El martes se publicó un artículo bien documentado sobre una de las constantes ocurrencias indocumentadas que a veces se escuchan, sobre todo de noche, por las calles de Toledo, que me ha hecho recordar otra ocurrencia habitual que es ya un clásico cuando se recorren los Cobertizos de Toledo: que durante una entrada real de la reina Juana de Castilla uno de los caballeros de su cortejo se quedó enganchado con su lanza en el cobertizo de Santo Domingo el Real, motivo que llevó a la reina a ordenar que los cobertizos de Toledo que no admitiesen la altura de un hombre a caballo con la lanza en alto fuesen demolidos. Fue entonces cuando se decidió rebajar y nivelar de nuevo la calle adyacente de Santa Clara para poder salvar el cobertizo y así, pensando ya en el futuro, poner en bandeja para los turistas una historia fantástica contada en el cobertizo más espectacular de las varias decenas que aún existen en Toledo.
Vamos por partes.
Los Cobertizos de Toledo (y de media España).
“El tejado que vuela fuera de la pared. Estos se suelen poner sobre las puertas. Algunas veces se toma cobertizo por pasadizo cubierto”. Así definía Sebastián de Covarrubias en el Tesoro de la Lengua Castellana de 1611 lo que era un cobertizo, dejando como segunda acepción la que finalmente ha terminado imponiéndose, al menos en Toledo. Construcciones salientes que comunicaban en altura dos viviendas del tipo que fuese, ganando espacio donde ya no lo había para seguir construyendo.
Como contaba Clara Delgado, la Tulaytula islámica creció en el siglo XI al consolidarse como capital de una taifa independiente, y la falta de suelo se convirtió en un problema. A partir de entonces la ciudad se llenó patios pero también de saledizos y cobertizos. Quizá el mayor proceso de reurbanización se extendió por la Hawma, el barrio rico y de las elites políticas, en el norte y oeste, cercano al recinto de poder que era el Alficén. Los vestigios actuales encontrados en las calles Núñez de Arce y el entorno de San Nicolás y Alfileritos, junto a otros en el entorno de la Plaza del Seco, confirman que ahí se encontraban muchas viviendas monumentales. Muchas de aquellas casas de la élite islámica pasaron en los siglos siguientes a manos de potentados cristianos, convirtiéndose algunas en conventos. La última documentada, en el siglo XIV, fue la del líder mudéjar Mahomad Alcayci, “alcalde mayor que fue de la aljama de los moros de Castilla”, integrada en el convento de Santo Domingo el Real.
Los cobertizos se extendieron por toda la ciudad, con formas y calidades distintas, durante los siglos siguientes. ¿Cuántos se construyeron? Es difícil saberlo. Sólo echando un ojo a la inmensa cantidad de documentación transcrita por Jean Passini y accesible en su web (Medievalgis) podemos comprobar la frecuencia con la que se citan hasta el siglo XVII, muchos de nueva planta. Otras veces, gracias a la labor de recuperación y estudio de Consorcio Toledo y de difusión a través de su blog Adarve, podemos conocer la existencia de algunos perdidos como el que se encontraba en la Cuesta de la Ciudad, y otros más modernos que han perdido su aspecto original como el del Callejón de Orates.
Poner orden en el ¿desorden? Las Ordenanzas y los Cobertizos de Toledo
Las primeras Ordenanzas que tenemos documentadas inauguran el siglo XV, aunque reciben la herencia de la gobernación municipal anterior. Ponen orden en el desorden heredado a todos los niveles y en ellas se pretende, efectivamente, regular el urbanismo, pero también la violencia, la suciedad, la corrupción política y la especulación urbanística. La antítesis del presente, pues hasta se fijaban los precios del mercado inmobiliario para hacer accesibles las viviendas a los vecinos de Toledo. Están en la web del Archivo Municipal, publicadas por Martín Gamero en 1858, y han sido estudiadas entre otros por Ricardo Izquierdo, cuyos trabajos son fácilmente accesibles en la web. De las originales, revisadas y ampliadas en el siglo XVI, se conservan dos ejemplares en el mismo archivo. En todas podemos extraer ya una idea que niega la habitual cantinela que se cuenta en los cobertizos: nunca existió una voluntad clara de destruirlos, ni rebajar el nivel de las calles se pensó como una medida deseable para evitar los derribos. Ni en el de Santo Domingo el Real ni en ningún otro.
Las Ordenanzas buscaban la uniformidad y la cohesión estética de la ciudad; otra cosa distinta es que se consiguiese, algo que sucedía entonces y sucede hoy. Por eso se intervenía en las nuevas edificaciones, para que se construyese siguiendo un criterio estético uniforme, en sintonía con lo construido.
Un capítulo interesante que nos habla de la visible permanencia no sólo del urbanismo sino de la cultura islámica y mediterránea tiene que ver con la regulación de los hammam o baños, que seguían activos en el siglo XV. Las Ordenanzas dictaban que muchos espacios “públicos” como las calles, plazas y rinconadas, siendo propiedad del rey, podían ser arrendados a particulares. También los baños lo eran, y por ello los monarcas los arrendaban, y sabemos que sucedía con los de la Calle Ángel, gestionados durante siglos por la comunidad de monjas de San Clemente. Es más, las Ordenanzas daban a entender que era un negocio bastante lucrativo aún en el siglo XV (“Y no se excuse por decir que no lo puede hacer, que el baño no lo hace sino hombre poderoso, y pues que puede hacer el baño debe vedar el daño que no lo hayan sus vecinos”), por eso se contemplaba la posibilidad de construir más en adelante.
Se prohibía colocar toldos que oscureciesen lugares, especialmente comerciales, como el barrio del Alcaná, la Alcaicería de los paños o las casas de los mercaderes. Prohibían la construcción de algo habitual en el paisaje rural de la provincia, como los bancos que tantos pueblos mantienen en las puertas de las casas, algo imposible en Toledo por la estrechez de muchas de sus calles. Establecían que los materiales constructivos principales eran el barro, el ladrillo y las tejas, buscando la continuidad con la estética de la ciudad islámica, sin rupturas, sin que llegasen a imaginar que en el fervor taxonómico de los siglos XIX y XX nos diese por despellejar edificios buscando el supuesto “arte mudéjar” en el que fueron construidos. Judíos, cristianos y musulmanes debían construir por igual sus casas, sin que de las Ordenanzas se derive esa idea de unas formas constructivas propias de los mudéjares ni nada más allá que el uso de unos materiales comunes a las tres religiones. Finalmente, entre tantas otras medidas, se establecía la medida mínima de altura para los cobertizos que salieran a la calle, que debería ser la de un caballero montado con la lanza en alto.
Ni rastro, por tanto, de la caída del caballero durante el cortejo de la reina ni de la imposición de derribar cobertizo alguno ni de esa idea de nivelar rebajando algunas calles, sino tan sólo de regular los que se siguiesen construyendo. Es más, se siguieron construyendo.
La única noticia cercana que he encontrado relativa a un intento de paralización en la construcción de nuevos cobertizos es una de 1513 que nos habla ya de la influencia definitiva de la cultura borgoñona en la política hispana, con la llegada de Felipe I de Castilla “El Hermoso” y pocos años después, de Carlos V, aunque va firmada por la reina Juana. En una Provisión Real de 1513, fechada en Valladolid, se dice que “como quiere la ciudad tiene ordenanza sobre esto, que no es guardada ni ejecutada”, no se construyan cobertizos nuevos ni se reformen los que ya existen. Como todo el mundo sabe, una cosa es la ley y otra la práctica, y aunque queda claro que se buscaba romper con una tradición urbana local, no podemos certificar que se cumpliese y no hay rastro documental que permita aseverarlo. La propia norma lo dice: ya existe una ordenanza que no se cumple (“no es guardada ni ejecutada”) y nada debe llevarnos a pensar que en esta ocasión se hizo. Es más, en los siglos siguientes se siguieron construyendo y reformando, también por esas personas de “preeminencia y dignidad”, y ahí están entre otros el del Arco de Palacio o el de San Pedro Mártir.
Los Cobertizos de Toledo en la Edad Moderna y Contemporánea.
Los Cobertizos de Santo Domingo el Real y Santa Clara sobrevivieron a las Ordenanzas por la sencilla razón que no se recogía la posibilidad de derruirlos, así que cabe pensar que estos se mantuvieron entonces y que otros, de haber sido derruidos, pudieron hacerlo igualmente en los siglos siguientes, bien por obras derivadas de las Ordenanzas, bien por abandono o motivos diversos que se nos escapan.
Por documentación secundaria, sabemos que muchos otros existían también en el siglo XVIII y hoy han desaparecido, como este citado junto a San Juan de los Reyes en el proceso a dos mujeres acusadas de brujería, en el entorno de la desaparecida Calle del Mármol, absorbida por el también desaparecido Monasterio de Santa Ana.
Diego Peris estudió las últimas reformas urbanas llevadas a cabo en el siglo XIX y pudo documentar varios cobertizos destruidos, pero también varios restaurados o recién construidos como el de San Pedro Mártir (construido en 1694 tras las compras de unas casas realizadas al marqués de Lanzarote), que se sumaría a otros conservados y construidos después de las Ordenanzas del siglo XV-XVI como los del Arco de Palacio (también reconstruido varias veces), el de Doncellas restaurado recientemente y el de Doncellas moderno que comunica el Colegio con la actual Presidencia o el desaparecido que se encontraba a la altura de la Plaza Marrón junto a la también desaparecida Sinagoga de Caleros, estudiada por Jean Passini. Fue entonces, ya en el siglo XIX, cuando probablemente desaparecieran muchos cobertizos, claramente por una voluntad municipal deliberada pero también condicionada esta decisión por la crisis urbana y el estado de ruina y de abandono que vivía la ciudad. En la mayoría de los que han sobrevivido seguiría sin pasar un caballero con la lanza en alto, y ahí siguieron y siguen.
A todos estos visibles y públicos, cabría sumar los que hoy no lo son pero lo estuvieron, amortizados en calles privatizadas y edificios de uso privado como algunos conventos.
Pero nos falta la otra mitad de la ocurrencia, a la que no llamo mentira porque no creo que sea intencionada, aunque sí una deliberada voluntad de retorcer una anécdota histórica para adecuarla a propuestas turísticas. ¿Qué pasa con la puerta del Cobertizo de Santa Clara que se señala junto a la otra media ocurrencia del cobertizo de Santo Domingo el Real, para explicar que algunas calles se rebajaron al no cumplir la normativa de las Ordenanzas?
Diego Suárez Quevedo publicó hace años algunos trabajos sobre la Casa-Palacio de los marqués de Malpica en los que recogió bastante documentación del Archivo Municipal de Toledo sobre las obras llevadas a cabo en 1615 en este palacete que hoy es la sede de la Demarcación de Carreteras del Estado en Castilla-La Mancha del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, en la plazuela de Santa Clara.
Entonces, el marqués pidió licencia porque “habiendo comenzado a acomodar unas bóvedas en su casa pareció que le convendría valerse del aire del cobertizo que está debajo de la cuadra de la misma casa dejando el uso de la calle por debajo de la cuadra en la forma que hoy está para que puedan pasar por ella coches y gente de a caballo, y (…) le suplica se sirva tener por bien que el dicho cobertizo se baje nombrando sus comisarios para que vena y dispongan la manera en que se haya de hacer”. ¿Qué pedía? Básicamente que le autorizasen rebajar la calle para la obra de su palacio manteniendo el cobertizo. Una petición que nada tiene que ver con las Ordenanzas municipales ni con la idea de que esa calle se rebajase tras el fatídico paso del caballero fantástico del cortejo de la reina Juana un siglo y medio antes, pues en 1615 seguía siendo un cobertizo tan bajo que no dejaba pasar coches ni gente a caballo, como dice la petición. Esto se resolvió de forma satisfactoria y el 11 de marzo los comisarios y alarifes del Ayuntamiento dijeron que
hemos visto lo contenido en la petición del marqués de Malpica y lo que pretende para la comodidad de sus casas en el cobertizo que hoy tiene debajo de la cuadra echar un suelo de vigas fuertes dejando desde el empedrado de la calle en la parte más alta de la esquina trece pies de hueco, y por la parte baja con la corriente de la calle tendrá más de 18 pies, con que quedará suficiente paso así para coches como para gente de a caballo. Y en caso de que esta altura falte algo lo ha de ahondar en la peña viva [al lado del semáforo actual], ahondando la calle hasta que tenga los dicho trece pies de claro, con lo cual quedará la calle con más suave subida que la que hoy tiene.
En apenas unos meses el marqués ejecutó la obra y el 26 de julio de 1615 los alarifes confirmaban que “habemos visto la obra que el Marqués de Malpica ha hecho (…) ha cumplido con lo que tiene obligación conforme al parecer y a la licencia porque ha dejado antes medio pie más alto de lo que se obligó del hueco”. Fue entonces cuando se reformó esa calle, seguramente quedando ese desnivel que sirve hoy para unir dos historias que nada tienen que ver entre sí, y menos aún con la ocurrencia del paso de la reina Juana por esas calles.
Puestos ya a imaginar… ¿Cómo sería aquel Toledo?
Voy a hacer un ejercicio de especulación y a jugar a lo que nunca debería jugar un historiador, así que perdonadme, pero puestos ya a imaginar: ¿cómo era aquel Toledo andalusí y medieval con muchas calles cubiertas por cobertizos de distintas alturas y sin regulación alguna? Partiendo de este último, el de Santa Clara, que ganó altura en 1615 y hoy sigue siendo especialmente bajo, podemos deducir que hasta entonces sería aún más bajo y la calle aún más oscura, y que sería imposible que pasase no ya un caballero con la lanza en alto, sino directamente nadie a caballo. Para eso, os propongo un salto a algunas ciudades cercanas (mucho más de lo que a veces creemos) en conexiones históricas y culturales: Jerusalén, Fez y Tetuán.
La Jerusalén judía, romana y de los cruzados tiene muestras dispersas de aquellos siglos, pero básicamente la ciudad, sus ejes comerciales y barrios responden a un proceso lento de reurbanización otomana hasta el siglo XIX y algunas construcciones de nuevo cuño ya en el siglo XX. Fez y Tetuán, en cambio, son ciudades que mantienen la huella andalusí en todos los sentidos: la de los cordobeses y disidentes andalusíes huidos a Fez del poder central en el siglo IX, la de los musulmanes y judíos expulsados de Granada en 1492 y la de los moriscos desterrados a partir de 1609 en ambas, y la del Protectorado del siglo XIX ya sólo en Tetuán.
Sus ejes comerciales repletos de zocos y tiendas diversas de una sola altura cubiertos por toldos y cobertizos, salvando colores y materiales, podrían servirnos para hacernos una idea del Toledo medieval que siguió a la Tulaytula andalusí.
Así que aquí os suelto algunas fotos de un par de viajes que pude hacer el año pasado, animándoos a conocerlas si aún no las conocéis y a tirar de las orejas a los guías que escuchéis contar en los cobertizos aquello de “Érase una vez la reina Juana que pasaba junto a su cortejo por estas calles, cuando de repente un caballero se enganchó en …”.
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Buenos días, Felipe, te propongo también el casco antiguo de la ciudad de Saida en Líbano, más conocida en este lado del Mediterráneo como Sidón:
https://lebanonforlesshome.files.wordpress.com/2019/05/img_2383.jpg
Mil gracias, Marta.
No lo conozco aún y ojalá algún día pueda visitarlo. Cuando eso suceda, ampliaré aún más las fotos de esta entrada 😉
Genial esta entrada, Felipe, como todas las demás que voy leyendo poco a poco. Aprovecho esta en concreto para darte las gracias por compartir tu trabajo con tanta generosidad. De verdad que es un lujo tener acceso a lo que escribes. Conocer mejor esta ciudad es también quererla más.
Gracias a ti por leerla y disfrutarla, Miriam. Escribo para ayudar a repensar ciertos relatos establecidos en la ciudad que muchas veces no son ciertos o no lo son del todo. A ver si poco a poco van cambiando, que tenemos una documentación de archivo inagotable para hacer uso de ella 😉