En el Museo del Greco de Toledo se conserva un cuadro con una leyenda escueta en la parte superior: Auto Público de Fe en la Santa Inquisición de Toledo. Año de 1651.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/Madrid_School_-_Auto-da-fe_-_Google_Art_Project-1024x767.jpg)
Auto de Fe de enero de 1651 (Museo del Greco, Toledo).
El final de la Navidad de 1650 se celebró en Toledo con una enorme fiesta: un auto de fe inquisitorial en el que fueron penitenciadas 83 personas. Uno de los asistentes fue el historiador José de Pellicer, que salió de Madrid un día antes para ser parte de lo que hoy nos cuesta entender que fuera una fiesta, tan cargada de sadismo como de reafirmación de una identidad colectiva. Al volver a casa y con fecha de 7 de enero escribió una carta a su amigo Juan Francisco Andrés de Ustárroz, también historiador, narrando de primera mano lo que vio. Y lo que vio no le gustó a él y hoy nos horroriza a quienes lo leemos.
Los Autos de Fe Inquisitoriales: pedagogía del castigo y escarnio público.
Estrictamente hablando el Auto de Fe era el final de un proceso inquisitorial: “la lectura pública y solemne de los sumarios de procesos del Santo Oficio y de las sentencias que los inquisidores pronuncian estando presentes los reos o efigies que los representen, concurriendo todas las autoridades y corporaciones respetables del pueblo”, como lo definió Doris Moreno, una de las mejores estudiosas de la Inquisición española. El proceso era siempre secreto, pero el castigo debería ser pedagógico y público, buscando el disciplinamiento colectivo pero también la celebración del éxito de la lucha contra la herejía.
El toledano Sebastián de Orozco recopiló las primeras noticias que tenemos de actuaciones inquisitoriales en Toledo desde el primer auto de fe, el domingo 12 de febrero de 1486. Aquel día “salieron en procesión todos los reconciliados que moraban en estas siete parroquias: San Vicente, San Nicolás, San Juan de la Leche, Santa Justa, San Miguel, San Justo y San Lorenzo. Los cuales eran hasta 750 personas, hombres y mujeres. Los hombres en cuerpo, las cabezas descubiertas y descalzos sin calzas. Y las mujeres en cuerpo sin cobertura ninguna, las caras descubiertas y descalzas como los hombres y con sus candelas. Y con el gran frío que hacía y de la deshonra y mengua que recibían por la gran gente que los miraba, y porque vino mucha gente de las comarcas a los mirar, iban dando muy grandes alaridos, y llorando algunos se mesaban, créese más por la deshonra que recibían que no por la ofensa que a Dios hicieron”.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/Captura-de-Pantalla-2025-01-06-a-las-23.11.30.png)
Memoria de los Primeros Autos de la Inquisición de Toledo, por Sebastián de Orozco, s. XVI.
Así empezó esta historia, como una celebración espectacular que atraía a visitantes de fuera de la ciudad y que no dejó de evolucionar con el paso de los años. La Inquisición fue perfeccionando esta forma de escarnio público y castigo ejemplarizante, a la vez que teatral y festivo. Hoy nos cuesta entenderlo en ese contexto porque el sadismo de la violencia pública -afortunadamente- nos horroriza, pero los Autos de Fe fueron convirtiéndose con el paso de los años en eso, en una fiesta colectiva que resalta las esperanzas pero también los miedos compartidos de la comunidad.
Como han estudiado Consuelo Maqueda, Doris Moreno o Adelina Sarrión, el Auto de Fe se acompañaba de una escenificación teatral en la que se hacía visible también la jerarquía social. Nada era inocente. El tribunal en el centro del cadalso y las gradas verticales para cada uno de los reos en función de sus delitos y pecados, arriba los sentenciados a muerte, abajo los menos culposos. No hay más que ver el cuadro del Auto de Fe toledano de 1651, seguramente pintado algunos años después por alguien de la escuela de Francisco Rizi, aunque seguimos sin poder atribuirlo con certeza.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/Madrid_School_-_Auto-da-fe_-_Google_Art_Project-1024x767.jpg)
Auto de Fe en la Plaza de Zocodover de Toledo, 1 de enero de 1651 (Museo del Greco, Toledo)
Se levantaban cadalsos que llegaban a medir más de 60 metros ocupando laterales enteros de plazas, con tres niveles de gradas: para los reos, para los inquisidores y para otras personalidades o la justicia secular que asistía, y un cuarto lateral vacío para que sirviese de escenario abierto desde el que el pública asistente pudiera verlo. Un espectáculo total con guión, inciensos y aromas, rezos colectivos y música que lo acompañaba, como ha estudiado Clara Bejarano. Y con comida, pues los inquisidores invitaban a todas las autoridades civiles y religiosas allí congregadas, a veces de forma tan excesiva (empanadas, pescados fritos, ensaladas, barriles de vino, frutas de sartén, nueces e higos, etc.) que se tuvo que limitar varias veces el gasto de estas invitaciones. Pero aquello era una fiesta, y en las fiestas se gasta, se come y se celebra.
Las plazas se llenaban para asistir a los autos. Con muchos días de antelación se pregonaba por las calles la fecha en la que sería. El día de la celebración se prohibían las misas cantadas y los sermones, llevar armas o ir a caballo en los alrededores del lugar. Era un día solemne y nada podía quitar protagonismo y fuerza al Auto de Fe. Tenía que ir todo el mundo posible, tenía que salir todo bien, y para animar a la gente a ello se les entregaban indulgencias por cuarenta días para que llenasen las plazas. Todo contribuía a la percepción de un día excepcional, singular y festivo. Se fomentaba así que la gente viese en los reos esos comportamientos que se debían evitar, el modelo de todo aquello que no se debería ser en esa sociedad. Como recientemente han estudiado Juan Ignacio Pulido y William Childers, el triunfo de la inquisición fue implicar a los vecinos, hacerles partícipes a través de todo el proceso inquisitorial, desde las denuncias anónimas a la victoria en el Auto de Fe.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/20250106_231415-768x1024.jpg)
Juan Ignacio Pulido Serrano y William Childers (dirs.): La Inquisición vista desde abajo (2020)
Auto Público General de Fe que este Santo Oficio celebró en la Plaza de Zocodover, domingo, Día de la Circuncisión del Señor, primero de enero de mil y seiscientos y cincuenta y uno.
Pellicer escribió a su amigo Ustárroz el 7 de enero de 1651 una carta que comenzaba así: “Mi Señor y Amigo. Grandes naufragios tengo que contar a Vuestra Merced de mi viaje. Estuve viendo el Auto de Toledo. Sabrá Vuestra Merced que contenía setenta y dos penitenciados”. Pellicer contó mal, ya que no fueron 72 sino 83 los reos ese día, como sabemos por otro documento que voy a ir destripando en adelante: la Relación del Auto de Fe redactada por la propia Inquisición. Algo comprensible si atendemos a la siguiente frase: “Yo no sé cuánto se huelgan los que van a tales fiestas. Desde las cuatro de la mañana para coger lugar hasta las nueve de la noche por no tenerle para salir”. Un total de 16 horas harían imposible retener el número de gente que pasó por el cadalso.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/pellicer1-741x1024.jpg)
Carta de Pellicer a Ustárroz, 1 de enero de 1651 (Biblioteca Nacional de España)
Aquel auto se inició como todos, con un sermón en el que se ahondaba en los delitos condenados y que servía desde el primer minuto a esa función pedagógica y disuasoria evidente, a la vez que para exaltar la actuación del santo Oficio, que se presentaba así ante las masas como el garante de la seguridad espiritual de los presentes. Se tomó juramento a los reos y comenzaron a leerse sus sentencias.
“Treinta y una estatuas de quema; una de San Benito; huesos quemados; y dos para quemar vivos de los cuales uno pidió misericordia en el Teatro. Y por no estar relapso, fue desde allí vuelto a la cárcel. De los demás unos eran judaizantes, otros embusteros casados a dos y a tres veces; y uno cuatro y con una misma mujer en diferentes partes, por coger prebendas. Beatas, hechiceras, hubo Penitencias, corozas, Sanbenitos, azotes, galeras”.
La Mancha, la región de Talavera de la Reina y las costas de Málaga y Granada eran los lugares de procedencia de la mayor parte de estas personas.
Uno de los embusteros fue Don Carlos Manuel de Cárdenas, soldado de 45 años, que fingía ser ministro del Santo Oficio para obtener favores, uno más del largo historial de oportunistas que van desde tiempo inmemorial a los Pequeños Nicolases y Aldamas de ahora. Nueve mujeres acusadas de hechicería, una de ellas con una historia asombrosa. Antonia Ruiz, de Almodóvar del Campo y vecina de Talavera, tres veces viuda y “de edad de cien años”, fue reprendida en público, desterrada de Toledo, Madrid y Talavera al menos a seis leguas de contorno y se le prohibió seguir curando a otras personas. Los bígamos venían de Santiago de Compostela y de Extremadura. María Bautista, criada de la Duquesa de Mantua, fue la mujer a la que Pellicer definía como beata, sentenciada por “alumbrada, hipócrita, de fingida santidad y singularísimas revelaciones” y por ello fue penitenciada y obligada a abjurar en público.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/portada-1024x658.jpg)
Relación del Auto de Fe de 1651 (Archivo Histórico Nacional)
Las personas anteriores cometieron delitos menores que implicaron castigos menores. Nadie fue torturado ni sentenciado a castigos físicos, cárcel o confiscación de bienes porque el Auto de Fe del 1 de enero de 1651 coincidía con “el día de la Circuncisión de Cristo” a la vez que se celebraba la militante persecución al judaísmo en los reinos peninsulares de la Monarquía Hispánica. No es inocente la elección ni la condición de los reos: de las 83 personas penitenciadas, 62 fueron acusadas de practicar el judaísmo en la intimidad.
Familias enteras fueron procesadas, encerradas en la cárcel de por vida y confiscadas sus haciendas. Sin entender ese componente de lucha política y de rivalidad económica entre elites, no se entenderán las tensiones que permitieron a muchas familias de judeoconversos portugueses asentarse en Castilla alentados por Olivares y, a la vez, perseguidos por la Inquisición. A todos se les confiscaron los bienes, aunque no todos pasaron por ese cadalso, como nos cuenta la propia documentación inquisitorial. Pedro Gómez, confitero portugués afincado en Talavera de la Reina, se ahorcó en la cárcel con un pañuelo, mientras que su esposa Blanca López, falleció de enfermedad en la cárcel. A ellos se sumó un grupo de más de 30 personas acusadas de lo mismo, que consiguieron huir a tiempo antes de ser detenidas. Tanto a unas como a otros se les juzgó igualmente pero en efigie o estatua, con una especie de muñeco que simbolizaba su cuerpo y era sacado al cadalso para leerle la sentencia y condenarle públicamente, confiscándole sus bienes. Pedro y Blanca fueron los dos de los “huesos quemados” que decía Pellicer, con sus restos subidos al cadalso y posteriormente calcinados para completar la sentencia.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/pedro-y-blanca-1024x868.jpg)
Relajados en Estatua: Pedro Gómez y Blanca López (Archivo Histórico Nacional)
Lo que hoy llamaríamos “industria de la moda” fue descabezada en gran medida: lenceros, sastres, mercaderes de telas y de paños, tejedores de gasas, tratantes de jabón y cosméticos, etc., madrileños -de origen portugués la mayoría- fueron sacados al auto de fe. Ellos, sus mujeres y algunos de sus hijos, como también lo fueron muchos de los tratantes y mercaderes de tabaco. Cultivado en América, elaborado en Sevilla y vendido en toda Europa, generaba cantidades ingentes de dinero a quienes se hacían con los contratos que permitían su comercio, como han estudiado González Enciso y Figueiroa-Rego entre otros. Los gobiernos ibéricos no tardaron en darse cuenta de que había que aplicar recetas fiscales e intervenir de forma directa en el comercio a través del sistema de monopolio, sabiendo que eso les proporcionaría un caudal de dinero considerable. En 1636 se convirtió en un monopolio que controlaron distintas familias, muchas de ellas judeoconversas de origen portugués, que fueron cayendo en persecuciones como esta. Todavía el madrileño Jerónimo de Barrionuevo se hacía eco años después de este auto de que “no queda tendero de tabaco en Madrid que no lo prenda la Inquisición”.
Demasiado negocio como para no descabezar a estas redes de mercaderes y sólo en esa guerra comercial y financiera se entienden también esos Autos de Fe públicos en los que se elegía el día de la circuncisión de Cristo (rito propio del judaísmo y de los primeros cristianos, abandonado y luego perseguido como señal inequívoca de judaísmo) precisamente para exhibir la persecución más severa contra los judíos, siempre acusados de “pueblo deicida” que traicionó y entregó a Cristo a la muerte.
Felipa Núñez fue una de esas personas relacionadas con el negocio del tabaco, y es un caso que siempre cuento cuando hacemos alguna visita guiada sobre la herencia judía y judeoconversa en Toledo. Vecina de la Calle de la Sierpe, de 30 años de edad y denunciada por el sacristán de la parroquia de Santa Justa, a apenas 100 metros de su casa, fue acusada de leer a escondidas libros prohibidos junto a otras familias de judeoconversos a los que reunía en su casa. Como el resto de acusados de judaizar fue castigada con la pena mayor de todas: la cárcel perpetua y la confiscación de todos sus bienes.
“Dos para quemar vivos”. Fin de fiesta y participación popular en los autos de fe.
Pellicer contaba a Ustárroz que hubo “dos para quemar vivos, de los cuales uno pidió misericordia en el teatro [cadalso], y por no estar relapso, fue desde allí vuelto a la cárcel”. Ese arrepentido y devuelto a la cárcel fue Antonio Gómez Borjes, también mercader de lienzos y telas, también de origen portugués y también vecino de Madrid. Tenía 33 años y, entre tantos otros delitos, fue acusado de haber azotado un crucifijo en compañía de otros, una acusación de sacrilegio habitual entre las fake news que servían para alimentar el antijudaísmo patrio, como últimamente están estudiando Cloe Cavero y Yonatan Glazer-Eytan. Durante su proceso permaneció seguro de su declaración, pero parece que ahí, en el cadalso, algo movió a los inquisidores a aceptar su arrepentimiento como cuenta Pellicer, y finalmente “pareció al tribunal suspender la lectura y ejecución de la sentencia por entonces, por parecer que el reo estaba convertido”.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/eguio-y-borges-1024x798.jpg)
Relajados [sentenciados a muerte] en persona. Juan Eguio y Antonio Gómez Borjes.
El otro condenado a muerte tuvo menos suerte. Se llamaba Juan de Eguio y Pellicer decía que era un “ateísta quemado vivo porque negaba todo lo que no veía”. La Relación del Auto de Fe es tan escueta que no permite entender por qué fue quemado: Juan Eguio, alias Juan Luis, de oficio clavetero de agujetas, soltero, natural de París, viandante, que residía en el Pardo. De 30 a 40 años. Por hereje pertinaz en diversos errores, en especial contra los soberanos misterios de la Santísima Trinidad y Encarnación, negando también la resurrección de la carne”.
Hay que ir a su proceso para conocer esos “diversos errores”, pero sobre todo la inclemencia del tribunal con alguien así. Eguio fue acusado de afirmar que Abraham era el primer hijo de Adán, que un cuerpo no puede resucitar, que los ángeles que bajan del cielo se pueden acostar con las mujeres que quieran y que si Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanza y estos mienten y pecan, entonces también Dios peca y miente. Decenas de proposiciones heréticas que la acusación fiscal resumía en una: Eguio decía que “cómo ha de creer en las cosas de la Fe, si no las ve”.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/Eguio-776x1024.jpg)
Proceso contra Juan Eguio (Archivo Histórico Nacional)
Lo terrible de este suceso es que Eguio sirvió como chivo expiatorio para tener al menos a una persona a la que sentenciar a muerte en público y unir en un espectáculo la fiesta colectiva con la pedagogía inquisitorial y la coacción psicológica. Y como en todo espectáculo con público enfervorecido, el final sólo puede ser apoteósico.
Eguio estaba sólo, era francés y estaba loco. La Inquisición lo sabía porque en su proceso se conserva un informe de Don Luis de Lira, alcalde de Toledo y Secretario de la Inquisición, que reconoce que varios médicos han visto a Eguio durante su presidio y todos “han declarado estar loco y falto de juicio natural, y que de su cura toca y pertenece al Hospital de los Locos de esta ciudad”, el que hoy conocemos como Hospital del Nuncio Viejo, junto a la calle que aún recuerda el nombre.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/EguioLoco-724x1024.jpg)
Informe médico sobre Juan de Eguio y su locura (Archivo Histórico Nacional)
Dio exactamente igual este informe que pedía que Eguio fuese llevado a un hospital a ser tratada su locura. La Inquisición le sentenció a muerte. En su sentencia podemos leer que fue sacado al Auto de Fe del 1 de enero de 1651 y una vez que se le leyó la sentencia, fue entregado al alcalde mayor de la ciudad para que le ejecutase. Pero no salió como se esperaba.
Ni su proceso ni la Relación del Auto de Fe dicen qué pasó después, pero Pellicer estaba allí para contarlo. Y lo que sucedió no puede ser más desagradable. Eguio tuvo que ser conducido a la hoguera, rodeado de una turba de asistentes enfervorecidos que le verían quizá gritar resistirse a ser quemado vivo. Pellicer cuenta que con “él se holgaron los muchachos lindamente, porque estando en el fuego se quemaron las sogas y él [Eguio] echó a correr. El Verdugo le asió con los garfios y le volvió arrastrando, y la canalla pueril le mató a pedradas”.
![Auto de Fe](https://tulaytula.com/wp-content/uploads/2025/01/pellicer2.jpeg)
Carta de Pellicer a Ustárroz, 1 de enero de 1651 (Biblioteca Nacional de Madrid)
En el debate que atraviesa toda la historiografía sobre la Inquisición, y que intenta dilucidar hasta qué punto la población se identificaba con toda la maquinaria represiva del Tribunal, cuesta pensar que no lo hacía a tenor de noticias como esta. Pellicer no parecía aprobar lo que veía, pero de la denuncias que iniciaban los procesos a los autos de fe que los finalizaban, se puede apreciar sin duda un patrón de aprobación en la participación festiva de gran parte de la sociedad, como han estudiado Pulido y Childers recientemente. La Inquisición era extremadamente cercana para las gentes corrientes.
La «canalla pueril», los niños, jugando a matar a pedradas a un loco que huía del fuego mientras miles de personas observaban y celebraban. Así despidió la Navidad de 1650 la ciudad de Toledo y dio la bienvenida al Año Nuevo de 1651.
[La mejor manera de que puedan llegarte las entradas que publico es suscribirte al blog. Hazlo aquí (si aún no lo has hecho), y así no te perderás ninguna. Y cuando la recibas y leas, anímate y participa con algún comentario]
Magnífica y terrorífica entrada, Felipe. No puedo dejar de recomendarte este artículo que un colega del Colegio de México dedicó a los autos de fe de la Inquisición en Nueva España:
https://historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/703/703_04_09_autodefe.pdf
Querido Iván,
Cómo me alegra que me digas que eres amigo de Gabriel. Tengo algo que ofreceros. Te escribo por privado 😉
Felipe,
Ayer leí tu artículo y me impresionó tanto que no pude ni tan siquiera comentarlo.
Hoy leo el artículo que recomienda Iván Escamilla sobre los autos de fe de la Inquisición en Nueva España. En dicho artículo se comentan autos de fe también en Goa.
Mi ignorancia situaba la actuación de la Santa Inquisición en Europa y ahora se extiende a los países europeos y también a sus colonias.
¡Qué horrible aprendizaje!
Amor,
La Inquisición era la única institución de la Monarquía hispánica, diría que junto a la corona, que compartían todos los territorios. Y en el tiempo de integración de Portugal en la Monarquía, los autos de fe y el «disciplinamiento» se extendieron a la vez. Efectivamente, es una historia compartida.
Todo lo que venga de Iván, que por si no lo conoces es El Cronista Novohispano en RRSS, es siempre una buena recomendación 😉
Muchas gracias por tus comentarios.
A ti, siempre 😉