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Una de las visitas guiadas que más me piden es sobre el origen del mito de la ciudad de las tres culturas. Durante el recorrido visitamos uno de los lugares más desconocidos de Toledo, el Taller del Moro, alejado -inexplicablemente- del interés turístico general, y que tiene sobre algunos de sus arcos un símbolo que a veces sorprende: la mano de Fátima o jamsa. Tendemos a asociarlo de forma directa con el islam, por eso lo relacionamos con arcos y accesos como la Puerta de la Sharia de la Alhambra, pero nos sorprende verlo en el palacio de una familia de la elite cristiana. Por eso hoy os quiero enseñar algunas fotos de este símbolo mágico, un talismán o amuleto que representa una mano extendida (muchas veces con una representación tan simétrica que resulta imposible diferenciar si es la derecha o la izquierda) procedente de un contexto oriental y lejano que con la expansión del islam fue aceptado, tolerado y difundido hasta llegar a Al-Ándalus. Un amuleto también de los cristianos toledanos tras el final de la historia andalusí de Tulaytula en 1085, que lo hicieron suyo sin atender a su origen.

La khamsa, jamsa o mano de Fátima: ¿qué es y de dónde viene?

 Pretender encontrar un papel que nos diga el origen de este símbolo es una locura, aunque vivamos unos tiempos en los que buscar y pretender encontrar las esencias de todo sea algo que nos fascine. Tampoco la arqueología nos puede ayudar en ese sentido. Siempre me hago la misma pregunta: ¿acaso a alguien de hace siglos le importaría lo más mínimo si tal arco, tal símbolo o tal tubérculo venían de no-sé-dónde? La gente hacía suyas las novedades de forma más natural de lo que creemos, más aún en casos como el de los amuletos, que garantizaban protección, esperanza y mejoría, anhelos comunes ajenos a cualquier hecho religioso. Las formas y los símbolos viajan de un lugar a otro de forma acelerada, una vez de la mano de sus significados y otras sin ellos, y las distintas sociedades han adoptado formas y símbolos de forma habitual desposeyéndolos de sus significados originales.

La jamsa o mano de Fátima tal cual la conocemos hoy corresponde a una tradición iconográfica islámica (de ahí su nombre árabe khamsa, que significa literalmente “cinco”), pero el uso de la mano como amuleto o representación mágica era algo global, ancestral. Pasó de la Prehistoria a Mesopotamia y a Egipto, a Grecia y a Roma, al hinduismo y al budismo oriental y al cristianismo mediterráneo como símbolo de la divinidad o Dextera Domini (la representación de Dios a través de su mano derecha en señal de bendición). También al judaísmo, como podéis ver si venís a Toledo en la mano que hace germinar y crecer el árbol de la vida de la Sinagoga de Samuel Leví.

O sobre el traje de berberisca para la ceremonia de paños de las bodas que las mujeres sefardíes del Magreb llevan, en la parte final del museo de la misma sinagoga, donde aparece la Kef Myriam o mano de Miriam, en alusión en este caso a la hermana de Moisés y Aarón. Mismo símbolo, distinto significado. Por eso hay que recordarlo una vez más: las formas y los significados no siempre viajan juntos.

Las manos que a nosotros nos interesan, las toledanas, tienen todas un origen islámico, aunque ninguna realmente lo son en los contextos en los que las vemos. La jamsa no debería llamarse “mano de Fátima”, que es como se le conoce sólo en España y desde tiempos recientes, probablemente por el desprecio con el que los colonos españoles del Protectorado trataban a los marroquíes, a quienes se referían de forma despectiva como Fátima y Ahmed, como si no tuviesen más nombres. En el contexto islámico global en el que surge y desde el que llega a Al-Ándalus, la jamsa tiene multitud de significados: las cinco letras del nombre de Allah, los cinco preceptos coránicos (testimonio de fe, oración, ayuno, peregrinación y limosna) o en el caso exclusivo de los musulmanes chiíes, la mano Abbas relacionada con la batalla de Kerbala o las cinco personas de la familia del profeta (Mohammed, Ali, Fátima, Hassan y Husseim).

Alminar de la Mezquita del Imam Jomeini (Isfahán, Irán, s. XVII)

Este amuleto consiguió lo que no consiguieron los almohades en las Navas de Tolosa, que es cruzar la frontera de Castilla y extenderse como la pólvora entre los cristianos castellanos. Y esto es fundamental porque, más allá del origen milenario del símbolo de la mano, más allá de los distintos significados que haya tenido en sociedades distintas, las jamsas tienen todas un origen islámico. No tenemos rastro de ellas en contextos previos, y comienzan a aparecer desde el sur de la península tras la conquista almohade del siglo XII. Cualquier otro intento de equiparar este símbolo con tradiciones esotéricas paganas, con fuerzas telúricas, templarios y visiones cuartomileniaristas es un completo disparate. Son una herencia almohade, y sólo con ellos las jamsas procedentes del Egipto fatimí cruzaron la frontera para convertirse en gamças o gumças, nombre que no deja lugar a dudas del origen áraboislámico de este amuleto adoptado por los cristianos. Y en Toledo tenemos ejemplas fascinantes de esta recepción.

Las jamsas toledanas, una herencia almohade

 Dudo mucho que la jamsa de los sótanos de la Calle Cardenal Cisneros sea de origen andalusí, pues quienes han estudiado en profundidad la aceptación y transmisión de este símbolo en la península no han podido documentarlo antes del siglo XII. Además, su apariencia está directamente relacionada con las que me interesa enseñaros a continuación, todas posteriores ya al siglo XIV.

En Taller del Moro, estructura palaciega de la familia Palomeque, se encuentran dos jamsas que rápidamente la gente reconoce como manos de Fátima. ¿En un palacio cristiano? Sí, como tantas otras que habremos perdido con el paso de los siglos ya que lo que sobrevive del Taller es apenas una cuarta parte de lo que fue.

Lo interesante de estas jamsas es ponerlas en relación con los textos que recorren todo el palacio, porque tanto unas como otros remiten a la sura 67 del Corán: “Bendito sea aquel en cuya mano está el Señorío! ¡Él, sobre todas las cosas, es poderoso!”. La mano, el poder y la divinidad unidos y transmitidos en árabe recorriendo las naves del palacio de una familia cristiana. Quien sólo vea decoración y estética en todo ello, se quedará a medias. Al-Mulk Lillah, (“la soberanía es de/pertenece a Dios”) ya de forma abreviada aparece también por las puertas que darían acceso a las naves perdidas del palacio.

Es una sura 67 del Corán, una reafirmación absoluta del temor a Dios, al único Dios, algo que podrían compartir igualmente cristianos y musulmanes y que no convierte a los Palomeque toledanos en musulmanes, sino en hermanos de una tradición monoteísta y abrahámica común. Una cultura compartida que también tenía en las manos de Fátima o jamsas un amuleto común ante miedos, anhelos y supersticiones compartidas, y en la Granada nazarí un referente artístico pero también ideológico: el lenguaje del poder era compartido a un lado y otro de la frontera.

También en Taller del Moro se conserva una tinaja de barro cocido posterior, del siglo XV, protegida con aves y manos en su parte superior, en un diseño que se asemeja al de los sótanos de la Calle Cisneros y que alejaría a estos de ese posible origen andalusí anterior al siglo XII.

 

Es fácil pensar que este tipo de amuletos y talismanes tuvieron que ser comunes en vasijas y tinajas, así como en brocales de pozos, en los cuales, hasta hace no tanto, mucha gente moría al intentar sacar agua si no disponían de poleas. La mano protectora seguramente sería más común de lo que creemos, y hay un ejemplo precioso en el Museo de Santa Cruz, expuesto en la sala principal a la que se accede desde la calle. 

Qubbas y jamsas en los palacios de Galiana: la Capilla de San Jerónimo

El actual convento de Madres Concepcionistas tiene demasiada historia como para resumirla aquí. Un convento medieval franciscano, de los más antiguos de la ciudad, erigido en el recinto amurallado o alficén que albergaba el poder político y militar de Tulaytula, los Palacios de Galiana. Tras la construcción de San Juan de los Reyes, los franciscanos se trasladan a esa nueva fundación y el espacio del antiguo alficén pasó a la comunidad femenina de la Concepción fundada por doña Beatriz de Silva, que desde entonces viven en y cuidan el convento.

La capilla de San Jerónimo formó parte del convento ya estaba construida cuando llegaron las monjas concepcionistas. Por eso está separada de la iglesia actual y formando parte de un patio, con accesos independientes, aunque entonces estuvo unida a la primera iglesia de los franciscanos de la que quedan otros restos como la torre campanario. No tiene nada que ver con San Jerónimo y en todo caso debería llamarse de San Gregorio, pues el fresco a modo de altar que tiene en su interior representa al segundo. Pero quienes la describieron en 1884 para declararla Bien de Interés Cultural se equivocaron, y hoy seguimos arrastrando ese error.

La capilla es una qubba perfecta, otra de las muchas recepciones del mundo islámico adaptada como propia, más allá de su significado original, por la arquitectura cristiana. Aunque en este caso, el simbolismo ciertamente se mantuvo y hay que buscarlo en gran medida en El Cairo mameluco, desde donde estas qubbas funerarias se extendieron por el Mediterráneo trasladando ese modelo de origen romano pero islamizado, de planta cuadrada y cupulada. San Jerónimo tiene una cúpula espectacular y única, en serio. Aunque desde abajo parece madera, todo lo que veis es ladrillo policromado, con partes de estuco y azulejería diseñada y cocida en Manises.

Soy mal comercial de Toledo y no soy amigo de chovinismos baratos, pero en este caso hay que ser justo. San Jerónimo es de los escasos ejemplos conservados de cúpula alboaire (del árabe albuháyra), decorada y construida con cerámicas. Os lo digo porque seguro que conocéis el claustro alto de San Juan de los Reyes, una invención historicista de hace poco más de un siglo que no tiene nada de original y cuyos techos instagrameados hasta la saciedad emulan la originalidad y el valor de la capillita de San Jerónimo.

La capilla nos recuerda gracias a un texto que recorre la base de la cúpula en distintos alfardones cerámicos, que lo que hoy vemos fue construido en 1422 para Gonzalo López de la Fuente, mercader de paños. Ahora bien, ¿es de nueva planta, se construyó para él? Es probable que no. Sabemos que pudo haber sido la capilla funeraria (siguiendo no sólo en forma, sino también en significado a las qubbas islámicas) de los García de Toledo. Es más, quizá el espacio es una herencia directa aunque muy transformado de alguna qubba original del palacio andalusí de Al-Mamum, aunque son sólo hipótesis de quienes lo han estudiado de forma directa.

Toda la cúpula está salpicada de textos en árabe con una shahada incompleta, la profesión de fe islámica (La ilaha illa ilah) que, una vez más y como en Taller del Moro, no hacen sospechosos de musulmanes a los García de Toledo ni a Gonzalo López de la Fuente. La frase, alejada de su contexto religioso, no es más que la reafirmación del monoteísmo común de las tres religiones, en una lengua que comenzaba a extinguirse en Toledo pero que hasta entonces había sido la lengua del poder y de la alta cultura.

También de fuentes con caños distintos, en recuerdo al apellido del fundador y mecenas. Y cómo no, de jamsas estilizadas que se ajustan a las formas que va haciendo la lacería en la cúpula

 

 

El canto del cisne del mundo mozárabe: la pila bautismal de Camarenilla

Si seguís mi cuenta de Instagram, el otro día os contaba que había aparecido tachada parte de una placa frente a la parroquia mozárabe de Santa Justa. Precisamente la parte en árabe, la lengua y la cultura que hacía distintos a los cristianos mozárabes (los que habían seguido siéndolo en Al-Ándalus) frente a los conquistadores leoneses, navarros, y franceses de 1085. La identificación con distintas manifestaciones culturales del mundo árabe se mantuvo como elemento distintivo de los cristianos mozárabes hasta que, entrando en el siglo XVI, la cristiandad militante que tomó forma a partir del Concilio de Trento eliminó cualquier desviación cultural en el seno del catolicismo. Todo se volvió sospechoso y condenable en un momento en el que la Europa cristiana se partió por la mitad entre protestantes y católicos. Fue entonces también cuando muchas de las manifestaciones culturales materiales de los mozárabes fueron destruidas, en un perverso ejercicio de damnatio memoriae imposible de cuantificar hoy en día. Uno de los objetivos de esa persecución fueron las pilas bautismales “viejas”, de las que han sobrevivido afortunadamente algunos ejemplares.

Camarenilla, un pueblo pequeño de la Sagra toledana, cuenta con una de las cinco pilas conservadas. Su procedencia es la antigua iglesia de San Marcos, en Toledo, de donde el Cardenal Lorenzana la rescató en 1794 y donó a la parroquia de Camarenilla. En su base aún se puede leer, recién restaurado, un texto escrito en negro casi completo: “Hecha en Toledo en 7 de … 1508”.

Algunas pudieron desaparecer ya en el siglo XIX, porque tenemos noticias de visitadores parroquiales que se encontraron con pilas de este tipo que las calificaron como «pilas bautismales de barro indecente» y pidieron que fuesen retiradas y sustituidas por otras de piedra, generalmente granito, comunes hoy en las iglesias de la diócesis. Esta de Camarenilla junto a otra que se encuentra en la Hispanic Society de Nueva York son casi idénticas, y existen tres más en el Museo de Santa Cruz y en las parroquias de Villamiel y Santa Cruz del Retamar. Todas fabulosas por su valor histórico y diseño, pero sólo la de Camarenilla tiene lo que nos interesa: una colección de jamsas rodeándola por dentro y por fuera.

En la pila de Camarenilla el monograma JHS y las flores de lis se alternan con el talismán de la jamsa flanqueando un calvario, todo cocido y esmaltado en blancos y verdes. Un total de 16 jamsas dispersas por toda la pila.

 

Los recién nacidos mozárabes, aún en 1508, seguían bautizándose cristianamente envueltos en un halo de superstición de origen islámico, sin que supusiera un problema. Hasta entonces las jamsas habían formado parte de la tradición local toledana, pero a partir del siglo XVI la diversidad religiosa había tocado a su fin con la conversión forzosa o expulsión de los últimos judíos y musulmanes toledanos. También la diversidad cultural. A partir del siglo XVI, igual que fueron destruidas fueron destruidas, muchas yeserías de inspiración nazarí, muchos alfarjes y epígrafes en árabe también fueron tapados o destruidos. Afortunadamente las últimas restauraciones, desde la propia Capilla de San Jerónimo al Salón Rico aún en proceso de restauración, nos recuerdan que cuando levantas las pieles de yeso o de suciedad de los muros de la ciudad, muchos hallazgos nos siguen llevando a aquel Toledo que hoy se nos presenta lleno de contradicciones que no lo eran para quienes vivieron aquí siglos atrás.

 

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