644 444 006 info@tulaytula.com
5/5 - (2 votos)

El domingo coincidieron dos celebraciones de distinta importancia, y me gustaría haber dejado escrito a tiempo esto, pero no pude. Se celebraba, de forma simbólica, el Día de la Lengua Árabe, pero sobre todo el primer día de Janucá, una de las principales celebraciones festivas y no (estrictamente) religiosas del calendario judío.

La noche del domingo asistimos al encendido de las primeras luces de la janukia en el imponente espacio que es la sala de oración de la Sinagoga de Samuel Leví Abulafia, hoy Museo Sefardí, el canto del cisne de la comunidad judía toledana y un recuerdo permanente de hasta qué punto su historia jamás se entendería sin la cultura andalusí de la que formaban parte. Porque en “la ciudad de las tres culturas” esta sinagoga nos enseña que en absoluto es lo mismo cultura que religión, y que en Toledo (ciudad de las tres religiones y no de las tres culturas) los judíos castellanos del siglo XIV compartían cultura pero no religión con sus vecinos musulmanes de la Granada nazarí y cristianos mozárabes del resto de Toledo, y compartían religión aunque no cultura con las comunidades judías de París o de Colonia. Desgajar Sefarad de Alándalus es un tremendo error como ha explicado Sarah Stroumsa recientemente, pues ambas formaban parte de un todo que terminó abruptamente y a la vez cuando en 1492 los Reyes Católicos conquistaron Granada y prohibieron para siempre la práctica del judaísmo en sus reinos.

Sinagoga del Tránsito de Toledo

Textos en árabe y hebreo recorriendo los muros y techos de la Sinagoga de Samuel Leví o del Tránsito

En Toledo hay decenas de lugares que nos desean “felicidad y prosperidad” a cada paso. En iglesias como San Román o San Justo, en conventos como el de las Concepcionistas o Santo Domingo el Antiguo, en casas como la del Temple o la del Conde Esteban y en Sinagogas como la del Tránsito: Al-yumm wa-l-iqbal, en árabe, la lengua culta de los toledanos al menos hasta el siglo XIV. El árabe estaba en sus casas, en sus ropas y en sus templos, en perfecta sintonía con el castellano y el latín.

Iglesia de San Román y Museo de los Concilios de Toledo

Iglesia de San Román y Museo de los Concilios de Toledo

“La felicidad y la prosperidad” se convirtió en una frase predilecta por todos los españoles más allá de su religión, desde que los almohades irrumpieron en Alándalus en el siglo XII y trajeron consigo estas fórmulas propiciatorias. Las elites almohades, castellanas, aragonesas, meriníes y nazaríes hicieron suyas estas fórmulas propagandísiticas y cubrieron con ellas las telas que vistieron y los palacios que habitaron. Desde el mismo siglo XII las encontramos en el monasterio de las Huelgas de Burgos, en el XIII ya aparecen en San Román de Toledo y en el XIV en infinidad de espacios. A veces en esta forma resumida y otras más desarrollada, como en la sinagoga de Samuel Levi donde se lee por todos los ángulos de su techo Al Yumn wa-l-Salama wa-l-izza wa-l-Karama, (felicidad, bienestar, gloria y honor). Estos textos y todos los que visten y cubren los muros de la sinagoga han sido estudiados recientemente por Daniel Muñoz Garrido, cuyo libro -y artículos relacionados- os recomiendo encarecidamente.

Daniel Muñoz Garrido, Las sinagogas de Córdoba y del Tránsito

Daniel Muñoz Garrido, Las sinagogas de Córdoba y del Tránsito

La profusión de estos conceptos nada tiene que ver con un sentido religioso tal cual lo entendemos, sino con un recurso casi propagandístico a modo de lema regio o nobiliario. Son también algunos de los términos que se emplean en La Alhambra para elogiar al sultán, junto a “salud” o “dicha perpetua”, unidos a los muchos emblemas y escudos nazaríes que cubren sus muros.

Lema nazarí y epigrafía árabe en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra de Granada

Patio de los Arrayanes de la Alhambra de Granada

En el caso de Toledo, de igual manera, los pasajes bíblicos en hebreo y la repetición de los mismos mottos en árabe recorren los muros de la sinagoga envolviendo los escudos de Samuel Leví y de su rey, Pedro I, a quien dedicó el templo.

Heráldica y escudos de Samuel Leví en la Sinagoga del Tránsito de Toledo

Escudo de Samuel Leví en la Sinagoga del Tránsito de Toledo

 

"Árbol de la Vida" en el muro norte de la Sala de Oración de la Sinagoga de Samuel Leví o del Tránsito de Toledo

Árbol de la vida en la Sinagoga de Toledo

Un templo judío construido en un estilo islámico y dedicado aun rey cristiano, algo que hoy nos puede resultar enormemente contradictorio pero que en absoluto lo era entonces para las comunidades judías de Sefarad, pero tampoco para las cristianas contemporáneas que construían sus conventos siguiendo los mismos gustos y compartiendo esa tradición de textos en árabe que, en este caso, combinaban no con el hebreo sino con el latín.

Taller del Moro de Toledo (siglo XIV)

Palacio de los Palomeque o «Taller del Moro» de Toledo, siglo XIV.

Tampoco para las comunidades judías aún presentes en Tánger, Tetuán y otras ciudades del Magreb, cuyos templos nadie diferenciaría por su estética de una mezquita musulmana pero tampoco de una iglesia cristiana.

Iglesia anglicana de San Andrés en Tánger, 1905.

Iglesia de San Andrés en Tánger, 1905.

Sinagoga de Moshé Nahon de Tánger, siglo XIX

Sinagoga de Moshé Nahon de Tánger, siglo XIX

En Toledo, incluso después de 1085, musulmanes, judíos y cristianos mozárabes hicieron del árabe su seña de identidad y de distinción, de pertenencia a una realidad cultural de tradición local y distinta (incluso enfrentada) a la del norte de Castilla. Y todos absorbieron por igual la creencia en estos “textos mágicos” que vestían y cubrían sus ropas y sus muros, las vigas de madera de sus techos o las vajillas de barro en las que comían. En todos esos soportes se pedía y se deseaba en árabe ese anhelo compartido: felicidad y prosperidad para mí y para los míos, para quienes entren por esa puerta, coman en esta mesa o recen en esta sala de oración.

Los judíos hispanos se percibían a sí mismos como descendientes de los primeros expulsados por Nabucodonosor o por Tito, y equipararon desde su llegada la Península Ibérica con Sefarad. Alexander Bar-Magen os lo contaba en este texto que escribió hace un par de años sobre la llegada de los primeros judíos a la península Ibérica. Encontraron en esa identificación su fundamentación bíblica como desterrados de Jerusalén siguiendo un pasaje del libro de Abdías, uno de los profetas menores. Según este pasaje, vendrían a ser una especie de aristocracia judía de Jerusalén que descendía de forma directa del rey David. Lo que no dice Abdías es que Sefarad fuese la Península Ibérica, pero como cuentan Yosef Kaplan y Haim Beinart, desde los inicios de Alándalus, cuando los judíos hispanos se arabizaron y pudieron formar parte de pleno derecho de la sociedad andalusí, comenzaron a pensar y a dar forma a su propia identidad e historia. Ahí Sefarad comenzó a ser identificada como Hispania y así nació la idea de que los judíos hispanos eran los descendientes de los desterrados de Jerusalén, la nobleza descendiente del rey David.

Haim Bernart Los Conversos ante el Tribunal de la Inquisición

Haim Bernart, Los Conversos ante el Tribunal de la Inquisición

En el seno de la comunidad judía, surgieron discursos que legitimaron la diáspora sefardí como superior a cualquier otra, incluso a las bíblicas, y por supuesto a la diáspora de los judíos que luego llamaríamos ashkenazíes y del resto de Europa. Textos como el Kitab al-muhadara wa-l-Mudakara escrito en árabe por el granadino Moshé ibn Ezra a finales del XI o comienzos del XII, afirmarían la superioridad de la diáspora andalusí por ese supuesto origen aristocrático de los llegados aquí, y de ella descenderían Samuel Haleví y sus familiares.

Texto del epitafio perdido de Samuel ha-Leví Abulafia, padre de Samuel ha-Leví, publicado por Cantera Montenegro y Millás Vallicrosa en «Las inscripciones hebraicas de España», 1956

Por eso, siguiendo las ideas de Daniel Garrido, es posible sugerir que un lema escrito en árabe junto a los escudos de Samuel en una sinagoga sobre suelo cristiano reafirmaría la procedencia de Jerusalén a través de Alándalus de los Haleví. No hay que olvidar el segundo apellido de Samuel Haleví, Abulafia, del árabe Abu l-Afiya, y que en el epitafio de su padre Meir y de otros familiares aparece completamente arabizado aunque escrito de forma aljamiada, con caracteres hebreos: Meir ibn al-Lawí (“Meir ha-Leví, descanse en gloria, apellido Abulafia ha-Leví, hijo del honorable R. Samuel ha-Levi, guíelo el espíritu de Dios, ibn al-Lawi”). El árabe y lo árabe como manifestación cultural, desposeída totalmente de sentido religioso, daba una patina de prestigio a la comunidad judía toledana que se sabía, como Maimónides en Córdoba, parte y heredera de una edad de oro cultural y científica vivida en las principales taifas de Alándalus.

 

Inscripciones fundacionales en el Hejal de la Sinagoga de Samuel Leví

Genealogía de Samuel Leví y escudo de Pedro I en el hejal de la Sinagoga de Toledo

La élite judía toledana, en definitiva, mantuvo intencionadamente esa herencia cultural y ese imaginario sobre Alándalus, conscientes de que les otorgaba un punto de distinción y un estatus distinto, unas formas propias de actuar y de mostrarse, para así poder desenvolverse entre iguales con las élites castellanas. Un imaginario que se mantuvo vivo y es apreciable no sólo en la arquitectura y la estética, sino también en la filosofía, la poesía y la literatura.

Satah Stroumsa Andalus and Sefarad

Satah Stroumsa, Andalus and Sefarad

 

Alándalus y Sefarad: convergencias y divergencias literarias en la España islámica.

Es un clásico hablar de Yehuda Haleví como uno de los referentes literarios de ese judaísmo andalusí de los siglos XI y XII. Gran parte de su vida la pasó en Córdoba hasta que fue invitado por Mosé ibn Ezra a Granada, y allí gozó de la protección y amistad de uno de los mejores poetas y filósofos, además de rabino, de Alándalus. En Granada compuso gran parte de sus poesías amorosas, florales, festivas y fiesteras de sus años más jóvenes, que fueron madurando y volviéndose más sobrias con el paso del tiempo y con el conocimiento de otras comunidades judías como la de Toledo, de la que formó parte durante años.

Contra la víctima de tu amor arrecia el combate,
inflama el querer con el fuego de la distancia.
Me desdeñas, ¡por eso blandes contra mí la lanza!;
También siento yo hastío de mi alma, ¡desenvaina!
¡Hermosa doncella!, no conviene que tu amado esté cautivo,
acércate y aleja el carruaje de la ausencia.
¡El lecho de mis penas troca en gozoso tálamo,
y da a gustar a tu amante leche y miel!

Poco a poco, los temas más filosóficos y éticos fueron cobrando peso en sus poemas, sin duda también condicionado por un hecho que comenzaba a percibir en su madurez: que no todo eran mujeres, vino y fiestas, que la situación de los judíos empeoraba con la llegada de los almorávides y que corrían años recios de persecuciones y desgracias.  El mayor celo religioso comenzó a revestir sus poemas, que plasmó en una obra que también escribió en árabe. Con el nombre original de Kitâb al-ḥujja wa’l-dalîl fi naṣr al-dîn al-dhalîl, conocida en hebreo como Sefer ha-Kuzarí, defendía la superioridad ética del judaísmo frente al cristianismo y el islam y que los judíos eran el único pueblo elegido. Mal momento para obras de polémica y apologéticas formando parte de una minoría perseguida como la suya. Al igual que Ibn Ezra, Yehuda huyó de un Alándalus intransigente que ya no reconocía, se embarcó hacia Alejandría, y murió poco después.

En el Kuzarí encontramos una fotografía deliciosa de cómo la comunidad judía vivía su año litúrgico, con sus fiestas y ayunos, con su observancia de los rezos a diario y los elementos que deben acompañar a la oración, etc. Desde los “días temerosos” (Yamim Noraim) y fiestas solemnes hasta las fiestas menores. Todo el ciclo litúrgico y las costumbres de celebración del Pésaj (la Pascua) el Sukkot (las Cabañuelas), Yom Kippur y otras fiestas que recuerdan tanto hechos históricos como milagrosos, entre las que se encontrarían Purim, Tu-Bisbat y Janucá, la fiesta de las luces que ha dado comienzo esta misma semana.

Januká o «la fiesta de las candelillas» tras la expulsión de 1492.

El domingo, durante el encuentro para la celebración del encendido de luces en la Sinagoga de Samuel Leví, Esther Bendaham recordaba a los asistentes que Janucá no era en absoluto una fiesta ajena a la ciudad de Toledo, sino todo lo contrario. Durante de mil años, entre los siglos IV y XV de forma legal, las “candelicas” y luces de esta fiesta iluminaron salones y ventanas de la ciudad, cuando la comunidad judía formaba parte de ella. Pero también mucho después, a pesar de la prohibición de 1492 y la expulsión y conversión masiva y forzosa de decenas de miles de familias judías.

Eleazar Gutwirth mudéjar toledano

Eleazar Gutwirth: Identities, letters and numbers in Toledan Synagogues

Como cuentan Yosef Kaplan y Eleazar Gutwirth, aquella tradición legendaria que unía a los judíos castellanos con el linaje del rey David a través de Alándalus y de su integración en la cultura árabe hispana, no sólo no murió con la conquista castellana de la Tulaytula islámica sino que se mantuvo durante siglos. La sinagoga de Samuel Leví es el mejor testigo para comprobarlo en el siglo XIV, y razonamientos como los de Isaac Abravanel, desterrado de su tierra en 1492 y asentado en Italia, lo son incluso para el XV, cuando la comunidad sefardí comenzaba a dotarse de una identidad común y a la vez múltiple en la diáspora que les disgregó por el Mediterráneo. Abravanel escribió con un alto grado de fantasía que “Pirro es quien trajo a Sefarad habitantes de Jerusalén pertenecientes a las tribus de Judá, Benjamín, Simón, levitas y sacerdotes (…) Una es la provincia llamada hoy Andalucía, en una ciudad que en aquellos días era una gran metrópoli judía y que los judíos denominaron Lucena (…) La segunda provincia fue la tierra de Toletula a raíz del trajín (tiltul en hebreo) que tuvieron desde Jerusalén hasta allí, puesto que los cristianos la habían llamado con anterioridad Pirrizuela y no Toletula como la llamaron los judíos que allí se radicaron (…) No cabe duda de que en aquellos días dieron al resto de las ciudades próximas a Toletula también nombres de ciudades de Israel, mas con el correr del tiempo estos nombres se perdieron y se cambiaron, conservándose hasta el día de hoy tan sólo tres como testimonio del resto”.

A la vez que Abravanel escribía con una mezcla de odio y nostalgia sobre una tierra que era la suya y de la que se les había expulsado, el Tribunal de la Inquisición comenzaba a engrasar su maquinaria represiva buscando el disciplinamiento absoluto de los que eligieron bautizarse y quedarse en sus ciudades y pueblos. Después de siglos de convivencia (y de no poca colaboración de muchos judeoconversos), la inquisición tenía una radiografía perfecta de la comunidad judía, de sus ritos y fiestas, de su calendario litúrgico, y por tanto sabía cómo detectar la práctica del judaísmo clandestino a través de sus manifestaciones externas. Importaba menos la privacidad de la fe que el hecho de que públicamente se desobedeciese: apariencia externa frente a espiritualidad interna. En los Edictos de Fe que se repartían y leían públicamente para que la gente supiera cómo reconocer a una persona acusada de herejía (quienes practicasen el judaísmo después de su prohibición lo eran), se describía a la comunidad judía que seguía “la Ley de Moysen” a partir de sus ritos y se animaba a la población a denunciarlos si sabían  “o habéis oído decir, que alguna, o algunas personas hayan guardado algunos Sábados por honra, guarda, y observancia de la ley de Moysen, vistiéndose en ellos camisas limpias, y otras ropas mejoradas, y de fiestas, poniendo en las mesas manteles limpios, y echando en las camas sabanas limpias por honra del dicho Sábado, no haciendo lumbre, ni otra cosa alguna en ellos, guardándolos desde el Viernes en la tarde [celebración del Sabath]. O que hayan purgado, o desgrasado la carne que han de comer, echándola en agua por la desangrar [alimentación kosher]. (…) O que hayan ayunado el ayuno mayor, que dicen “del Perdón, andando aquel día descalzos [Yon Kippur]. (…) O guardasen en la Pascua de las Cabañuelas, poniendo ramos verdes, o paramentos, comiendo y recibiendo colación, dándola los unos a los otros. O la fiesta de las candelillas, encendiendo una a una hasta diez, y después tornándolas a matar, rezando Oraciones judaicas en los tales días…”. Las mismas candelillas que representaban la luz que se celebraba y hoy se celebra en Janucá y que más allá de la vigilancia inquisitorial, muchas familias siguieron celebrando.

Edicto de Fe de la Inquisición, 1703

Primeras páginas de un Edicto de Fe donde se señalan las prácticas judeoconversas de la «Ley de Moysen»

Edicto de Fe de la Inquisición, 1703

Edicto de Fe de la Inquisición, 1703

Hasta donde podían y la asfixia vecinal e inquisitorial les dejaba, muchas familias judeoconversas mantuvieron la voluntad de seguir siendo judías. El hebreo se fue perdiendo, la posibilidad de mantener un calendario litúrgico exacto también, y por supuesto cualquier tipo de celebración comunitaria y pública. La práctica del judaísmo se limitó a algunos supuestos básicos (ayunos, oraciones, festividades concretas) siempre en la intimidad de la familia y el grupo de amigos cercano. Como contaba Cecil Roth en relación a los judeoconversos portugueses, algunos de ellos asentados en Toledo desde que en 1580 la inquisición comenzase a perseguirlos sistemáticamente, la historia de los Macabeos, con la celebración de la resistencia judía contra los gentiles, gozó de una cierta suerte entre lectores “marranos”, como demuestra el hecho de la edición de la obra La Machabea de Estrella Lusitano, dedicada a ese tema, ya que la historia es el origen de la fiesta de Janucá. Más de un siglo después, la fiesta de Janucá seguía formando parte de la memoria colectiva de algunas familias judeoconversas, mencionada en algunos procesos inquisitoriales que desafortunadamente son parcos en noticias que nos permitan conocer cómo lo celebraban en la intimidad.

Afortunadamente para las comunidades sefardíes expulsadas de España y Portugal, otros territorios alejados de Castilla y de esa obsesión racista (como la definió Mercedes García Arenal) que fueron los Estatutos de Limpieza de Sangre, fueron mucho más permisivos. En Livorno o Venecia, por ejemplo, se asentaron muchos de ellos y durante el siglo XVI y XVII sirvieron como agentes de mediación cultural y comercial (brokers diríamos hoy) por todo el Mediterráneo. Muchos jugaron con dos identidades o incluso más, dependiendo de si pisaban tierra católica o musulmana, y de cómo de lejos estaban de la metrópoli de la Monarquía Hispánica. Por Livorno pasaron judíos como Luis de Isla, nacido en Illescas y expulsado en 1492, a quien podemos seguir la pista gracias a su propio relato en el que narró cómo en Italia frecuentó a otros judíos de Murcia y Guadalajara asentados en Ferrara que mantenían su fe y costumbres y con los que “me fui a comer con él un sábado, y comimos carne guisada del viernes para el sábado, cocido con unas empanadas de peces”. Ya en el siglo XVII, Livorno también fue parte de una red de comerciantes (y contrabandistas) de tabaco por toda Europa, de la que Toledo formó parte con no pocos judeoconversos vecinos del barrio de San Nicolás, y que distribuían de extraperlo tabaco que entraba por Cádiz y Sevilla por Alemania, Francia y Holanda. Muchos de estos judíos servían como criados a los virreyes españoles de Nápoles, y comerciaban para ellos con libros prohibidos que gracias a sus redes de contactos podían ser accesibles a intelectuales y eruditos católicos ansiosos de los nuevos saberes filosóficos y científicos europeos prohibidos por los índices de libros inquisitoriales.

Lámpara de Hanuká procedente de Livorno, siglos XVII-XVIII museo sefardí de Toledo

Lámpara de Januká de Livorno en el Museo Sefardí de Toledo.

A alguna de aquellas comunidades de españoles en el exilio, pues eso fueron siempre los sefardíes expulsados, pertenecería esta janukia conservada en el Museo Sefardí de Toledo. Lámparas o candelillas que se encendían día a día emulando la victoria de la luz frente a la oscuridad y conmemorando un episodio victorioso y festivo para el pueblo judío hace más de 2.000 años, cuando los macabeos derrotaron al rey Antíoco y consiguieron consagrar el templo de Jerusalén para el culto judío. Para esa consagración retiraron todos los ídolos paganos y procedieron a encender la menorá, el candelabro y símbolo ritual máximo del judaísmo, contando con aceite suficiente apenas para un día. Fue entonces cuando se produjo el milagro y el aceite alimentó la menorá durante 8 días distintos, encendiéndose todas las velas día a día, como hoy se recuerda en la fiesta. El domingo, de nuevo, esas candelillas volvieron a encenderse en Toledo.

¡Jag Janucá Sameaj!

 

[La mejor manera de que puedan llegarte las entradas que publico es suscribirte al blog. Hazlo aquí (si aún no lo has hecho), y así no te perderás ninguna. Y cuando la recibas y leas, anímate y participa con algún comentario]

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies