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San Pablo es uno de los conventos menos conocidos de Toledo y de los más alejados del discurrir de los turistas. Desde sus ventanas se ve el río, el Valle y el barrio de la Cornisa y los Tintes. Su claustro es para mí, quizá, el más bonito de todos los de Toledo, y las monjas que lo habitan absolutamente entrañables. Trece vecinas llegadas de Guadalajara y de Navarra -las más mayores- y de Kerala, en la India, las más jóvenes. La Hermana María Jesús, la actual priora, llegó de la India hace más de dos décadas y hoy preside en su tercer trienio esta comunidad de monjas jerónimas que han unido a su clausura nuevo confinamiento. Un añadido más a su austera vida y a la crítica situación por la que atraviesan los conventos toledanos que aún sobreviven habitados.

Romería del Valle, año 2018 (Cofradía de la Virgen del Valle)

 

Los monjes Jerónimos llegaron a Toledo en el siglo XIV, asentándose en la Sisla, al otro lado del río, en un convento desaparecido tras la desamortización de Mendizábal. Prácticamente a la vez, doña María García de Toledo plantaría la semilla de la rama femenina de la Orden. María tenía fama de piadosa desde niña y, según la tradición, fue tentada para entrar a varios conventos. Creció en un Toledo que ya era entonces puntal de la política castellana, en el que iba pidiendo limosna por las calles para los pobres, algo escandaloso siendo noble. También la tradición cuenta que era guapísima y que Pedro I quiso «conocerla», por lo que María huyó de la ciudad durante un tiempo, hasta que Pedro fue asesinado. Al volver, formó parte de un beaterio que existía en los alrededores de San Román, hasta que murieron sus padres y recibió una suculenta herencia. Fue entonces cuando adquirió unas casas en la parroquia de San Lorenzo, fundó un beaterio y con ello el germen del actual convento de San Pablo.

A comienzos del siglo XVI el beaterio fue admitido junto a otros a la Orden Jerónima, y se convirtió en el convento que hoy conocemos. Después, especialmente tras el Concilio de Trento, las reformas arquitectónicas le dieron su actual apariencia. La iglesia aún mantiene parte de su estilo gótico tardío, y en ella han existido dos de los emblemas históricos y legendarios de Toledo. El primero, el sepulcro don Fernando Niño de Guevara, cardenal e inquisidor general cuyo retrato de mano de El Greco pudo colgar sobre su propio sepulcro, según Balbina Martínez Caviró. El segundo, quizá, la reliquia más famosa que ha habido en Toledo, en el convento que menos reliquias tiene: la espada con la que el apóstol San Pablo fue degollado, desaparecida y en paradero desconocido actualmente.

 

Retrato de Niño de Guevara de El Greco (Museo Metropolitano de Arte, Nueva York)

La Comunidad vivía desde hacía meses el XVI centenario del nacimiento de su fundador, San Jerónimo, inmersa en un calendario cultural y litúrgico repleto de actos. Un año que esperaban con alegría, dispuestas a abrir su historia y su convento a quienes se interesasen no sólo por el fundador de su Orden, sino por el presente del convento y de las monjas, siempre dispuestas a atender y a hablar con quien llame a su timbre, a explicar qué es y cómo es ser monja de clausura en el siglo XXI. Pero todo se ha visto paralizado por la situación en la que nos encontramos, con actos que ojalá vuelvan a recuperarse para cuando todo esto pase. Además hoy, Día de la Romería de la Virgen del Valle, tampoco podrán cumplir con una tradición histórica que vincula el origen de la propia imagen de la virgen con este convento. Según esta, y como comprobó hace décadas Martínez Caviró «las antiguas dicen que la imagen [de la Virgen del Valle] perteneció a la comunidad jerónima» de San Pablo, lo que les hace también protagonistas de una procesión que hoy no se celebrará. Durante el recorrido de la procesión que lleva a la virgen y que discurre por la carretera de la ermita y frente al convento de San Pablo, los cofrades paran con el fin de que las monjas, en una galería con celosías visible desde la calle, canten y recen a la virgen la Salve y un par de Ave Marías. Así participan también de la fiesta del Valle. Cuando han terminado de cantar, una hermana saca un pañuelo blanco por las celosías y con esa señal la procesión se pone de nuevo en marcha.

Lo que no va a cambiar hoy es la tradición de cantarle a la Virgen del Valle, aunque no pueda ser al paso de la romería. Al fin y al cabo, como dice la Hermana María Jesús, la Virgen sigue estando en la ermita aunque no repiquen las campanas que marquen el ritmo de la procesión. Esta tarde a eso de las 20:00 se acercarán a la galería y rezarán y cantarán como cada año, aunque sólo los vecinos cercanos podrán escucharlas. Aprovechad quienes viváis cerca para recuperar también este pequeño gesto de «normalidad» y de rutina toledana.

Un día triste para la ciudad y para ellas este 1º de Mayo, aunque las buenas noticias sobre el fin del confinamiento y la buena salud de las monjas más mayores es con lo que nos quedaremos. La Hermana Teresa, a la que llaman “Madre” por ser la mayor de todas, cumplió 90 años hace unos meses. Llegó de Vidaurre cuando tenía 17 años junto a dos hermanas y una tía suya y nunca ha abandonado el convento. Cuando hablé con ella insistía en que el convento sobreviviría como lo había hecho en tiempos peores a esta crisis de vocaciones que viven y a la pandemia global que vivimos todos. «Vamos a vivir con esperanza, nosotras vamos a sacrificarnos». Y lo hacen a diario, no sin sustos. Ella comenzó esta cuarentena con síntomas de gripe y todas se asustaron, pero rápidamente esos síntomas remitieron y el catarro desapareció. A partir de entonces, sus vidas volvieron a estabilizarse con una rutina que no cambia tanto a la que llevaban antes del estado de alarma.

Imagen de la Romería de finales del siglo XIX-comienzos del siglo XX (Toledo Olvidado)

¿Ha cambiado algo este confinamiento total en sus vidas ya de por sí confinadas? Quizá menos, pero por supuesto que sí, como la de todos los que vivimos fuera de un convento. Porque el miedo y la solidaridad (o la ausencia de ella) no entiende de razas ni de tapias. Siguen por las noticias la evolución de la epidemia y se preocupan por sus vecinos, especialmente los más cercanos. Saben que de su barrio se han llevado a gente en ambulancia. Su principal dedicación, la costura, se ha truncado, pues las cancelaciones de la Semana Santa y el Corpus les dejó sin los trajes que tenían que haber bordado para las procesiones. Por eso -y por la primavera de lluvias y de flores que llevamos- se están esmerando en cuidar el huerto y el jardín, que se les ha llenado de hierbas. Huerto en el que los naranjos y berenjenas conviven con chiles picantes y luffas de la India.

El miedo que sienten ellas, pero también su vocación de fe universal, les ha obligado, no obstante, a hacer algunos cambios. Aunque siguen escuchando misa a diario, el capellán accede a la iglesia por la calle de San Pablo y ellas permanecen en el Coro, a más de 30 metros del altar desde el que se oficia la misa (y en el que aparecen en la foto de abajo). Desde el inicio del estado de alarma, además, tienen expuesto al Santísimo, rezándole por los de aquí y por los de allí. Porque nueve de las trece hermanas proceden del sur de la India, donde la epidemia no para de crecer y el miedo a que se extienda también les afecta, pues todas sus familias siguen allí. La Hermana Paula acaba de cumplir 45 y lleva 26 en Toledo. Me cuenta que casi todos los días hablan con alguna de sus familias – allí son vecinos y se conocen, y pueden luego comunicarse entre familias-, y que en su pueblo ya hay casos diagnosticados. Eso les preocupa especialmente, porque aunque el gobierno reparta arroz a la población y algo de alimentos, la economía depende del día a día: tienen que salir a trabajar porque, quien no sale, no gana. No hay una sola epidemia que no haya castigado más a quien menos tiene.

 

La Comunidad durante la presentación del calendario cultural por el centenario de San Jerónimo (ABC)

El convento de San Pablo ya no llena todas sus celdas, como siglos atrás. La crisis que afecta a los conventos toledanos también se ceba con este y las mayores son conscientes del futuro que espera a las más jóvenes. La Madre Teresa es rotunda: «nosotras ya habríamos terminado» si no hubiese sido por las que han llegado de India.

Cuando todo esto pase, recordad que detrás de estos muros y del resto de los demás muros conventuales de Toledo, hay decenas de vecinas que mantienen un patrimonio -material e inmaterial- sin el que no se entiende la historia de Toledo. Vecinas que viven su día a día de forma autónoma, como parte de una Iglesia poco conocida. Vecinas invisibles, pero vecinas. Y la solidaridad y las redes vecinales deberían tenerlas en cuenta cuando esto pase. Os guste o no, creáis o no, también han rezado por todos los que estamos fuera. Y para ellas eso sí que es importante.

 

[Addenda a 2 de mayo de 2020]: Un vecino anónimo me manda esta foto, para quien ayer se lo perdiera:

 

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