frontera abrió, la mayoría de estos toledanos fueron recluidos en campos de internamiento improvisados o reutilizados de la I Guerra Mundial. Campos que, en muchas ocasiones, tan sólo fueron unas alambradas que ponían vallas a las costas de las playas del sur de Francia. Su nuevo domicilio, si se puede llamar así, quedó establecido entre la inmensidad del mar y la finitud de unos alambres que ponían límites a sus esperanzas. Andrés Aguado estuvo en Barcarès, Manuel Díaz en Septfonds, Amalio Cabo en Saint-Cyprien y Barcarès, Patrocinio García en Saint-Cyprien, Felipe Jiménez en Prats de Molló, Bram y Argelès-sur-mer, desde donde Fabián había escrito la carta que es imposible de borrar en mi memoria. En estos campos miles de españoles (y españolas, porque también hubo mujeres) vivieron en unas condiciones insalubres mientras se aferraban a la escritura y la lectura, como si estas fueran un bote en medio de un naufragio: clases para analfabetos, conferencias, obras de teatro, canciones, edición de boletines manuscritos, etc., fueron algunas de las actividades culturales que más se prodigaron en los arenales.

 

Josep Bartoli, Hombres alambradas (Josep Bartoli, La retirada. Éxodo y exilio de los republicanos españoles, Madrid, 2020)

 

Pero la vida compartida entre estos toledanos no se quedó ahí. Entre las distintas salidas que el gobierno francés dio a los españoles para dejar los campos de internamiento había cinco: conseguir un contrato laboral fuera del campo, alistarse en la Legión extranjera para combatir en la II Guerra Mundial, alistarse en una Compañía de Trabajadores, ser repatriados a una España a la que no querían volver y conseguir un pasaje hacía un tercer país que les brindara su asilo. Esta última opción, como pueden imaginar, fue la más solicitada por los exiliados españoles que vivieron el infierno de los campos de internamiento franceses, pero también la más difícil de conseguir. Para ello, tenían que lograr ser seleccionados por alguno de los organismos de ayuda encargados de estos viajes y traslados. Sería muy complicado explicar en tan sólo unas líneas como se configuró el sistema asistencial del exilio español, pero para seguir la trayectoria de nuestros toledanos, solo nos basta señalar aquí dos nombres propios, el de un país: México, y el de una institución de ayuda: el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), dependiente de la derrotada República Española y con una delegación en México, el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles (CTARE), encargada de socorrer y atender a los españoles que llegaron a las costas mexicanas en los conocidos como “los barcos de la libertad”: el Sinaia, el Ipanema y el Mexique. En estos tres barcos llegaron nuestros toledanos a México y una vez allí, necesitaron del CTARE para comenzar sus nuevas vidas. Gracias a ello, a esta historia de la necesidad, hoy podemos conocerlos mejor, podemos saber qué necesitaron a su llegada a México y podemos indagar un poco en sus vidas olvidadas para devolverles algo de luz.

Al llegar, muchos de estos toledanos redactaron una carta de súplica al Comité para demandar aquello que consideraban más perentorio y que casi siempre estaba relacionado con la asistencia sanitaria, con préstamos económicos, con la petición de ropas y mobiliario o con la petición de ayuda para buscar un empleo o encontrar a familiares a los que habían perdido la pista. Al CTARE llegaron miles de peticiones diarias que contenían los anhelos y las esperanzas de estos refugiados que querían comenzar una nueva vida. Estas cartas de súplica conformaron expedientes personales en los que figuraban los datos personales de estos exiliados, como si fueran pequeños trozos de su nueva vida e hilos que les conectaban con su pasado republicano.

Me gustaría que nos detuviéramos un momento en dos de los expedientes de nuestros toledanos, concretamente en el de Ignacio Muñoz García Nuero, soltero de 28 años de edad y natural de Noves, y en el de Luis García-Galiano, de 45 años de edad, casado y con tres hijos, aunque había llegado a México solo, y natural de Sonseca.

Carta de Súplica de Ignacio Muñoz (Petición de Ignacio Muñoz, Archivo del CTARE, Sección Estadística, Expediente 2784, Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares)

 

El primero, Ignacio, había llegado a México a bordo del Sinaia, el 13 de junio de 1939. Era agricultor y una vez establecido en el país de Lázaro Cárdenas había conseguido trabajo en la fábrica El Volcán y en el Rancho Los Cedros. Desde Atlixco redactó una súplica al CTARE en la que, después de narrar brevemente su trayectoria personal, solicitaba ayuda para encontrar a su hermano: Florentino Muñoz García Nuero, de 36 años de edad y natural también de Novés (Toledo). En una petición escrita con un trazo inseguro y plagada de repeticiones y errores sintácticos y ortográficos (corregidos para su reproducción), fruto seguramente de la alfabetización incompleta de Ignacio, este suplicaba:

“Solo cuatro letras para manifestarle lo siguiente. Yo soy un refugiado español que vine en la primera expedición en el Sinaia. Resulta que vino un hermano conmigo y en Veracruz nos separamos pues él salió para el Estado de México, de los primeros que salieron, y yo para el de Puebla. Hicimos la reclamación de que queríamos ir juntos. pero no nos lo concedieron y por obedecer lo que nos mandaban nos separamos y no sabemos ahora donde paramos uno y otro. Hace dos meses que no sé nada de él y ya que no estamos juntos, les ruego por favor, si saben el paradero de él que me lo comuniquen, pues por lo menos quiero tener noticias de él y más en la situación que me encuentro que en estos momentos salgo de hacerme una operación…” (Petición de Ignacio Muñoz, Archivo del CTARE, Sección Estadística, Expediente 2784, Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares).

Carta de Súplica de Ignacio Muñoz (Petición de Ignacio Muñoz, Archivo del CTARE, Sección Estadística, Expediente 2784, Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares)

 

Más compleja y ambiciosa era la petición firmada por Luis García-Galiano y Rodríguez y Santiago Muñoz Martínez, en la que solicitaban un préstamo al Comité para iniciar en México un negocio que tuviera como punto de partida uno de los productos típicos de Toledo: el mazapán. Así, el 20 de octubre de 1939, y con algo de premura por la cercanía de las fechas navideñas donde los solicitantes afirmaban que “la venta está ya asegurada”, estos dos refugiados solicitaban una importante cantidad de dinero para montar una industria basada en el dulce toledano. En su solicitud señalaban:

“Queremos asimismo advertir que por ser este artículo, completamente desconocido en México (se conoce en pequeña escala por lo que importaba España) y por las gestiones realizadas a nosotros a tal efecto, cerca de los comerciantes dedicados a él, toda su producción está previamente vendida y asegurada, por tanto, el éxito del negocio a que nos referimos” (Solicitud e Luis García Galiano Rodríguez y Santiago Muñoz Martínez, Archivo del CTARE, Sección Estadística, Expediente 1153, Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares).

Todo parece indicar que el CTARE no avaló la solicitud, seguramente no por la desconfianza en el éxito o no de la empresa, sino porque el Comité rehusaba realizar préstamos directos de dinero cuya finalidad era la creación de una empresa, y solían recomendar buscar trabajo en las diferentes empresas que dependían de forma directa del mismo como La Vulcano, la Hacienda Santa Clara o el colegio Luis Vives, por citar tan sólo algunas. Sin embargo, el empeño de Luis García-Galiano hizo que su sueño de comerciar en México con mazapán llegara a buen puerto, según recogió Enrique Sánchez Lubián en un artículo publicado en ABC y firmado en 2013, en cuyo titular destacaba: Mazapán, legado del Toledo republicano en México. Esta historia, más allá de la gracia anecdótica que le podamos encontrar, creo que demuestra una evidencia que a veces pasamos por alto y que conviene recordar, y no es otra que la riqueza que los intercambios culturales y sociales suelen proporcionarnos. Que el mazapán siga siendo uno de los dulces demandados en México en Navidad nos muestran esos puentes que el país de Lázaro Cárdenas brindó a miles de exiliados españoles y cómo muchos de estos exiliados crecieron en la adversidad, fueron adoptados por un país que les acogía y del que muchos ya no quisieron salir para volver a España, aunque un trozo de España, como este mazapán, fuera siempre con ellos.

Juan Jesús González, Huyendo del Fascismo (Juan Jesús González Ruiz, Huyendo del fascismo, Madrid: Akal, 2009)

 

No podría hablar de estas historias si no fuera porque estos refugiados necesitaron ayuda y porque intentaron conseguirla mediante una carta de petición. Ni mucho menos si no hubiera existido un organismo asistencial encargado de socorrerles y de “archivar” sus necesidades. Pero el archivo del CTARE es mucho más. En un discurso pronunciado por José Puche, el director del CTARE, en la conferencia Panamericana de Ayuda a los Refugiados Españoles (15 de febrero de 1940) y publicado en el Boletín al Servicio de la Emigración Española (n.º 26, 22 de febrero de 1940, p. 7) advertía que una de las funciones principales del mismo fue: “…tener archivados todos los antecedentes de nuestros compatriotas, los cuales están a disposición de las autoridades mexicanas y de nosotros mismos”. En la actualidad, archivos como el del CTARE, nos abren luminosas ventanas que nos sirven para conocer mejor la vida de estos exiliados. Una labor que es, además, facilitada por las instituciones en las que se conservan los mismos (o copias de ellos). El del CTARE, en concreto, puede consultarse en copia digital en la Fundación Pablo Iglesias, en los Archivos del Movimiento Obrero de Alcalá de Henares. La copia original se encuentra depositada en la Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia en México D.F. (BINAH).

Cartas, papeles, expedientes viejos… que esconden miles de vidas y que nos recuerdan que nadie está libre del éxodo, que todos somos “átomos de escasa percepción” con un futuro incierto y con un pasado que nos ancla a nuestra identidad.

(*) Para para profundizar en el exilio de la “gente común” recomiendo la lectura de los trabajos de Alicia Alted, Geneviève Dreyfus-Armand y Dolores Pla, entre muchos otros; para conocer mejor el funcionamiento de las instituciones de ayuda del exilio español, de Abdón Mateos y Aurelio Velázquez; y si lo que se quiere es profundizar en las miles de cartas de súplica de nuestro éxodo más reciente, pueden servirles los trabajos firmados por quien suscribe estas líneas.

(**) Foto de portada: David Utrilla

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Guadalupe Adámez es profesora en la Universidad de Alcalá de Henares, autora de numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales, además de libros propios y en colaboración con otros autores a lo largo de su carrera académica (a la que aún le quedan décadas de fatigas y buenos resultados). Su currículum creciente de forma constante podéis conocerlo aquí, por si os interesa seguir leyenda y conociendo sus investigaciones. Pero además de todo eso es una queridísima amiga a la que conocí cuando los dos empezábamos con la tesis, hace más de una década, en el que fue mi primer congreso, y con quien pude compartir parte de la estancia de investigación de 2012 en viviendo en Florencia. Y no os podéis imaginar la ilusión que me hace que escriba sobre Toledo y algo tan toledano como el mazapán. 

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