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Hace unas semanas publiqué para La Tribuna de Toledo un extracto de este artículo que hoy os dejo por aquí, desarrollado y con las imágenes que no tuvieron cabida en el anterior texto.

La invención de la tradición es un libro fundamental para entender cómo algunas tradiciones son mucho más recientes de lo que se piensa. Incluso inventadas. Carácter simbólico, participación colectiva y mediación de las elites serían la clave del triunfo de esas tradiciones inventadas que durante un tiempo cumplieron una función social y, perdida esa función social, desaparecieron. Afortunadamente, algunas nos han dejado un reguero de muestras artísticas para poder conocerlas aunque ya no formen parte de nuestras celebraciones ni de nuestra identidad colectiva. Eso es lo que sucedió con el ángel de Bisagra y su leyenda. Os cuento por qué.

 

 

Aunque la veneración hacia los ángeles existe desde los orígenes del cristianismo, el paso de lo religioso a lo cívico se dio en el siglo XV en Italia y Aragón con la creación de una fiesta dedicada al Ángel Custodio a la que hubo que hacer hueco en el calendario. Los responsables fueron los gobiernos municipales, que promovieron cultos e imágenes de ángeles por puertas y murallas de todo Aragón, no tanto como un elemento decorativo sino defensivo: de él dependería la victoria sobre ese enemigo invisible que era la peste.

 

Pere Joan, Ángel Custodio, siglo XV (Museo de Zaragoza)

 

En 1466 el Consejo de Ciento de Barcelona se reunía «por causa de las epidemias» y resolvía que se pusiera un ángel sobre la Puerta de los Huérfanos de la muralla. Pocos años después se encargó el que preside la Lonja de Mercaderes de Valencia. Estos ángeles se representaban siempre con una serie de atributos: la ciudad en una de sus manos o junto a sus pies (protección) y una espada en la mano derecha (defensa). Así aparece también el Regiment de la cosa pública, uno de los primeros libros impresos en valenciano que contiene las ordenanzas para el gobierno de la ciudad y de los jurados.

 

Regiment de la cosa pública

 

A comienzos del siglo XVI los ángeles custodios como el del Misal Rico de Cisneros, defendiendo una ciudad amurallada, eran ya comunes también en Castilla.  Toledo cuenta con varios ejemplos como este, desde cuadros en el interior de la Catedral junto a (tras) la Puerta de los Leones a lugares reservados para el ocio y el disfrute de las elites históricas como la antigua ermita y actual Cigarral del Ángel Custodio.

 

Cigarral del Ángel Custodio, Toledo.

 

Pocos ejemplos mejores para explicar cómo las tradiciones mutan en función de la realidad social y política como el Arco de Santa María en Burgos. Después de 1492 quedaba ya lejos la guerra peninsular contra el islam en la que se invocaba a Santiago «Matamoros» como defensor de los ejércitos y ciudades cristianos. El primer proyecto de diseño del arco de Burgos incluía una representación del apóstol coronando la puerta, pero fue sustituido por un ángel custodio. No eran ya los musulmanes, sino la peste y las consecuentes crisis económicas, lo que más temían en Burgos, por lo que junto al ángel dejaron escrito: «Te ha constituido guardián de esta ciudad el que todas las cosas gobierna [Dios]. Tutela tú al pueblo y regidores a ti encomendados».

 

Arco de Santa María, Burgos

 

El Toledo imperial que rivalizaba históricamente con Burgos también vivía ese fervor por el ángel custodio. Su representación en la la Puerta de Bisagra es el mejor ejemplo. Arte, propaganda, miedos y usos políticos de una devoción se unen en la gran puerta de la muralla norte de Toledo. La puerta de Bisagra es tan imponente como simbólica, un arco del triunfo clásico que vinculaba la ciudad con la tradición grecorromana, uniéndose en ella los elementos heráldicos locales con los imperiales. Bisagra y su entorno eran, como el Arco de Santa María de Burgos, donde también el concejo municipal y la oligarquía local se reivindicaban durante algunas celebraciones y entradas reales.

 

 

Dos torreones enormes sustentando una cornisa coronada por un frontón con el escudo imperial, toda entera de piedra trabajada por los canteros de Las Ventas con Peña Aguilera. Por encima de ambos, un ángel custodio que Covarrubias -arquitecto encargado de las trazas y diseño- nunca pensó situar, pero con el avance del proyecto se optó por esta representación protectora y mágica, con la TAU en la espalda y el “signo de Salomón” junto a ella, según se lee en las órdenes dadas a Hernán González y Bartolomé de Gais, quienes debían tallarlo.

 

 

Así lo hicieron, con la espada alzada en su mano derecha y una pequeña maqueta de una “ciudad encima de un monte” bajo su mano izquierda, en un gesto que recuerda al de un padre que protege a su hijo del miedo. Porque la peste seguía siendo temida por los toledanos y aparecía frecuentemente en aquel siglo que vivió distintas epidemias entre 1506 y 1598.

Pero su sentido se fue perdiendo con el paso de los años. En 1965 el Concilio Vaticano II abolía la fiesta del Santo Ángel Custodio, una de las muchas manifestaciones devocionales que surgieron del miedo a la peste y que ya, sin pandemias globales, dejaron de tener sentido. Terminaba así una fiesta, una tradición inventada durante el siglo XV por las oligarquías locales y los ayuntamientos, garantes de la defensa de las ciudades ante la amenaza de la peste. Sin pestes y sin el miedo a ellas, se olvidó el motivo por el que este ángel y tantos otros se colocaron en puertas y murallas. Y donde desaparece la historia aparecen las tradiciones inventadas y las leyendas.

 

Interior de la Puerta de Bisagra por David Utrilla

 

 

La leyenda (urbana) y el ángel que vino de Oriente

¿Qué es una leyenda? La RAE lo define como un una narración, siempre de autor desconocido, de sucesos fantásticos y transmitida por tradición. Transmitidas de forma oral y con tantas versiones como posibles autores y procedencia geográfica, que confunden a quien la escucha muchas veces, preguntándose: “¿dónde he escuchado ya esto?”. Julio Caro Baroja apunta en De los arquetipos y leyendas cómo una leyenda sería siempre algo no ajustado a la historia y con valor también poético, sin que sea necesario que tenga algo de verdad o de histórico. Son narraciones no ajustadas a la historia a las que el tiempo y la transmisión oral han ido otorgando valor poético, embelleciéndolas a fuerza de ir contándolas. Y las leyendas españolas, sigue Caro Baroja, vivieron (y sufrieron) el romanticismo decimonónico que se extendió por Europa recolectando e inventando costumbres, mitos, fábulas y tradiciones. En el XIX nació el folklore como disciplina que estudiaba “el conjunto de costumbres, tradiciones y manifestaciones artísticas de un pueblo”. Muchos autores románticos de disciplinas diversas -muy pocos de ellos historiadores- se lanzaron a “compilar” las leyendas de sus pueblos y regiones. No faltó quien comenzó a imitarlas, a adaptarlas, a moldear una leyenda francesa o turca en una alicantina, por ejemplo. O a inventarlas, con ejemplos como las famosas leyendas de Bécquer, ninguna de ellas popular, histórica ni toledana.

En ese contexto escribió Nicolás Magán algunos de sus trabajos, con mayor interés por lo legendario y el ocultismo que por el rigor. En una de sus columnas en el Semanario Pintoresco de 1842 titulada «Muros, puertas y puentes de Toledo» se refería a la “puerta llamada de la Almaguera, sobre la cual se conserva la tradición de que atacando por esa parte la ciudad Ali Aben Jocef fue ahuyentado por haberse aparecido en aquel punto el arcángel San Miguel”. Ni él ni ninguno de los principales historiadores de aquellos años como Amador de los Ríos o Sixto Ramón Parro recogieron historia o leyenda alguna que relacionase al ángel de Bisagra con el caudillo almorávide y sus intentos por recuperar Toledo en 1109. Tampoco aparece en Tradiciones de Toledo de Eugenio de Olavarría (1880), tampoco en Tradiciones y recuerdos de Toledo o Leyendas históricas de Toledo (1888 y 1892 respectivamente) de Juan Moraleda, ni en Leyendas toledanas de Carlos Servet y Fortuny (1902) o Leyendas toledanas en verso de Francisco Machado (1919). Nadie parecía conocer aún leyenda alguna en relación al ángel de Bisagra. Pero ese mismo año de 1919, un nuevo trabajo y un nuevo personaje recién llegado a Toledo terminarían dando forma a una leyenda que no era (ni es) más que una fábula oriental adaptada e imitada hasta hacerla encajar a la fuerza en Toledo. Como tantas otras, en Toledo y en muchas otras ciudades.

Semanario Pintoresco, 1842

 

En marzo de 1919 el militar y arqueólogo puertorriqueño, Castaños Montijano, escribía para la Revista Toledo (núm. 117) un brevísimo artículo en el que daba rienda suelta a su imaginación, eso sí, poniendo en boca de otro lo que inventaba. Y ese otro era Nicolás Magán, cuyo trabajo citaba como fuente de referencia. Castaños trasladaba la aparición del ángel de una puerta a otra, de la Almoguera a Bisagra, y explicaba que ese era el motivo por el que se había colocado el ángel (sin decir cuándo, eso sí). En un nuevo giro de lirismo tardoromántico y pseudohistórico, acababa de dejar por escrito una nueva (re)invención diciendo que había sido otro quién lo había escrito, cuando no fue así.

 

Revista Toledo, 1919

 

También en 1919 el logroñés Ciriaco Ismael del Pan llegaba a Toledo como Catedrático de Instituto para enseñar e investigar sus pasiones: prehistoria, etnografía y paleontología. Toledo era entonces una ciudad periférica en lo que a investigación se refiere, pero contaba con figuras de primera línea de la ciencia española como el matemático extremeño Ventura Reyes Prósper, también catedrático del Instituto toledano, que fallecería en 1922. En ese ambiente escribió Ismael del Pan su libro Folklore toledano, de apenas 100 páginas, en el que recoge decenas de supuestas supersticiones toledanas recogidas durante sus trabajos de campo, todas relacionadas con el mal de ojo, brujas, hadas, fantasmas, amuletos, etc.

 

 

Las tres últimas páginas fueron donde el riojano Ismael del Pan incluyó por primera vez la supuesta Leyenda del Ángel de la Puerta de Bisagra que hoy todo el mundo conoce.

Una vez, quiso pasar la peste al interior de la ciudad, y el ángel guardián sólo consintió ante el mandato de Dios; pero con la condición de que no matase más que a siete de los habitantes de Toledo. Al marcharse la plaga, el ángel tomó un aspecto triste, e indignado, dijo a la peste:

  • “Miserable, has faltado a tu palabra, pues has matado a siete mil.”
  • Pero la peste repuso: “No, no he faltado a mi palabra; yo sólo maté a siete; los demás han muerto de miedo y aprensión”.

 

 

¿Y de dónde procedía la supuesta leyenda del ángel? En una breve nota al pie lo aclaraba: “Referencia del Dr. D. Ventura Reyes y Prósper”. El problema es que Ventura Reyes y Prósper jamás dejó por escrito leyenda alguna en relación al ángel de Bisagra. Aunque del Pan tampoco la inventó, únicamente la copió y adaptó a la ciudad en la que vivía. Porque la muy poco toledana leyenda del Ángel de Bisagra no es más que una adaptación de un cuento sufí oriental que ya había sido adaptado en multitud de ocasiones en los dos últimos siglos por Europa y América hasta que Ismael del Pan impulsó su última mutación toledana.

 

Un cuento sufí presidiendo Bisagra

El relato más antiguo que he localizado nos remite al mundo otomano del siglo XIII y a Nasreddin, una especie de Quijote que se mueve entre la realidad y la fantasía, clásico de la literatura de Anatolia y de Asia Central, que sirve de vehículo para protagonizar historias siempre con algún tipo de enseñanza. Un protagonista fundamental de la literatura sufí y de la cultura indopersa, donde todo ese elenco de genios y de ángeles, de hadas y hombres-monos, formaban parte del universo mental. Coincidiendo con las primeras traducciones de cuentos y fábulas como Las Mil y Una Noches en el siglo XVIII, Occidente comenzó a sucumbir ante la riqueza y fantasiosa tradición de literatura oral oriental. Entre aquellas fábulas, una comenzó a extenderse teniendo siempre como protagonista a la peste y a un interlocutor que podía ser Nasreddín o un mendigo, un peregrino, un anciano, un caballeros. Pero nunca un ángel, y nunca en Toledo sino en Esmirna, Damasco o Bagdad. Era la leyenda que hoy conocemos como la del ángel de Bisagra, aún sin exagerar con tantos miles de muertos como hoy se cuenta en Toledo.

Desde el siglo XVIII, cuando Inglaterra y Francia extendían su poder colonial por el Mediterráneo y hasta la India, el folklore oriental comenzaba a difundirse por un Occidente fascinado a la vez que horrorizado por las tierras que iba colonizando. La primera mención que he encontrado es una recopilación miscelánea de relatos, recetas y textos breves, parecido a la prensa periódica actual y publicado en Estados Unidos en 1778.

 

A Western Miscellany, Valley Forge, Benjamin Franklin Ells, 1778, fol. 37

 

En el siglo XIX varias publicaciones científicas inglesas y norteamericanas se hacían eco de la fábula, célebre en el campo de la medicina, para insistir en cómo el miedo siempre acudía a las poblaciones a la vez que epidemias como el cólera o la peste. Esmirna y Bagdad seguían siendo las ciudades protagonistas. Por entonces tuvo que comenzar a popularizarse también en el mundo hispano. En 1925 la revista argentina Atlántida la publicaba, en su número 8º, y pocos años después la encontramos ya en publicaciones españolas como el Curso de orientaciones nacionales de la enseñanza primaria celebrado en Pamplona, del 1 al 30 de junio de 1938 o las recopilaciones de artículos publicadas por el periodista Julio Camba en Esto, lo otro y lo de más allá, que recogía la fábula como «La peste y el miedo». Pero en ninguna de ellas Toledo era la ciudad protagonista, sino aquellas de donde procedía la fábula, todas orientales. Ismael del Pan, sencillamente, la tradujo del inglés en 1932 y cambió Esmirna o Bagdad por Toledo.  

 

Curso de Orientaciones Nacionales, 1938.

 

Según me chiva Luis Rodríguez Bausá (que lleva décadas estudiando las leyendas toledanas, que conoce como nadie sus orígenes y variantes y que tiene en prensa un estudio que será referente para cualquier publicación posterior sobre ellas), la leyenda ha ido apareciendo con tres nombres distintos en compilaciones de leyendas posteriores, siendo incluida en el último de todos los libros publicados. Es demasiado bonita como para desprenderse de ella.  Y demasiado útil y ejemplarizante, como tienden a ser las leyendas, pues nos deja una moraleja igualmente válida: el miedo puede llegar a ser más destructivo y letal que la peste. Hay que vacunarse contra las epidemias, pero también contra el miedo, contra las fake-news que siempre circulan en momentos como este. Aunque nos asuste más una epidemia, el miedo puede acabar siendo más letal que la propia epidemia.

Termino recordando a Castaños y su artículo de 1919 en la Revista Toledo, en el que describía la figura del ángel como “de la talla natural de un hombre, en postura arrogante (…) ¡Con qué gracia apoya la mano en el Castillo, qué cara tan expresiva y tan angelical! (…) Años hace que se le cayó el ala derecha y así continúa, ¿no podría el Excelentísimo Ayuntamiento hacer que se le volviera a colocar?”. Cien años hace de esto y ahí sigue el ángel igual de mutilado. A ver si en la próxima partida presupuestaria se añade un tanto para que algunos canteros de Las Ventas con Peña Aguilera vuelvan a tallarle ese ala en piedra berroqueña, como ya hicieron en el siglo XVI, a quien durante siglos fue no sólo emblema sino también protector de los toledanos ante epidemias de peste y ataques de miedo.

 

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