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Desembarcar en el puerto de Tánger y subir por la Rue de la Marine hacia los zocos es el primer bofetón de realidad que me dio Marruecos cuando lo visité por primera vez hace ya muchos años. Tras pocos minutos allí ya se habían caído varios de mis prejuicios, uno en particular: aquello de que en los países musulmanes no existen iglesias. Existen, creo, en todos, y existieron muchas más que fueron reutilizadas como mezquitas, siguiendo la misma práctica española de convertir en iglesias varias sinagogas y mezquitas tras la conquista de Al Andalus. Apenas apreciable desde el puerto y sí claramente desde la Rue de la Marine, el minarete de la Gran Mezquita, antigua catedral cristiana, se alza sobre la calle coronado por un símbolo que debería resultar más familiar a quienes visitan Tánger (y todo Marruecos) desde España: el yamur.

Yamur de la mezquita Koutoubia de Marrakech  

Procedente del dialecto magrebí, yamur significa «el extremo del mástil», y no es más (ni menos) que la varilla con la que terminan los minaretes de las mezquitas, sobre las que se suelen insertar varias manzanas o bolas de tamaño descendente.  Khalid, un amigo de Meknés que nos acompañó a conocer Volubilis y Mulay Idris, nos contó una vez mirando el del santuario de Idris I que esas manzanas representaban a los tres grandes profetas del Islam: Moisés, Jesucristo y Mahoma. Aunque no existen pruebas que avalen esta creencia, me resulta tan bonita que no me resisto a dejarla por escrito. Lo cierto es que los yamures existieron en Al Andalus, en España, por centenares. Torres Balbás -siguiendo a Levi-Provençal- cuenta en su artículo sobre El Yamur de Alcolea y otros de varios alminares que el de la mezquita mayor de Granada era un gallo con las alas abiertas, conocido por los granadinos y las granadinas como farruy al-ruwah (el gallo del viento). Se ignora si las bolas respondían a alguna tradición religiosa o mágica, aunque es probable que su sentido estuviese vinculado con la suerte, a modo de amuleto y de protección. En el Rawd al-Qirtas se alude a un talismán de cobre amarillo con manzanas sobre la mezquita Al Karaouine de Fez (con varios yamures sobre algunos de sus tejados), que se decía que impedían a las serpientes entrar y criar en el interior de la mezquita. Mezquita y biblioteca cuya historia va unida a la de Fāṭima al-Fihrī, muchas veces descrita como la primera universidad del mundo y -además- fundada por una mujer, aunque no es del todo cierto. Otro prejuicio menos con el que volverte de Marruecos, ese que vincula Islam con sumisión femenina. También León el Africano, uno de los estudiantes de aquella mezquita y universidad, alude al ambiente mágico que existía en torno a las bolas de los yamures al describir el minarete de la mezquita de la alcazaba de Marrakech, que el pueblo nunca quitó porque consideraban que traería mal agüero.

Importado este gusto desde el Magreb, o trasladado desde Al Andalus a Marruecos, España contó con cientos de yamures coronando sus mezquitas. La de Córdoba no conserva el levantado en tiempos de Abderramán III en su minarete, que fue descrito en el siglo XII por el infatigable Al Idrisi como una estructura de tres manzanas coronando la cúpula, de oro las de los extremos y de plata la central. Sobre ellas, una pequeña granada. Tampoco se conserva el de Sevilla aunque la Giralda es en gran parte el minarete de la antigua mezquita. Su yamur fue diseñado por el maestro Abu l-Layt el Siciliano y su tamaño debía ser aún más impresionante que el de Córdoba, pues para colocar las esferas tuvo que ampliarse la puerta por la que accedía el muecín para llamar a la oración, desde la parte alta del minarete. En el siglo XIII la Estoria de España del toledano Alfonso X aludía al impresionante tamaño del minarete y del yamur, con tres esferas «tan grandes y tan de gran obra y de tan gran nobleza son hechas que en todo el mundo non podían ser otras tan nobles ni tales».

Fases de la Giralda por Alejandro Guichot.

A medida que avanzaba la conquista cristiana hacia el sur de Al Andalus muchas mezquitas fueron convirtiéndose en iglesias, y sus minaretes en campanarios tras llevarse a cabo las obras de ampliación necesarias para ubicar las campanas, que desde entonces sustituirían la voz del muecín. Así desaparecieron todos los cuerpos superiores de los minaretes, y con ellos el elemento que los coronaba y que aún corona masivamente las mezquitas andalusíes. ¿Pero qué pasó con los yamures? ¿Fueron todos destruidos? Es probable que la mayoría de ellos terminase desapareciendo, aunque muchos otros fueron conservados. Y otros, seguramente, siguen esperando un estudio sistemático mientras permanecen bajo la forma de una veleta cristiana. En el Museo Arqueológico de Córdoba se conserva el de la mezquita de Alcolea. También en Córdoba se conservan el de la iglesia local de Pedroche y en la iglesia de San Mateo de Lucena. En Granada, procedente de la cubierta de la iglesia mudéjar de Santa Ana, el antiguo yamur formaba parte de la veleta que corona la Capilla Mayor y que procede de la mezquita Almanzora o Masyid Ibn Tawba. La existencia de yamures originales en Castilla es más dudosa, y esto se debe únicamente a una falta de estudio sistemático de estas piezas que aún pueden apreciarse en varias iglesias. La espadaña del antiguo convento del Carmen Calzado, hoy sede del Archivo Histórico Provincial de Ávila, conserva uno de los más antiguos. El de la Catedral de Palencia es particular pues no existen muchos ejemplos de catedrales castellanas que cuenten con este remate en alguna de sus torres (si acaso las de León o, más lejana, la de Oviedo). Otros en Valladolid como los de las iglesias de Santo Domingo de Arévalo o la iglesia de San Pablo, sobre el que se asienta una veleta más moderna, reúnen también esa particularidad.

Lo cierto es que la falta de estudios interdisciplinares entre historiadores, arqueólogos y restauradores nos deja con un enorme vacío que impide afirmar cuáles de los existentes fueron reutilizados de las antiguas mezquitas y cuáles, simplemente, responden a una continuidad en los gustos estéticos del cristianismo medieval. Como tantas veces se ha dicho, los conquistadores militares de Al Andalus fueron conquistados culturalmente por el arte y la estética oriental, y es fácil suponer (aunque no seguro) que la estética del yamur fue adoptada durante los siguientes siglos a la conquista cristiana. El mudéjar en todas sus manifestaciones y su presencia en palacios e iglesias cristianas es la mejor prueba de ello. Por eso, para el caso de Toledo, resulta difícil afirmar si los yamures existentes son o no originales del periodo andalusí, si fueron realizados por y para las mezquitas empleadas por los mudéjares o, sencillamente, responden a esa continuidad de la estética artística del Islam gracias a su aceptación por la mayoría cristiana tras la conquista de la ciudad en el año 1085.

Yamur sobre la torre de la catedral de Toledo

El angosto trazado urbano de la ciudad, memoria aún más clara de su pasado andalusí que los yamures, no permite ver bien el detalle de las decenas de campanarios y torres toledanas, así que no puedo presentar de forma exhaustiva cuántos ni dónde se encuentran los yamures, sean o no originales. Aunque dos de ellos son especialmente interesantes y fácilmente visibles. Junto al del convento de Santo Domingo el Real, que quizá por la zona pudiera proceder de alguna casa o palacio andalusí de los muchos que había en ese barrio cercano a Bab al-Mardum, sin duda los de la Catedral y el Alcázar son los más llamativos. El de la Catedral puede decirse que siempre estuvo ahí. Los grabados más antiguos y las primeras fotografías que recoge el increíble blog Toledo Olvidado lo acreditan, aunque no he conseguido saber ni su procedencia ni el origen. Pero quizá sí su desaparición, si es que alguna vez se conservó, durante el incendio de 1680.

En este vertiginoso vídeo podéis ver el tamaño de las bolas o manzanas a partir del minuto 7:40, durante una restauración en 1951.

Mucho más curioso me parecen los de los cuatro chapiteles del Alcázar, no tanto por su nula vinculación con un pasado religioso, e incluso islámico (aunque en su interior se conservan restos de la antigua alcazaba de Tulaytulá), sino porque son absolutamente de nuevo cuño.

Nunca existieron. No aparecen en la vista de El Greco que muestra aún el antiguo alcázar de los Austrias. Tampoco en algunas de las fotos más antiguas conocidas ni en las de la guerra civil, cuando fue casi completamente destruido. Por eso es especialmente interesante que un símbolo de la guerra civil española e, inevitablemente, del uso político que el franquismo y el nacional catolicismo hicieron de él en las siguientes décadas, esté coronado en sus cuatro laterales por estos elementos de innegable regusto islámico y oriental.

Vistas de los chapiteles con los yamures desde el interior del Alcázar

Nos queda esperar ese estudio que nos aclare mejor cuántos de los que aún pueden verse coronando torres y campanarios son originales, y si en algún momento el arte gótico y mudéjar despojó de su sentido a este elemento para apropiarse sólo de su estética y apariencia. Originales o no, es innegable que los yamures, como las yeserías, las formas geométricas, la azulejería y tantas otras formas y estilos orientales e islámicos calaron hondamente en el arte cristiano. Son, en definitiva, una muestra más de cómo aquellos conquistadores cristianos cayeron rendidos y fueron conquistados por una cultura y un arte de raíz islámica y oriental. Cabría entonces preguntarse si tiene sentido seguir empleando términos como «Reconquista», pero eso lo dejamos ya para otra entrada (que no tardará mucho en llegar).

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