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Parafraseando al célebre historiador José Álvarez Junco en el título de este artículo -y con ligeras modificaciones del potente libro de Hobsbwamn y Ranger La invención de la tradición -, uno de los elementos más fascinantes de la etapa decimonónica fue la construcción de un discurso de legitimidad basado en el romanticismo de un pasado que siempre fue mejor, para naciones que, según parece, existen desde los albores del tiempo. En el caso español, la construcción de la identidad nacional ha chocado con un ente geográfico y cultural difícil de hacer desaparecer -a pesar de los esfuerzos- que se llama al-Ándalus. Sencillamente porque la Edad Media “española” no se desarrolló con los parámetros tradicionales -y construidos también, qué duda cabe- que se tomaron en Alemania, Francia o Inglaterra. Sin embargo, el modelo a seguir era el europeo y Europa no consideraría como propio el pasado árabe, no solamente de España, si no también de Italia -que por cierto, poco ha conservado salvo algunos ejemplos sicilianos-.

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Mezquita de Córdoba por Edwin Lord Weeks (The Walters Art Museum, Baltimore)

No obstante, el discurso nacional no es exclusivo de los “países occidentales”, también lo encontramos en las reivindicaciones de las naciones de mayoría islámica y muy especialmente en el discurso integrista de defensa del “Imperio Islámico”, problemática que no nos corresponde tratar pero hay que tenerla en cuenta. El imaginario islámico, paradójicamente, se ha legitimado precisamente en el ente cultural andalusí, y algunas de sus reivindicaciones alimentan también el pensamiento nacionalista español de “unos que nos conquistaron y nosotros los echamos”. Y en el otro punto “nosotros os conquistamos y vosotros nos echasteis”, creando una narración histórica muy poco positiva, construida, y que falsea el transcurso natural de ese macroconcepto que nos gusta llamar Historia.

Dicho esto, el mantenimiento de dicha narración histórica -la cual es difícilmente objetivable, empero se intenta desde la intelectualidad- también afecta en particular a la narración histórico-artística, y hace de algunos elementos -desde la iconografía, al material constructivo, pasando por elementos arquitectónicos- un ariete particular de justificación de un discurso u otro. De ese modo, la Historia del Arte se ha ido simplificando en una manipulada teoría de los estilos, válida durante el siglo XIX, que, en pleno siglo XXI y con lo que sabemos gracias al desarrollo contemporáneo de las técnicas historiográficas, roza la absurdez. Todo edificio, pintura, obra de arte, ha de ser contextualizada en espacio y tiempo, teniendo en cuenta no solamente la apariencia que externa si no, y mucho más importante, las razones que llevaron a sus impulsores a darle dicho aspecto, a seguir o no unas líneas modelo que “estaban de moda” y, en definitiva, encontrar soluciones al programa de necesidades que se demandaba. La teoría de los estilos ha dejado en la periferia -justo donde queda lo interesante- muchas obras de arte que no se corresponden con su departamento estanco específico y rompen, así, con el transcurso real, natural y en continuidad de la producción artística del pasado; sin embargo, el discurso construido queda perfectamente integrado.

Existen numerosos ejemplos con los que ilustrar lo que se acaba de explicar -porque es curioso, pero tanto la Historia del Arte como la Arqueología son ciencias empíricamente demostrables, a pesar de su contradicción, en ocasiones, con las fuentes escritas- como la desaparición de los manuales de historia medieval de la Iglesia de San Román de Toledo (foto que encabeza este artículo), el discurso del arte mudéjar o del mozárabe, etc., y, por supuesto, la utilización del arco de herradura.

 

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Reconstrucción de la Basílica de Algezares de Murcia

El arco de herradura es un elemento constructivo que en el imaginario colectivo sigue siendo genuinamente árabe, islámico, o todo junto. De hecho, si buscamos en google “arco de herradura” encontramos dos cosas muy curiosas: primero, “arco islámico”, segundo “arco hispanomusulmán”, en dos definiciones que podríamos considerar nacional-religiosa y localista -porque después nos sale la definición de arco hispalense, sevillano-.

Aunque parezca imposible, el arco de herradura encierra todo un discurso de justificación polarizada de la narración de la conquista islámica y el posterior devenir de la medievalidad hispana. Por un lado, tenemos a los que defienden su origen y desarrollo en época visigoda; por otro, los que consideran su aparición fruto del ingenio de los arquitectos sirios-omeyas.

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San Juan de Baños, siglo VII (Baños de Cerrato, Palencia)

El arco de herradura de época visigoda tiene sus primeros ejemplos conservados en la etapa católica curiosamente, puesto que las primeras basílicas que se conservan de los ss. V-VI mantienen la estructura romana de basílica con atrio dividida interiormente en tres o cinco naves separadas por sendos arcos de medio punto -Basílica de los Algezares (Murcia), Basílica del Tolmo de Minateda (Hellín), Basílica dels Banys de la Reina (Calpe), Basílica de Marialba (León), etc., a pesar de que muchas de ellas quedaban en el territorio bizantino-. Sin embargo, parece ser que es a partir de finales del s. VI cuando se advierten las iglesias visigodas con el desarrollo del arco de herradura, coincidiendo con la conversión del rey Recaredo al cristianismo católico. Sería muy atrevido, dada la escasa información, afirmar que el arco de herradura tiene su desarrollo original a partir de la instauración definitiva de la liturgia hispanovisigoda, pero hay importantes coincidencias que sería interesante investigar. Así pues, no podemos establecer un origen claro de la utilización masiva del arco de herradura, pero sí parece ser que parte de la construcción romana -y concretamente del arco de medio punto- desarrollándose más de la media circunferencia y con un peralte curvo. ¿Por qué?, todavía no lo sabemos. Sí que parece claro que su geometría no afecta a su función constructiva, es decir, que si se elimina la exageración de la dovela basal -salmer- el arco sigue funcionando estructuralmente. Esto es fácilmente comprobable, porque existen numerosos ejemplos donde las inclemencias del tiempo han destruido esas dovelas y el arco sigue en pie, cumpliendo su cometido.

 

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Baños de la Alhambra

Yendo a otro tipo de cuestiones, las formas arquitectónicas se han utilizado como imagen fundamental y de legitimidad en la representación artística en diferentes sociedades. En el caso que nos ocupa, del arco de herradura, no se han hallado edificios religiosos de los ss. VI-VII con esta tipología de arco fuera del ámbito de la Península Ibérica. No así en la ilustración de manuscritos, donde diversos tipos de listas de nombres se enmarcan dentro de sendas arquitecturas y, particularmente, dentro de arcos de herradura. Tenemos ejemplos en la ilustración angloirlandesa, por supuesto en el reino visigodo y en el mundo siríaco, como demuestra el Evangelario de Rábula. Es decir, que la imagen del arco de herradura aparece en todo el ámbito tardoantiguo mediterráneo en la ilustración de manuscritos, pero no en arquitectura, por lo que se ha considerado un invariante castizo peninsular o “español”-en referencia a aquel visigodo, que no el califal-.

Contextualizado el posible origen del arco de herradura muy brevemente, es momento de preguntarse: ¿por qué lo toma el mundo islámico como imagen fundamental de su cultura, sobre todo en época contemporánea? Hay que tener en cuenta diversas consideraciones: la Mezquita de Córdoba como buque insignia no solamente del arte islámico, sino como elemento de recuperación en parte de la imaginería islámica popular; en segundo lugar, el mantenimiento de una forma arquitectónica que nace en un entorno supuestamente cristianizado -al menos así lo percibimos en la época actual- dentro de la arquitectura andalusí islámica, pero también en la arquitectura andalusí cristiana; en tercer lugar, el poco impacto visual que han tenido otro tipo de elementos arquitectónicos, y arcos particularmente, originados en el califato de Córdoba, en el califato almohade o en el reino nazarí; por último, que los primeros padres de la historia del arte española lo califican de elemento genuinamente árabe, y de ahí el discurso decimonónico del arte mudéjar, mozárabe, etc.

 

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Evangeliario de Rabula, siglo VI (Biblioteca Mediceo Laurenziana, Florencia)

Especial mención merece ese epígrafe de la Mezquita de Córdoba, que nos ayuda a explicar lo expuesto en el párrafo anterior, y toda la polémica que sigue despertando su consideración como mezquita-catedral, parece ser que se utiliza como arma para legitimar un sistema religioso sobre otro. Sin embargo, para ser relativamente serios, hemos de tener en cuenta que este edificio es el primero que en consideración religiosa representa el Islam en la Península Ibérica, más cercano por cierto al año 800 que al 711, puesto que la primera fase se construye hacia el 786. Además, es un edificio que se toma en consideración contemporánea en conjunto, cuando ha sido de las construcciones más sometidas a modificaciones y a una continuidad constructiva difícil de advertir en otro tipo de edificios.

Es un edificio fundamentalmente hispano, de corte tardorromano, que mira hacia las construcciones hispanas -no a las sirias o egipcias ubicadas tradicionalmente dentro de la órbita omeya- como nos dice la interpretación de su planta. De modo que sí, es islámico, pero su inspiración no es islámica -tampoco lo es la de la Mezquita de los Omeyas de Damasco, rigurosamente, aunque se acuda a la leyenda de la Casa del Profeta en Medina-, es decir, la Mezquita de Córdoba no aporta ningún tipo de novedad constructiva. Muy probablemente sus arquerías se inspiraron en el Acueducto de los Milagros de Mérida, donde los arcos encostillados inferiores podrían recordar a los arcos de herradura pero con un cierre menos pronunciado. No obstante, el discurso de legitimación del arco de herradura “califal” en la Mezquita de Córdoba se debe a la construcción del monumental mihrab de la ampliación a finales del s. X del califa al-Hakam II. Pero en esta ampliación también tenemos el desarrollo de los arcos polilobulados de la maqsura , un arco que no se había visto anteriormente en el entorno peninsular.

 

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Mihrab de al-Hakam II en la Mezquita de Córdoba (siglo X)

Por la enorme proyección visual que provocó la Córdoba califal, legitimada en el reino visigodo y en el anterior legado de Roma, la colocación de arcos de herradura con un cierre mucho más desarrollado aparece en todo el entorno peninsular andalusí islámico y cristiano, como bien nos demuestra la Iglesia de Santiago de Peñalba (Ponferrada), así como los arcos polilobulados en la arquitectura medieval cristiana -románico-, aunque estos últimos no tienen apenas presencia en los países de mayoría islámica en la Edad Media ni los han tomado como algo propio a reivindicar, habiendo sido creados en un entorno califal.

 

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Iglesia andalusí de Santiago de Peñalba (Peñalba de Santiago, siglo X)

Para finalizar, habrá que acercarse en tiempo a la época que nos ha tocado vivir, donde por el momento se mantiene la creencia popular que asocia el arco de herradura con un elemento puramente islámico o árabe -confundiendo por cierto el término religioso con el identitario, cultural y lingüístico-. Sin embargo, esta consideración pertenece más a la visión romántica del pasado español en el siglo XIX -y el empeño de exotización y orientalización de la Península Ibérica- que al pasado medieval. Así pues, en los manuales generalmente encontramos el arco de herradura como arco “árabe”, “mahometano”, “sarraceno”, “musulmán”, y en muy pocas ocasiones como visigodo, puesto que en este momento se considera que las iglesias tardoantiguas visigodas eran posteriores a la “conquista islámica” y fueron construidas por la resistencia cristiana -mozárabes-, discurso que sigue vigente a pesar de las evidentes pruebas arqueológicas actuales. Tanto es así que algunos investigadores aún hablan del “canal de transmisión omeya”. Esta narrativa ha calado tanto en el nacionalismo español -que niega el pasado árabe peninsular- y en el nacionalismo neoislámico, que evidentemente hace que los musulmanes se consideren los padres de ese tipo de desarrollos arquitectónicos. También se apropian de los jardines, las albercas, los acueductos, etc., pero eso daría para otro artículo, aunque es preocupante que desde la administración se subvencionen prácticas aficionadas que promueven esta visión obsoleta de la realidad -en una de las últimas ferias del libro hispanoárabe, o más bien hispanoislámico, uno de los grandes logros era colocar un enorme arco de herradura en la entrada “porque es andalusí” (pero el término andalusí en este caso se refería a esos musulmanes que vinieron a civilizar a los hispanos, no en término inclusivo)- además de una gran amalgama de publicaciones religiocentristas proislámicas.

En definitiva, debemos empezar a separar lo político-religioso del hecho cultural en sí mismo, tan natural, tan humano. Y la Península Ibérica, traducida en Hispania, Sefarad o al-Andalus, ha sido un foco de recepción y de emisión cultural donde se ha producido una hibridación de frontera como en pocos lugares ha cristalizado. Recuperemos el genius loci.

 

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Mezquita del Centro Cultural Islámico de Madrid (siglo XX)

 

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La autora de la entrada de hoy es Belén Cuenca Abellán, historiadora del arte e Investigadora Predoctoral en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. En su tesis doctoral  está estudiando «La continuidad de la arquitectura andalusí: contexto y transferencias iconográficas», y está dirigida por Elena Muñiz Grijalvo y Emilio González Ferrín.

Podéis conocer mejor sus trabajos si seguís las actividades de la Asociación de Jóvenes Investigadores en Ciencias de las Religiones, de la que es presidenta, así como en su perfil de la red social Academia.

Elena Muñiz Grijalvo y Emilio González Ferrín.

Elena Muñiz Grijalvo y Emilio González Ferrín.

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