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Cualquiera que lleve días aquí se habrá dado cuenta de que «algo pasa». Calles cortadas, cientos de cestos de flores colgados o a la espera de ello, calles entoldadas y con faroles (ojo, no farolillos) enormes, procesiones, conciertos, decenas de casas privadas abiertas al público… Pasear por Toledo estos días es una experiencia sensorial increíble.

Es el Corpus. Los toledanos lo resumimos en «la fiesta grande» y pensamos que todo el mundo sabe lo que es, pero a algunos clientes ni les suena. Por eso he preparado esta entrada exprés que será la primera de una sección del blog donde iré respondiendo las dudas que me plantean algunos clientes. Y empiezo por el Corpus porque, aunque en esencia e históricamente fue y es una tradición muy española, ni se celebra igual en toda España ni es tan espectacular e identitaria como lo es en Toledo. Me hubiera gustado publicarla el jueves, pero los que estáis por aquí sabéis cómo son estos días para los que hacemos visitas guiadas…

Foto de María José Flores

La fiesta del Corpus Christi es una manifestación en la que los fieles católicos se reafirman en un dogma básico de su fe: que Jesucristo se hace presente en la Eucaristía a través del milagro de la transubstanciación. O, dicho de otro modo, que durante la Eucaristía se da la presencia real de Jesucristo, al consagrarse el pan y el vino que se convierten en su cuerpo y su sangre.

Hay que remontarse a la edad media para entender por qué esta celebración ha alcanzado este esplendor, por qué ha pasado de ser una pequeña celebración a una gran fiesta. Concretamente al siglo XIII, cuando se convirtió en una fecha de las más importantes en el ciclo anual de fiestas. Fue durante el pontificado de Clemente V, y debido al debate abierto en el seno de la Iglesia, cuando desde Roma se promovió la celebración del Corpus como una fiesta grande. Sabemos que en Toledo ya se celebraba desde tiempo atrás, pero es a partir de ese siglo cuando tenemos ya noticias que apuntan a la importancia que había adquirido tanto a nivel local como en el resto de reinos cristianos: en el año de 1280, el rey Alfonso X encabezó la celebración de aquel Corpus en Toledo, y desde entonces las referencias que tenemos sobre la fiesta comienzan a ser mayores, prueba de que la fiesta también comenzaba a serlo. La recién conquistada Sevilla y las principales ciudades castellanas continuaron aumentando la celebración del Corpus tras haber recibido aquel espaldarazo real, pero con el paso de los años -quizá por ese componente histórico de la participación del rey y de su corte- ha sido en Toledo donde menos fuerza ha perdido.

[Addenda: No sólo en la capital, también en la provincia. Son famosos el del pueblo de Camuñas o el de Lagartera, entre otros, que este año ha recibido la visita del periódico inglés The Guardian y han dejado en su web este reportaje]

Prueba de ello son las advocaciones y creaciones de capillas maravillosas como la desaparecida de la catedral (donde hoy se encuentra la Capilla mozárabe reformada por Cisneros), o mi favorita: la del Corpus Christi en la iglesia de San Justo, un trocito de la Alhambra en Toledo, una joya del arte mudéjar y de la permanencia de estilos artísticos orientales e islámicos tras la conquista de Alfonso VI.

La aplicación de aquella bula (Transiturus de hoc mundo) del siglo XIII sirvió para que el Corpus se estableciese como una celebración litúrgica siempre en jueves y 60 días después del Domingo de Resurrección, con el único fin de «confundir la perfidia y la locura de los herejes» -decía la bula- que negaban el milagro de la transubstanciación. Sólo durante unos cuantos años recientes esta tradición estuvo a punto de cambiar. En 1989 el Papa Juan Pablo II suprimió del calendario cristiano el día del Corpus como un festivo común para toda la Iglesia universal SALVO para la española, donde el arraigo de la fiesta era enorme. Aquí, el Consejo de Ministros aprobó en 1980 el calendario festivo del año sin incluir la fiesta que los toledanos celebraban desde siglos atrás, olvidando las raíces históricas del jueves e intentando pasarla a un domingo. O sea, eliminándola, porque pasarla al domingo y quitarla es lo mismo ya que los domingos siempre son fiesta. Aún recuerdo las campañas populares, las pegatinas que nos regalaban los Maristas en el colegio (y que decoraban todas nuestras carpetas junto a recortes de George Harrison y de Martín Vázquez en el caso de la mía) y los carteles repartidos por la ciudad con el lema de «Toledo por el Corpus siempre en jueves». Finalmente, hace casi dos décadas, el Corpus en Toledo volvía a celebrarse como lo había hecho históricamente, «siempre en jueves». Aunque este año, tras siglos de tradición por la que los Papas celebraban al menos la misa los jueves, el Papa Francisco I la celebrará el domingo.

La celebración medieval del Corpus se limitaba a una celebración eucarística, a actos litúrgicos más o menos ostentosos y, en ocasiones, con la asistencia de reyes, reinas y cortesanos. Y así fue, al menos hasta el siglo XV, exactamente hasta el año 1418 cuando conocemos ya las primeras noticias concretas sobre todo lo que trascendía a la celebración litúrgica. O, dicho de otro modo, todo lo que hizo de una simple celebración religiosa una gran fiesta.

Hace ahora 600 años se ordenaba celebrar la que quizá fue la primera procesión de la historia del Corpus en Toledo, emblema de la actual fiesta moderna. Toledo fue la primera de las grandes ciudades castellanas en instaurar la procesión como parte de la fiesta, y con el paso de los años se fueron sumando otras como Sevilla, donde también el Corpus alcanzó cotas de majestuosidad enormes. Sabemos poco de aquella primera procesión, más allá de las escasas noticias que pueden deducirse del Libro de Obra y Fábrica 1324 del Archivo de la Catedral de Toledo. A falta de la custodia espectacular en torno a la cual gira desde el siglo XVI la procesión, todo apunta a que el propio arzobispo Sancho de Rojas portaría la sagrada forma durante el recorrido. Los preparativos tampoco distaron mucho de los actuales, sin llegar a alcanzar la complejidad (ni el gasto) de las procesiones venideras del Barroco. 1500 maravedís sirvieron para pagar a cinco peones que limpiaron las calles por donde iba a pasar, varias carretas y un carretón para transportar órganos e imágenes, etc. Una procesión mucho menos numerosa que la actual, de la que formaba parte algo que hoy rara vez puede verse y jamás sale del escondido Ochavo de la Catedral: la colección de reliquias, que acompañaron al arzobispo y a los integrantes del cortejo, que iba precedido por el báculo del arzobispo enriquecido con la cruz de oro del Lignum Crucis. Otra ausencia en la procesión actual frente a aquella primera de 1418 son los hombres (quizá actores) vestidos de ángeles que precedían el paso de la custodia, hoy sustituidos por niños y niñas que han hecho la comunión en el mismo año.

 

Así nacía, hace ahora 600 años, el Corpus Christi toledano tal cual lo conocemos, extendiéndose por otras ciudades españolas y dando el salto al siglo siguiente a América y Asia acompañando a las conquistas imperiales de Carlos V y Felipe II.

A la fiesta se sumaron con el paso de los siglos más protagonistas, y sobre todo más fiesta. De los más llamativos para quienes nos visitan estos días son, seguro, los gigantes, cabezudos y la Tarasca, que dan un carácter monstruoso a la celebración. La Tarasca, un símbolo de la victoria de la lucha del bien frente al mal, un alter ego del demonio que pretende atemorizar a los buenos cristianos pero pierde en su batalla, como perdió según la leyenda frente a Santa Marta. No es extraño que durante siglos ella y Santa Marta formaran parte del imaginario colectivo de brujas y hechiceras, que acudían a las oraciones dedicadas a la santa para ahuyentar demonios, atraer maridos y ayudar a miles de mujeres desvalidas. Un elemento profano, como los gigantes y cabezudos que procesionan en días distintos a la procesión de la Custodia y por recorridos distintos, y que en origen representaban tipos y costumbres globales (hombres africanos, mujeres americanas, etc), muchas veces simulando deformidades y trayendo a la fiesta religiosa lo grotesco, que hoy han perdido aquel significado.

La Tarasca representada en un Libro de horas de Louis de Laval (Bib. Nat. France, Ms. Lat. 920, fol. 317v).

Con el paso de los siglos el teatro, los autos sacramentales en la catedral y las comedias en los corrales, ayudaron a crear un programa de actos y celebraciones que nada tiene que envidiar al actual en el que, mutatis mutandis, los gustos modernos han hecho que los conciertos y la música se conviertan en la forma de ocio favorita frente a las representaciones teatrales. Cuánto le dolería a Calderón de la Barca, que dedicó muchos años de su vida a engrandecer esta fiesta tan toledana, ver qué poco queda ya de aquella masiva presencia del teatro en la celebración actual. No sería una mala iniciativa para los años venideros recuperar el teatro como otro pilar de los festejos, aprovechando iglesias, plazas e incluso patios, que pequeñas compañías y «comediantes» no faltan en Toledo.

Con cambios o sin ellos, así es el Corpus en Toledo (clientes y clientas que me preguntáis estos días que qué se celebra y, sobre todo, por qué tan a lo grande) y este año cumple 600 años tal cual lo conocemos actualmente, cuya última evolución podéis comprobar en el fabuloso archivo que es Toledo Olvidado. Disfrutad de la ciudad, de sus calles engalanadas con maceteros y faroles, de su olor a hierbabuena (una delicia pasear ayer por San Miguel el Alto gracias a la Cofradía del Real Gremio de Hortelanos), a tomillo y a mejorana y de sus decenas de patios abiertos al público que os permitirán conocer mejor cómo somos y vivimos los toledanos y las toledanas.

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