Calculo que sería el 31 de octubre de 1680 cuando se imprimió en Madrid la relación que os quiero enseñar en el post de hoy, y que ha estado olvidada (y sigue aún en precatalogación) entre los fondos de la Biblioteca Nacional. Justo dos días después del incendio que el 29 de octubre de 1680 arrasó gran parte del antiguo campanario, el «alcuzón», de la Catedral de Toledo. En forma de carta manuscrita saldría de Toledo hacia Madrid durante la mañana del día 30, llegaría a la corte esa tarde y sería rápidamente compuesta en el taller e impresa para comenzar a difundirse el día 31. Dos días después, como puede deducirse del último párrafo, en Madrid ya sabían que casi la mitad del campanario toledano se había hundido, que el chapitel hoy perdido que lo coronaba terminó derrumbándose sobre el claustro (de una forma muy cercana a la que la semana pasada pudimos ver en relación a Notre Dame de París), y que por las paredes del piso inferior corrían ríos de lava del bronce incandescente y derretido de las campanas originales.
Bronce que quizá correspondiese también al yamur original de la mezquita aljama de Tulaytulá, que el anónimo cronista define como «bolas de bronce» que coronaban el chapitel, y que quizá (siempre quizá, pues no hay prueba alguna que lo confirme) habían sido reutilizadas como en otras iglesias cristianas construidas a partir de -o sobre- los restos de antiguas mezquitas.
El incendio en la Catedral de Toledo
En un mundo de mentideros, avisos manuscritos y gacetas, este tipo de impresos menores buscaban dar cuenta rápida de la noticia, sin recreaciones tipográficas ni composiciones de textos estéticamente bellas. Tipos metálicos viejos y usados, ningún uso de tacos xilográficos o calcográficos ni de letras capitulares, sin grabados ni colores. Estos textos eran tan efímeros como lo fue el chapitel de la catedral que ardió en 1680, como lo son los periódicos de hoy. Leídos por la mañana y olvidados por la noche, su suerte generalmente era la basura y rara vez eran encuadernados y conservados. Por eso es especialmente valioso dar hoy con ellos, pues la producción de relaciones impresas que conservamos supone un porcentaje ínfimo en relación con las que tuvieron que imprimirse durante los siglos XVI y XVII. De esta en concreto, hasta donde he podido saber, existe otro ejemplar en el Archivo General de Palacio y una reimpresión que tuvo que hacerse pocos días después en Barcelona, por el impresor Vicenç Suirà, que se conserva en el Arxiu i Biblioteca Episcopal de Vic (Addenda (10/5/2019): Y al menos otra en Toledo, citada en la obra de Alfredo Rodríguez, Los Primados de Toledo, 1666-1709, Toledo, Ediciones Parlamentarias de Castilla-La Mancha, 2006, pág. 114). Para entonces, y como indica la propia relación, el taller madrileño que imprimió esta que os presento ya estaba esperando una nueva carta desde Toledo para ampliar la información, pues a la vez que esta comenzaba a imprimirse llegaban nuevas noticias de «que se han derretido otras dos campanas. Y que a las ocho de la noche del mismo día había bajado ya el fuego a hacer presa a una nave de la iglesia, y quedaba consumida gran parte de ella».
Veue de la grande eglise de Tolede (Vista de la Catedral de Toledo). Louis de Meunier y Nicolas Bonnart (1665-1670)
El fuego comenzó a las 12 de la mañana durante las tareas de mantenimiento del chapitel, cuando los latoneros encargados de ello bajaron de los andamios a la hora del almuerzo y dejaron encendidos los braseros. El aire, el descuido y la mala fortuna, como en Notre Dame, hicieron el resto. Desde la parte alta del antiguo chapitel el fuego fue destruyendo en vertical la parte alta del campanario, alimentándose de madera y convirtiendo en fuego el bronce que encontraba a su paso. Una vez que el chapitel se derrumbó en llamas cayendo hacia el claustro de la catedral, el fuego parecía incontrolable. Durante al menos 10 horas estuvo ardiendo la torre de la Catedral, según nos informa este anónimo periodista y testigo, lo que llevó a desalojar a los vecinos que vivían en las inmediaciones del claustro, desde Hombre de Palo («mandando desocupar a toda priesa las que contiene la Calle Ancha», como se le viene conociendo a toda esta arteria que cruza Toledo, al menos, desde el siglo XVI) hasta la plaza Mayor. La precisa actuación de los bomberos parisinos que, afortunadamente, sabían mejor que muchos tuiteros sevillanos y americanos cómo controlar el fuego, y la de los alarifes y peones toledanos «acompañados de muchos religiosos, cortando las maderas que pudieron, arrojando otras por las ventanas que de sí echaban abrasantes llamas» consiguieron controlar el incendio y que las únicas víctimas fuesen la aguja de Notre Dame de París y el chapitel de la Dives toletana. Durante horas, unos con sus brazos y todas las «religiones» (dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios, etc.) con sus rezos, trabajaron en conjunto para sofocar el incendio.
El anónimo cronista de aquel Toledo barroco y decadente cargaba contra los pecados cometidos por sus contemporáneos, buscando las causas e intentando entender los motivos que llevaron a Dios «con tan suaves golpes cuando nuestras culpas merecen severidades y desvíos de riguroso juez» a castigar a la Sede Primada con este incendio. Quizá fue entonces cuando se decidió aligerar las cubiertas de elementos combustibles, según explicó el deán de la catedral toledana, Juan Miguel Ferrer, hace unos días. Tranquiliza saberlo, pero siempre es bueno que estas desgracias sirvan para revisar todos los protocolos y planes existentes para la preservación del patrimonio.
Os dejo la transcripción (del texto relativo al incendio, sin incluir el primer párrafo que habla de las grandezas de la Catedral Primada) de la relación y todas las fotos.
BNE, VE/201/113, Relación verdadera en que se refiere la lastimosa ruina que padeció la Torre de la Santa Iglesia de Toledo, Primada de las Españas, con el fatal incendio que en ella hubo el martes 29 de octubre deste año de 1680. Dase cuenta de su principio, y de los daños que hizo el fuego. Las diligencias que se hicieron para atajarle, sacando en público el Santísimo Sacramento y saliendo en rogativa todas las religiones, con otras circunstancias que en este lastimoso lançe sucedieron.
No son capaces de lo sucinto de una relación los elogios que a esta Santa Iglesia pertenecen, y así dejando tanto asunto a más delgada pluma, pasaré a referir lo que sucedió el mierces [sic] 29 de octubre de este año en la gran torre de la dicha Iglesia, que en su fábrica, adorno y grandeza excede a las mayores de España, pues está observado que tiene tres varas más de longitud que la gran Giralda de la Santa y Metropolitana Iglesia sevillana. Compónese de tres cuerpos de antiquísima y relevante arquitectura, toda de fuerte cantería. El primero es cuadrado, y de hermosa vista y labores primorosas a lo Jónico, ocupando su anchuroso ámbito nueve sonorosas campanas repartidas en capaces nichos, y en medio la grande que pesa 424 arrobas. El segundo es ochavado y en el estaban dos grandes campanas, la una llamada San Ildefonso, que pesaba 300 arrobas, y la otra Santa Leocadia, que tenía 200 de peso. Sobre este sentaba el tercer cuerpo, que era el chapitel, también ochavado, moviendo en punta, contres majestuosas coronas, divididas a trechos en sus tres estancias, volando todas tres fuera del edificio más de dos varas, siendo su fábrica de hermosa talla, con tres dilatadas ventanas que daban su vista y su frente al Real Alcázar. Tenía el chapitel por último remate y adorno suyo una gran cruz de hierro cuyo tamaño es de seis varas de alto, y cuatro los brazos, formando su asiento sobre tres gruesas bolas de bronce que estaban colocadas en disminución.
El martes 29 de octubre, fatal y de tristes efectos en Toledo, estaban algunos latoneros aderezando algunas hojas de las que cubrían el Chapitel, para que las aguas no le recalasen, y a las doce del día se bajaron a comer, dejándose, confiados, los braseros de soldar encendidos. Y según se presume, como el viento es tan continuo en aquella eminencia, o lo que es más cierto, ser voluntad de Dios que así sucediese, se prendió de los braseros el fuego en las secas y antiguas maderas del Chapitel, y empezó a mostrar su voraz furia en punto de la una, con tal violencia y apresurado rigor que aunque se acudió al remedio al primer lance, con indecible prontitud, solicitando ansiosos los religiosos y seglares todos no pereciese alhaja tan preciosa y estimable, no fue posible conseguir el menor efecto favorable hacia su reparo. Antes parecía que las diligencias servían sólo de añadir materia al voraz elemento. Prodigios obraron los peones y oficiales de la iglesia, acompañados de muchos religiosos, cortando las maderas que pudieron, arrojando otras por las ventanas que de sí echaban abrasantes llamas, siendo milagro palpable no acabasen las vidas en medio de tan horrible y espantoso incendio. Que mucho se librasen de tan evidente riesgo, saliendo indemnes, y sin lesión alguna, si su cuidado era mirar por la casa de Dios y de su Amada Madre?
El Ilustrísimo Cabildo, viendo que los medios humanos no bastaban a detener el horrible incendio, acudieron fervorosos al socorro del cielo, sacando en solemne procesión al santísimo Sacramento, y llevándole con tiernos clamores a las casas del Ayuntamiento, a donde le colocaron con decente ornato, para que su divina vista sirviese de consuelo a tan grave aflicción y detuviese con su poderoso brazo la lamentable desdicha que probablemente amenazaba la tremenda furia de las llamas. Al mismo tiempo salieron las Religiones todas en procesiones públicas, y circundando la abrasada Torre y amenazada iglesia con repetidos tornos, alternaban en acordes y lastimosos acentos letanías y salmos, procurando con tiernas lágrimas aplacar a Dios, que cansado de culpas mostraba severos rigores. No fue infructuosa esta piadosa diligencia, pues obligado el señor destas públicas y cristianas demostraciones, y aplacando su ira a los ruegos de su bendita madre, y nuestra celestial reina, que con título de Sagrario es común refugio de los vivientes todos, revocó visiblemente la sentencia suya. Pues cuando se esperaba que la ruina que ocasionaba el fuego se desplomase hacia la parte del sagrado templo y sus vecinas casas, (mandando desocupar a toda priesa las que contiene la Calle Ancha, y las que circundan la iglesia hasta la Capilla de San Pedro y otras muchas que se hallaron más distantes y juzgaron los alarifes estaban expuestas al riesgo del destrozo, que al caer el chapitel, por instantes, con común asombro y sobresalto se temía), fue Dios servido que cayó hacia el claustro, y aunque con daño mucho, no con el que se temía, que fuera inexplicable lástima.
Abrasado el chapitel y destroncado todo, bajaron sus fragmentos al referido claustro, cayendo la gran cruz y bolas de bronce que su sagrado pie adornaban, derretidas en menudas gotas, y pasando la caliginosa furia al segundo Cuerpo de la Torre, donde estaban colocadas las dos campanas referidas de San Ildefonso y Santa Leocadia, las derritió con grandísima presteza, corriendo a todas partes crecidos arroyos de abrasado metal. Pues pesando ambas quinientas arrobas como ya queda dicho, se deja ver con evidencia clara el grave daño que haría tanta abrasada inundación.
Espérase más individual noticia de todo este suceso, con todas las circunstancias que han concurrido, y se ofrecerán hasta su fin, porque ha llegado aviso a esta corte de que se han derretido otras dos campanas. Y que a las ocho de la noche del mismo día había bajado ya el fuego a hacer presa a una nave de la iglesia, y quedaba consumida gran parte de ella. De todo lo cual y lo demás que hubiere acaecido en el referido abrasador incendio se dará segunda relación, cerrando esta con dar gracias a Nuestro Señor por tantos y tan eficaces avisos como es servido de enviarnos, tratándonos en todo como a hijos regalados, pues como padre nos recuerda con tan suaves golpes cuando nuestras culpas merecen severidades y desvíos de riguroso juez, que fuera el mayor mal de los males. Bendito sea su amor, por toda la eternidad. Amén.
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El documento no estaba olvidado. Aparece citado en Los primados de Toledo. 1666-1709, Toledo, Ediciones Parlamentarias de Castilla-La Mancha, 2006, p. 114.
Hola Alfredo. Muchas gracias por tu aportación. No conocía la obra y no encontré referencia alguna al impreso en internet, más allá de las referencias en CCPB. Ya está corregido.