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                  Quienes habéis hecho alguna visita guiada conmigo en estos últimos meses quizá recordéis un libro que me he cansado de recomendar y que hoy quiero reseñar brevemente, porque me parece un manual perfecto para intentar responder a todo este salto al siglo XIX que parece que hemos dado tras dejar atrás el siglo XX. En lo que llevamos de siglo XXI no conseguimos dejar atrás los debates identitarios que parecían superados, y que esta semana se han vuelto a avivar con la sentencia del TJUE sobre Oriol Junqueras.

 

Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos (José Álvarez Junco)

 

                  Dioses Útiles es la última monografía publicada por José Álvarez Junco, historiador catalán formado en Madrid y discípulo de José Antonio Maravall. Álvarez Junco ha centrado toda su carrera en la historia de las ideas políticas, lo que le valió el Premio Nacional de Historia por su obra Mater Dolorosa, donde reflexionaba sobre la idea de España. Ese «ser de España», tan debatido y debatible durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Y a partir de aquí sobraría la reseña que voy a dejar escrita tan sólo leyendo una entrevista explicando el motivo central de su libro: «España es un invento. Y Cataluña también«. Valdría también con una afirmación así para que muchos lectores de este blog desaparezcan o dejen comentarios negando por completo esa máxima, pero os pediría, primero, que entendáis que lo que estoy escribiendo es una reseña de su obra y no mi opinión personal. Y, en segundo lugar, que para discutir a Álvarez Junco hay que haber estudiado el fenómeno de los nacionalismos durante el tiempo suficiente como él y pocos más lo han hecho, y no vale con liarse la manta a la cabeza, ofenderse sin más y negar ese planteamiento por el hecho de que no guste leerlo. Por eso os animo a que, sin pasiones, leáis la reseña y, sobre todo, el libro.

                  Es en la primera parte del libro donde Álvarez Junco establece el motivo fundamental por el que se decidió a escribir la obra: «Ya que los historiadores y los científicos sociales no tenemos fuerza suficiente como para desactivar el potencial destructivo del nacionalismo, nuestro deber es, al menos, desacralizar a la nación, obligándola a descender del cielo de los mitos y sumergiéndola en la temporalidad. Eso es lo que pretendo» (pág. 14). Todos los procesos de construcción nacional e identitaria se han basado, sin excepciones, más en mitos que en historia científica. Todo el libro gira de forma insistente en explicar cómo ningún nacionalismo es excepcional, tampoco el español o el catalán, aunque todos hayan hecho de una supuesta excepcionalidad la clave de su triunfo. Convencer de la excepcionalidad y de la diferencia ha sido la clave para que hoy millones de personas asuman un mito como si fuera una verdad histórica, creyendo que su pueblo es radicalmente diferente al pueblo vecino. A lo largo de toda la obra, con distintos ejemplos históricos, Álvarez Junco insiste en ese factor: «la asunción colectiva de una serie de errores sobre el pasado es una de las más sólidas bases para la construcción nacional» (pág. 89). O, dicho de otro modo, proyectar hacia el pasado una enorme mentira y defender e intentar convencer a muchos de que esa mentira, ese mito, es una verdad tan sólida que permite construir un estado sobre ella, fallido como el caso catalán o exitoso en el caso español. Y eso sucedió única y exclusivamente en el siglo XIX, nunca antes.

 

Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos (José Álvarez Junco)

Catalonia Calling

 

                  Conocido lo anterior, sólo queda trasladar a ese pasado idílico y mitificado (falso, distorsionado) el sentimiento de un pueblo y su lucha por ser libre de algo que hay que inventarse: un enemigo. Todas las naciones europeas, explica el libro, han seguido de una forma u otra este camino. Y para entender esto hay que entender dos términos fundamentales que hoy suponen el centro del debate político: qué es un estado y qué es una nación. Porque no son lo mismo.

 

Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos (José Álvarez Junco)

Gruta y santuario de Covadonga (Fuente: Asociación Fotográfica de Toledo)

 

Estado, nación y nacionalismos. ¿Es España plurinacional?

                  En Dioses útiles se explica que bastaría comprobar que hay muchas más naciones que estados para cerrar ese debate. El autor define nación como el «conjunto de seres humanos entre los que domina la conciencia de poseer ciertos rasgos culturales comunes y que se halla asentado desde hace tiempo en un determinado territorio sobre el que cree poseer derechos y desea establecer una estructura política autónoma» (p. 46). Porque una cosa es eso y otra un estado, y la historia del siglo XIX es la de los estados-nación, entendidos como una «estructura política soberana con fronteras claramente definidas y que pretende coincidir con una nación o sociedad culturalmente integrada» (p. 47). Pero esa asimilación de una nación por cada estado no se sostiene atendiendo sólo a que el número de estados existentes en el mundo ronda los dos centenares, mientras que las lenguas reconocidas son aproximadamente 6.000. Conocido esto, entonces sí, naciones dentro de España podrían existir varias (gallega, vasca, catalana, española), como de hecho existen, aunque estados sólo hay uno (España).

                  Naciones, todas, con su doctrina o ideología, que es lo que conocemos con el término «nacionalismo», pues se traduce en el principio de las nacionalidades o en la autodeterminación de los pueblos, consistente en que la legitimidad política se asienta en la voluntad de las naciones. Es decir, que a cada pueblo o nación debería corresponder un estado. Es la legitimación del poder como expresión de la voluntad colectiva. Esa voluntad de convertir un sentimiento e identidad en un estado físico es la clave para entender la situación actual en Cataluña y los antecedentes históricos de la construcción de España como estado. Ahora bien, el problema reside en esa «voluntad colectiva» porque rara vez lo es y no responde a algo verdaderamente colectivo, sino a la voluntad e intereses de una parte de la población que consigue hacer de su voluntad la de una mayoría, pero ni siquiera de un pueblo entero.

                  Porque algo que el lector leerá en distintas partes del libro es que ningún nacionalismo se entiende sin atender al papel de las élites dirigentes. La aparición de los nacionalismos es un fenómeno elitista, creado y definido por ellos, para sus intereses, y el triunfo de estos proyectos ha sido incorporar -con mayor o menor suerte- al resto de la población, hacerles creer que sus demandas y su historia son compartidas. «Los nacionalismos son construcciones históricas de naturaleza contingente. Y son sistemas de creencias y de adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas élites locales» (p. 23) resume el autor. Y esas élites, desde Portugal a Rusia y por toda la América emancipada de Inglaterra y España, dieron forma a los sentimientos nacionales en el siglo XIX, nunca antes, precisamente cuando consiguieron -con suerte desigual- adecuar las fronteras políticas a las unidades étnico culturales; pero también a toda una reinterpretación de la cultura y de la historia en particular, en términos nacionales. Así nacieron las falsas ideas de España y de Cataluña y de sus historias que tienen los nacionalistas españoles y catalanes.

 

Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos (José Álvarez Junco)

José María Aznar para El País en Villafuerte de Esgueva, Valladolid (1987).

 

España y Cataluña: la invención de la tradición

                  La segunda parte del libro plantea diversos casos de estudio europeos y americanos además del caso turco e israelí. Todos, sin excepción, siguieron los parámetros de construcción identitaria planteados anteriormente: localización de unos antepasados históricos, desarrollo cultural y propagandístico para proyectar en ellos el nacimiento de la patria, construcción de un estado legitimado sobre la base de esa ficción nacionalista. Es esta segunda parte, quizá, la más comprensible y necesaria, pues desarrolla la creación de los nacionalismos español y catalán, presentando la secuencia de mitos en relación a los orígenes y de construcción identitaria de ambos a través de los siglos y en paralelo.

Francisco Torres Villegas, Cartografía hispano-científica, o sea, los mapas españoles en que se representa bajo sus diferentes fases (1852-1857).

 

                  La identidad española y la catalana (o la vasca o la gallega), como cualquier otra, es una construcción histórica producto de múltiples acontecimientos y factores, algunos estructurales pero en su mayoría contingentes. Sucedió lo que sucedió pero podría haber sucedido cualquier otra cosa. No hay designio providencial, no hay espíritu colectivo que haya guiado a ningún pueblo primitivo hacia un destino que haya cristalizado en el momento presente, ni hay adn o ser español o catalán que habite entre los nativos desde tiempos inmemoriales. «Y en ese sentido sí que es excepcional o anormal, pero como todos, porque todos los demás lo son también, todos únicos. Todos somos el producto de una combinación irrepetible de rasgos físicos y psicológicos, y a la vez estamos compuesto de la misma materia y somos explicables recurriendo a los mismos conceptos. En el caso de las naciones, el surgimiento y evolución de todas ellas se ancla en factores políticos, económicos o culturales que, en mayor o menor grado, se encuentran también en todas las demás (…) Todos somos iguales, entre otras cosas, porque todos nos creemos diferentes» (págs. 14-15).

                  La Edad Media de Europa es la historia de un territorio fragmentado territorialmente en el que se enclava eso que muchos políticos conservadores –y no tanto– han dicho alguna vez: que España es la nación más antigua de Europa. Un disparate, explica Álvarez Junco con ejemplos, cuando ya en los siglos X y XI había reyes que se intitulaban de Francia o de Inglaterra como la dinastía Carolingia o Capeta, mientras que la península ibérica se hallaba dividida en muchas entidades políticas (Aragón, Castilla, Portugal, al-Ándalus, etc.) y ninguna de ellas con aspiraciones de ser conocida como «España» en un sentido cercano al actual término. La excepción sería, quizá, el califato cordobés de Abderramán III, que llegó a unificar por primera vez bajo un mismo mando y una única religión gran parte de la península… pero no es probable que sea este en el que piensen quienes defienden tan osada afirmación histórica de que España es la nación más antigua de Europa.

                  Álvarez Junco se anticipa a quienes defienden la existencia inmemorial de la nación española explicando que no es lo mismo una identidad colectiva que una identidad nacional. España puede tener unas raíces históricas como identidad colectiva, como nombre que designa a un territorio y a una comunidad humana, aunque nunca entendido como una comunidad que aspira a ser políticamente soberana. En este último sentido, España es tan nueva como sus compañeras europeas. Porque España, Hispania, sucesor del vocablo Iberia, fue acuñado por los romanos y sobrevivió durante el Medievo traducido al latín y romance como al árabe. Un territorio en el que la actual frontera con Portugal no existía y que hacía referencia a toda la península, aunque el nombre se mantuvo cuando hace cinco siglos todos los territorios salvo Portugal se recayeron en un mismo gobernante, Carlos V . Así, Portugal, tan hispano como el resto de reinos, comenzó a renunciar al término «hispano» para dar forma a su propia identidad nacional. Y España, incluyendo Aragón y Cataluña, comenzó a ser -aún sin serlo- lo que todos conocemos hoy.

                  Nada diferencia a Cataluña de ningún otro territorio europeo en la formación de su identidad nacional y en el desarrollo del nacionalismo independentista, que quiere retrotraer el nacimiento de Cataluña a unos antecedentes históricos que los más nacionalistas insisten en encontrar hace mil años. Otro disparate, según Álvarez Junco, como el que defienden los nacionalistas españoles. Su evolución histórica es idéntica en todo a la del resto de España, desde las primeras fundaciones griegas y fenicias, pasando por episodios germánicos y andalusíes, o el desarrollo de la sociedad medieval hasta derivar en las reformas borbónicas. Su Edad Media discurrió por la misma senda que el resto de reinos cristianos peninsulares.

Dioses Útiles. Naciones y nacionalismos (José Álvarez Junco)

Monasterio de San Juan de los Reyes en Toledo, promovido por Isabel y Fernando para conmemorar la Batalla de Toro.

 

                  A finales de la Edad Media su monarca, Ferrán d’Aragó (Fernando de Aragón) contrajo matrimonio con Isabel de Castilla y esto dio un giro a la política peninsular, no sólo aragonesa o catalana. Una unión dinástica -y no un sometimiento de Aragón a Castilla-, en la que cada reino mantenía sus instituciones propias y ambos cónyuges pactaron condiciones igualitarias en el ejercicio del poder. Pero el momento histórico no era favorable a los aragoneses, ni menos aún a los catalanes. Castilla contaba con una población mucho mayor, una economía pujante y un ejército poderoso, frente a una Cataluña devastada por la crisis de décadas anteriores. Castilla, efectivamente, se convirtió en el centro del poder peninsular, con todo lo que ello implicó: Fernando pasó largas temporadas aquí, fuera de sus territorios, donde pudo comprobar también de primera mano cómo las cargas impositivas recaían mayoritariamente en Castilla en este nuevo proyecto de unión dinástica. Castilla pagó porcentualmente más tasas e impuestos, siempre.

                  El autor dedica un espacio fundamental a explicar y desmentir dos mitos, dos fechas, que en el imaginario nacionalista catalán son fundamentales: la falsa idea de que en 1640 la nación catalana se sometió y fue conquistada por España, y la distorsionada resistencia de 1714 que derivó en las ofrendas y fiestas de la Diada cada 11 de septiembre. A ninguna de las dos fechas le siguió un periodo de crisis económica ni política, sino todo lo contrario. La industria catalana despegó a comienzos del XIX, Barcelona se convirtió en la ciudad más moderna y mejor urbanizada de España, pero también en la más diversa: casi el 40% de la población que se asentó allí procedía del resto de España, sin origen catalán alguno. «En parte quizá como reacción frente a la inmigración castellanoparlante, surgió el nacionalismo catalán en las dos décadas finales del siglo XIX» (p. 224). Poco sentido tiene seguir defendiendo aquello del Espanya ens robaque algunos políticos independentistas han decidido aparcar-, asiente Álvarez Junco. Fueron élites que se movilizaron contra una falsa amenaza identitaria, contra una población migrante que llegó del resto de España, provocando una reacción que recuerda de forma inevitable a algunos discursos que hoy se extienden desde la derecha más radical sin dato ni fuente verdadera sobre los que sustentarlos. Álvarez Junco es radical en ese sentido, tras analizar la conflictividad europea derivada del nazismo y los planteamientos etnicistas: la etnia no puede ser, como algunos vienen demandando desde los años 30 y algunos pretenden hoy revitalizar, una entidad política moderna.

                  Pero el catalanismo cultural dio el salto al catalanismo político a finales del XIX y nacía la Lliga de Catalunya, en la que militaban ya los principales figuras del catalanismo futuro, convencidos de una superioridad histórica y un origen distinto. Más modernos e igualitarios, en definitiva. Y en la línea con otros países europeos, algunos postulados racistas se colaron en su discurso. Almirall defendía «la raza pirenaica», analítica y de espíritu distinto, frente a la «raza meridional» soñadora, absorbente y centralizadora, debido precisamente a la presencia del islam durante siglos en nuestras tierras. Pompeu Gerner consideraba germánicos y arios a los catalanes, frente al elemento semítico que teníamos las razas del sur del Ebro, aumentado ese desprecio por el propio Prat de la Riba que hablaba de raza bereber o africana en relación a los españoles, mientras que la catalana era moderna, mercantil e industrial dados sus orígenes pirenaicos. Cataluña era para estos nuevos forjadores de la identidad una nación absorbida por la fuerza en un estado artificial e inútil llamado España. Así nació por primera vez la idea de que la solución era la creación de un estado propio  (págs. 226-227)

 

Nación y nacionalismos en el siglo XXI.

                  Una idea se extrae de la lectura. Si los nacionalismos, si  las identidades nacionales, no son reales y son una construcción…. tampoco serán eternas. Al sumergirlas en la temporalidad, como plantea Álvarez Junco al comienzo del libro, las naciones adquieren un carácter más o menos efímero. La historia de los nacionalismos terminará reducida a un momento concreto de la historia de la humanidad, el que se extiende del siglo XIX al XXI. Sólo si Europa gira hacia una nueva identidad, pasarán rápido. En tanto que construcciones artificiales, terminarán tarde o temprano diluyéndose, aunque no se pueda aventurar cuándo ni con qué costes políticos.

 

Fuente: riskoo.it

                  Dioses útiles es, ante todo, un libro que recuerda los peligros del nacionalismo, de todos los nacionalismos. El hilo conductor lleva al lector siempre hacia una misma pregunta que termina haciéndose: ¿cómo de la innegable existencia de unos rasgos culturales bien diferenciados hemos llegado a deducir que a la mayoría humana portadora de tales rasgos le corresponde el dominio y control del territorio que habita? ¿Cómo en 2019 no nos damos cuenta de que esta evolución termina siempre marginando a las minorías, eliminando la heterogeneidad (cultural, étnica y de cualquier tipo) que se encuentre en esa zona que se quiere controlar? ¿Tan rápido hemos olvidado el desastre español y europeo de la primera mitad del siglo pasado?

                  Al final el libro gira, sobre todo, en torno a un dualidad: los mitos frente a la historia. Los mitos tienen que ser conocidos y estudiados, pero no son historia. Los mitos podían ser comprensibles cuando la historia consistía en crónicas regias y giraba en torno a guerras y disputas sucesorias, a grandes militares y reyes. Pero la cosa se complica hoy cuando de lo que tratamos es de identidades colectivas especialmente conflictivas, excluyentes, como vemos cada día en los telediarios. Los mitos más que la historia son los que han generado todas las identidades colectivas, ya sean la catalana, la castellana, la española, la francesa o la europea. Y son importantes, qué duda cabe, porque generan identidad y proporcionan autoestima, y al aceptar (tanto a nivel individual como colectivo) esos relatos sobre el pasado -cargados de ficción y de símbolos-, construimos todo un marco referencial al que llamamos «cultura». Y esto nos da seguridad  y estabilidad a todo el conjunto de la sociedad. Pero NO son historia, y no puede apelarse a diario a la historia para enarbolar banderas y esgrimir identidades que de ningún modo se sustentan en otra cosa que en mitos, en mentiras.

 

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