Ayer iba en el autobús e Instagram hizo su magia algorítmica poniéndome ante los ojos este vídeo. Ahí estaba Mr. Pink, hablando de algunos de sus personajes favoritos de reality shows recientes, de su inesperada nominación a los Globos de Oro de 2016 y de tantas otras cosas que sólo Jennifer Lawrence podría haber respondido. Porque era ella quien realmente estaba respondiendo, y yo el que se quedó pensando en el nivel de perfeccionamiento al que están llegando eso que hace unos años venimos llamando fake news, que con un nuevo giro comienzan a llamar deepfakes … y que toda la vida habíamos conocido como bulos. Siempre han estado ahí, aunque ahora sea más moderno nombrarlos en inglés. Pero es cierto que las cotas de imaginación y empeño tecnológico que están alcanzando nos llevan a nuevos mundos en los que aquello de «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» parece mucho más fácil. Y algunas mentiras históricas vienen convirtiéndose en verdad últimamente.
Salto del futuro al pasado con una noticia que seguro que habéis leído: VOX revive la reconquista y la relanza a nuevos horizontes, diciendo que la van a iniciar desde Andalucía, a la inversa. Nada nuevo, por otro lado, cuando ya venimos escuchando esa vieja canción por parte de líderes de la derecha española que ni de lejos pensaban en esta irrupción de VOX, que se ha apropiado de esa parte de su discurso.
Siempre que escucho hablar de la reconquista de Granada me hago la misma pregunta: ¿Cómo reconquistar Madrid, Guadalajara, Albacete, Cuenca, Almería, Granada y tantas otras ciudades y pueblos que no existían en el siglo VII, que nunca fueron cristianas, que nunca habían formado parte del Reino visigodo de Toledo porque se fundaron durante los siglos de existencia de al-Ándalus? ¿Cómo reconquistar lo que nunca se perdió, lo que nunca se tuvo?
Sin movernos del pasado, y teniendo en mente los peligros que suponen la circulación de mitos y de bulos y la difusión de mentiras, me ha parecido bien dedicar algo de tiempo a ese concepto de reconquista (cuestionado y redefinido a nivel académico), hoy revivido por motivos identitarios y políticos. Porque supongo que cada vez que haya elecciones volveremos a encontrarnos de nuevo con la enésima resurrección de un término que es moderno, mucho más de lo que piensan algunos que lo emplean.
Seguimos en el pasado, en el de algunos diccionarios que se publicaron cuando la imprenta acababa de nacer, para ver qué dicen de algunos términos estrechamente unidos al de reconquista: «moro» y «cristiano». Ni el Universal Vocabulario de Alfonso de Palencia (1490) ni los dos Dictionarium de Antonio de Nebrija (1492) incluyen el término «reconquista» entre sus acepciones, y eso que fueron impresos en los años en los que la toma de Granada se estaba produciendo. Se definen los cristianos y los moros (del latín «maurus», procedentes de la Mauritania Tingitana del África Occidental, sin mención alguna al islam), también los árabes, «por varón de Arabia», distintos de los «moros». Pero insisto: no hay ni una línea dedicada al término «reconquista», a ese fenómeno colectivo y nacional que -supuestamente- se estaba produciendo a la vez que se escribían. ¿Alguien imagina que en 2020 se publique una enciclopedia que no incluya términos como «mundial», «Gran Hermano» o «Rosalía» cuando son las palabras más buscadas, nombradas, oídas en 2018? Algo falla entonces si en 1492 no hay rastro del término «reconquista».
Hay un texto al que siempre que puedo recurro por lo mucho que tiene que ver su autor con Toledo, Francisco Javier de Santiago Palomares, protagonista en el siglo XVIII del primer estudio con tendencia al rigor de la huella judía de Toledo, que en sus Noticias particulares que no se hallan en las Crónicas de España reconocía un cambio de tendencia en la historiografía de su tiempo frente a las crónicas e historias oficiales anteriores:
«En nuestras crónicas de España hay muchas cosas faltas, dignas de mucha memoria, las cuales algunas o se dejaron de escribir por descuido e inadvertencia de los coronistas o porque los reyes lo defendieron que no se escribiesen o por ventura tocaban personas cuya sangre no era tan clara que los autores pusiesen diligencia en escribillas…».
Historia al servicio del poder frente a historia indigna y carente de credibilidad porque la sangre de quienes la escribieron «no era tan clara» como la de los acreditados cristianos viejos. Una historia que servía para fijar posiciones internas, para formar súbditos que compartiesen no sólo una única cultura y una única religión, sino un único relato exclusivo y excluyente de su propia historia. Palomares no sabía aún la que se le venía encima con las historias del siglo posterior al suyo en el que la aparición de los nacionalismos dio una nueva vuelta de tuerca a todo, resignificando términos y conceptos… Ahí, y sólo ahí, nació «la Reconquista», y no en el 711, como una de las grandes invenciones de la historiografía y el nacionalismo del siglo XIX.
Hoy nadie defiende en círculos académicos el sesgo nacionalista de la reconquista, que ha sido superado gracias a constantes estudios de renovación historiográfica (con publicaciones recientes como las de Martín Ríos o Francisco G. Fitz y debates como el mantenido en torno a la obra de González Ferrín y a la negación de la «conquista islámica» del 711 que se están produciendo por igual entre nuestros vecinos portugueses) que han conseguido explicar cómo y cuándo nace, pero sobre todo con qué fines [Addenda: entrevista a Carlos de Ayala, UAM]. Los mismos con los que hoy en día algunos pretenden recuperar, no sólo el término, sino el arrojo e impulso que supuestamente movió a aquellos guerreros cristianos: el supuesto proyecto nacional sobre el que se forjó España hace más de un milenio.
De la Restauratio a la primera Reconquista.
Ahorrémonos las crónicas medievales contemporáneas a los ocho siglos de guerra intermitente que se dieron en la península ibérica entre cristianos (castellanos, aragoneses, franceses, flamencos, lombardos, escoceses, etc., pero no españoles) y musulmanes. Ninguna habla de nada parecido a una reconquista de ningún territorio, y sí de un ideal restaurador, entendido «como el fruto de una restauración recristianizadora de la perdida unidad hispano-goda«.
Contemporánea a los diccionarios de Nebrija y de Palencia que antes citaba es la Crónica de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón que escribió uno de sus cronistas oficiales, Hernando del Pulgar, uno de aquellos que veladamente criticaba Palomares por ser «artesanos de la gloria» de aquellos para quienes escribían. Leyendo entre sus líneas nos encontramos con que, quien estaba al cargo de narrar las glorias de los Reyes Católicos, quien vivió con ellos sus triunfos en la guerra de Granada, jamás empleó el término «reconquista». Y no lo hizo Pulgar ni ningún autor de los siglos XV, XIV, XIII o anteriores porque la aparición y uso del término responde a unas motivaciones posteriores que buscaban servir a necesidades y razones ideológicas ajenas a los años de la toma de Toledo en 1085, la batalla de Las Navas de Tolosa de 1212 o la toma de Granada de 1492.
Toca hacerse una pregunta. Si los cronistas medievales y autores cristianos contemporáneos a aquella guerra no hablaban de reconquistar nada, ¿con qué nombre se referían al hecho histórico que estaban viviendo tras la conquista del año 711?. El concepto que manejaban era el de restauratio, y ya a partir del siglo XII, nunca antes. La restauración del cristianismo en tierras del infiel (fuese Córdoba o Jerusalén, pues todo se desarrolla en el contexto de las Cruzadas), sin sentimiento de haber perdido nada de tierra y entendiendo que nada diferenciaba a aquella conquista de la conquista de los visigodos o de los romanos algunos siglos antes. Una sucesión de conquistas que se tradujeron en distintas sociedades, culturas y religiones encadenadas en un mismo territorio.
Juan Ruiz de Luna, Entrada de Alfonso VI en Toledo en 1085 (Plaza de España de Sevilla)
Aquella noción de restauratio medieval dejó paso en la historiografía de los siglos XVI y XVII a la de la «pérdida y restauración de España», a un discurso que señalaba a los culpables del fin del reino visigodo. Witiza por sentar las bases de la desgracia con su conducta lasciva y anticlerical. El último rey visigodo, Rodrigo, por cometer los horrendos pecados de lujuria (al forzar a Florinda/La Cava), adulterio (traición a su esposa Egilona) y contra los bienes eclesiásticos (al abrir la Casa de los Candados toledana). Y al conde don Julián, vasallo que cometió una felonía comparable a la de Judas con Jesucristo, traidor a su señor y a su pueblo por favorecer y pactar la llegada de las tropas de Tariq a la península. En definitiva, que no sólo no se hablaba de reconquista alguna, sino que se explicaba y casi justificaba la pérdida de la Hispania cristiana visigoda.
Pero aunque aquellos cronistas de los siglos XVI y XVII como Ocampo, Morales, Garibay o Juan de Mariana jamás empleasen el término «reconquista» en sus discursos y no considerasen que España era una entidad política que existiese previamente a la conquista musulmana, el mito empezaba a coger forma. Fueron ellos los que dieron forma a los grandes mitos sobre los que se asentó posteriormente el concepto de «reconquista»: don Pelayo (fundador de una monarquía española y providencial) y las batallas de Clavijo o Covadonga. En tiempos de fake news como los actuales, aquellos cronistas hicieron lo mismo que algunas editoriales y medios de comunicación del siglo XXI: no dejar que la realidad te arruine un buen titular.
Sitio de la batalla de Clavijo y restos del castillo cristiano (Clavijo, La Rioja)
Placa conmemorativa franquista de la batalla de Clavijo
Batallas que se emplearon para promover un ideal, un anhelo, un «sí se puede» en el siglo VIII gracias a la intervención milagrosa de Dios en ellas. En definitiva: el motivo que llevó a los godos a luchar contra los musulmanes no era que fuesen extranjeros, sino infieles. Y Reyes como Pelayo que, según la Crónica Albeldense del siglo IX, no sería asturiano sino un noble toledano de los muchos (casi todos) que abandonaron la ciudad a su suerte sin defenderla de las tropas de Tariq (o que poco tiempo antes habían sido ya expulsados por Witiza), y huyó a refugiarse a las montañas del norte. Todos ellos hoy nuevamente cuestionados por la historiografía seria y académica.
La Gente de Toledo en la Crónica Albeldense (siglo IX).
En las crónicas de los siglos XVI y XVII se aprecia también un hecho que ha venido marcando toda la historiografía de los siglos recientes: el casticismo de los cronistas, los enfoques castellanistas de sus obras y la equiparación de la historia de Castilla y de León con la de toda España. El carpetovetonismo que siempre molestó a Goytisolo y que no dudó en criticar en su fabulosa defensa del conde don Julián.
Las Crónicas latinas manejaban siempre la idea de la pérdida y ruina de España a manos de los moros, un tópico que con el paso de los siglos se tradujo en la idea de una ruptura de España con el destino de los pueblos de Europa y un distanciamiento y retraso cultural de una fantasiosa España ya desde entonces unida y católica. O, simplificando, el arrastrado error historiográfico de concebir los siglos de historia de al-Ándalus como una catástrofe. Nadie con un conocimiento básico de la historia medieval de Europa puede negar hoy que al-Ándalus brilló con luz propia frente a sus vecinos cristianos, por eso términos como «invasión islámica» están igualmente obsoletos a nivel académico porque «posee la connotación de una ocupación anormal o irregular» que presenta a los musulmanes como «agentes patógenos» a extirpar de España, a diferencia del relato por el que se explica la llegada de visigodos o romanos, nunca considerados invasores por la historiografía católica española. ¿Acaso no fueron todos por igual procesos de conquista que derivaron en la construcción de nuevas sociedades? ¿Qué diferencia a la llegada de los miles de militares al mando de Tariq a la península del desembarco de Pizarro y otros en América? ¿Por qué referirnos como «invasión» para el inicio de al-Ándalus y no al proceso de conquista castellana de los siglos XVI y XVII en América?.
Con ese giro historiográfico recibió España a «la modernidad» del Siglo de las Luces, a una nueva forma de hacer y de escribir la historia tendente a la objetividad y a la huida de fábulas y leyendas. Pero también comenzó entonces a fraguarse el centralismo borbónico y, especialmente, el nacionalismo que nacería en el siglo XIX con los actuales estados-nación. Una tierra, una religión, una lengua y una única cultura. Las claves de naturaleza religiosa que habían servido para analizar los sucesos del 711, fueron sustituidas por nuevas claves políticas y patrióticas. Se abandonó la idea de que los pecados de los godos habían sido la causa de la conquista para pasar a estudiar la lucha interna por el poder -una auténtica guerra civil que haría las delicias de los guionistas de Juego de Tronos- que existió entre ellos en los años anteriores al 711. Y así, los musulmanes ya despojados de connotaciones religiosas, pasaron a ser invasores en vez de infieles, y Pelayo y sus hombres dejaron de ser restauradores cristianos para pasar lentamente a lo largo del XVIII a ser recuperadores y españoles. Pero NO reconquistadores. Es más, si volvemos de nuevo la vista a los diccionarios más modernos, ni en el Tesoro de la lengua de Covarrubias, impreso en 1611, ni el Diccionario de autoridades de la Real Academia de la Lengua (publicados a mediados del siglo XVIII) encontramos aún el término. «Reconquista» era una palabra que no es que no se emplease para referirse a aquella cuestión, es que no existía. Sin más. Y estamos ya bien avanzado el siglo XVIII.
Estatua de don Pelayo frente a la Basílica de Covadonga (Asturias)
Fue en ese contexto dieciochesco tardío cuando nació la «reconquista», y no en el año 711. Exactamente en 1796, en el Compendio cronológico de la historia de España de Ortiz y Sanz, donde por primera vez se emplea el término «reconquista» para referirse a la expansión militar cristiana de los descendientes godos frente a los musulmanes andalusíes. La obra de Ortiz y Sanz es singular porque en ella se recoge por primera vez, pero forma parte de un contexto social -e historiográfico- más amplio en el que la identidad colectiva pasó a construirse sobre valores, conceptos y lealtades distintos: patria, pueblo, nación. Ya no eran el cristianismo ni la religión lo que unía a un pueblo frente a otro, a católicos frente a luteranos, a cristianos frente a musulmanes. Ahora era la nación, la pertenencia a una nación concreta, independientemente de la religión “del otro”, pues los siglos anteriores habían dotado a España (que ya sí era una realidad) de una uniformidad religiosa en torno al catolicismo. La doble lucha contra el invasor, primero musulmán y luego francés y en ambos casos extranjero, sustentó la creación de la nueva identidad colectiva. Así se pasó de la lucha de los reinos cristianos contra el islam a la lucha del pueblo español (ya no cristiano) contra un invasor extranjero y no nacional. Cuando en 1874 la monarquía borbónica era restaurada tras la Primera República española, en un episodio que es conocido como La Restauración, el término restauratio aplicado a la guerra medieval dejó de tener sentido. Restauración no podía haber más que una, la del XIX, quedando así consolidado el término Reconquista para referirse a la expansión y guerra entre al-Ándalus y los reinos cristianos.
La segunda reconquista
Tan politizada como integrante de un discurso decimonónico nacionalista, la reconquista pasó a las escuelas, libros de historia e identidad española del siglo XX. Un término completamente reinterpretado y dotado de un nuevo significado y que es el que heredaron los libros de texto con los que hemos aprendido historia quienes hemos nacido en ese siglo. Aquella vieja idea de la pérdida y ruina de España, de la catástrofe que supuso la conquista del 711, del antagonismo entre el islam y el cristianismo españoles que aún tiene sus ecos en algunas obras de pseudohistoria y mítines políticos.
Francisco Pradilla y Ortiz, La rendición de Granada (1882)
Desde entonces el uso del término «reconquista» ha sido inalterable, aunque quedaba aún una vuelta de tuerca que lo dotaría de un doble significado cuando los trabajos de Rafael Altamira y otros fracasaron en 1936 al someterse la historiografía a la propaganda franquista tras el estallido de la Guerra civil. Tanto la historiografía de los exiliados tras el golpe de estado como la de los que continuaron su carrera en España «parten del presupuesto de que España, la esencia española y el carácter español han existido desde la Antigüedad, además de que comparten una visión casticista (…) y hacen de la historia de Castilla la historia de España” (Ríos Saloma, pág. 54). La reconquista durante el primer franquismo se convierte en un fenómeno absolutamente político, y la propaganda buscó ante todo la equiparación de Pelayo con Franco, de la batalla de Covadonga con el golpe de estado del 18 de julio, y de la reconquista medieval con la reconquista franquista. Españoles cristianos (buenos) eran sólo quienes expulsaron al invasor musulmán, y españoles católicos (buenos) eran sólo quienes expulsaron al invasor marxista. En ese sentido, el caso de Toledo es paradigmático, porque tanto en 1085 como en 1936 se convirtió en un logro y un mito explotado propagandísticamente tanto por Alfonso VI como por Franco. Y ahí tenemos una de las avenidas centrales de Toledo (abreviado su nombre hoy en «La Recon» para los que nacimos en los 70 y 80), edificada en los años inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil, dando buena muestra de ello.
A pesar de los trabajos de Jaume Vicens Vives, especialmente tras su toma de contacto con la historiografía de Annales y cuando la influencia de Febvre, Braudel y Pierre Vilar comenzó a colarse en España, los postulados franquistas y nacionalistas sobre la reconquista calaron en el imaginario colectivo español gracias a su difusión durante décadas en la enseñanza secundaria. Aquí, en España, la historia se reescribía para ponerla al servicio del régimen. Fuera, historiadores como Peter Russell, Thomas Glick o Pierre Guichard pedían a la academia española que resolviese ese atasco historiográfico y que dejasen de perder el tiempo persiguiendo ese «oscuro concepto del temperamento colectivo del pueblo español» (p. 225). Dejar de buscar esencias y adn españoles en hechos históricos medievales. La obra de Vicens Vives Aproximación a la historia de España fue una honrosa excepción, pues planteaba una visión muy distinta de la historia medieval española y jamás empleaba el término reconquista para explicarla. Afirmaba claramente y sin ambigüedades que el reino visigodo se había hundido por si mismo, y su caída ya no se presentaba como una tragedia romántica producto de los pecados y de la degradación moral del pueblo godo, sino como resultado de sus propias contradicciones (económicas, sociales, étnicas, religiosas) en cuanto tuvo que enfrentarse a un enemigo exterior que no era fuerte ni poderoso. Por ese motivo en el año 711 se vino abajo sin defensa, sin pena y sin gloria, derrotado frente a un ejército de poco más de 15.000 soldados que conquistaron sin esfuerzo un reino de más de 4 millones de personas.
A Vives le debe la historiografía española desterrar mitos como la idea del permanente avance militar cristiano desde 711. También ese abandono de la visión maniquea de la España eterna y del carácter indeleble de «lo español», defendiendo el reconocimiento de la personalidad particular tanto de los reinos hispanocristianos vinculados a Europa, como de al-Ándalus vinculado al Dar al Islam. Y así, por propuesta de Vicens Vives, los historiadores comenzaron a hablar de las Españas en vez de España, haciendo implícita la idea de que ninguno de los territorios peninsulares (cristianos o musulmanes) era más importante que otro en la configuración del estado español, y que todos participaron por igual y con el mismo peso en su construcción posterior. Pero sobre todo, y es algo que quizá sólo sea valorado a nivel interno, Vicens Vives nos facilitó a los historiadores la ampliación de las perspectivas de análisis al insertar el proceso histórico dentro de un contexto cultural y geográfico más amplio: el Mediterráneo, sin duda influido por su lectura del entonces reciente trabajo de Fernand Braudel. Es en ese contexto donde mejor se entiende la expansión del Islam por el norte de África y su salto a la península, y los mecanismos de defensa y de expansión llevados a cabo desde la Europa cristiana.
Diseño propuesto por Arturo Reque para la cúpula de la Basílica del Valle de los Caídos (1948-1949)
Los estudios actuales beben de las fuentes de Vicens Vives y de otros medievalistas posteriores que se han movido entre el rechazo del término «reconquista» y su uso matizado y justificado tal como sigue siendo aceptado y conocido. O, dicho de otro modo, si se emplea ahora se hace por comodidad, porque todo lector entienda a lo que se refiere. La reconquista entendida como una expansión militar hispanocristiana frente a la población hispanomusulmana debida a un crecimiento demográfico en los territorios del norte y a una hostilidad existente desde la conquista romana. Porque algo que ninguna historia anterior al siglo XX llegó a explicar es que Roma jamás consiguió doblegar, someter, reducir o incorporar de forma definitiva ni a cántabros ni a vascones, lo que se tradujo desde ese momento en una actitud de hostil independencia que llevó a Roma a levantar fortalezas por toda esa zona. Zona que tampoco pudo ser controlada por los visigodos de forma efectiva, estableciéndose allí una línea de resistencia continua desde el periodo romano hasta el musulmán. No es que no existiera un proyecto militar de guerra al islam por parte del reducto cristiano que quedó al norte de la península, sino que ese proyecto jamás tuvo unos tiempos constantes, un mismo y único interés, una ideología sólida y definida y, desde luego, un sentido nacional ni un sentimiento (proto)español, como demostró Vicens Vives. Porque no fue en absoluto nacional, como cada vez vamos sabiendo mejor, y es algo a lo que dedicaré una entrada en otro momento.
Cómo aquel reducto del norte peninsular que escapó al control de romanos y visigodos fue convertido por la historiografía en el germen del «ser español» es, básicamente, la historia que os he contado hasta aquí.
La tercera reconquista
No os negaré que a mí eso de que VOX reavive y reviva aquello de la reconquista me gusta, porque necesariamente nos va a obligar no sólo a los historiadores, sino a todos los ciudadanos, a volver a replantearnos sobre qué base forjamos y construimos nuestra identidad personal y colectiva. Sobre qué es ser español en el año 2019. Sobre qué mitos, sobre qué fake news se asentará la identidad española, en caso de que exista una única identidad. Sobre si seguimos comprando como identidad española aquello de la lucha entre los moros malos y los cristianos buenos, ese maniqueo «ellos y nosotros», o aceptamos que la complejidad de la historia de España es también la complejidad de nuestra propia identidad. O identidades, que vivimos unos tiempos en los que todas se cuestionan, se reformulan, se resignifican, con disparates nacidos del INV catalán pero también en colectivos andaluces que enarbolan la bandera del andalucismo milenario como movimiento frustrado y acallado después de 1492, como si esa identidad (ese léxico, esas formas de vida y costumbres, etc.) fuesen exclusivas de la actual Andalucía. Como si Andalucía (como la España de Sánchez Albornoz) hubiese dado forma a su identidad hace milenios, configurándose como un pueblo oriental en los límites de Occidente, un pueblo vanguardista que decide cuándo y por quién se deja conquistar. Negándolo, estos últimos también azuzan el fuego que reaviva aquel disparate que hoy vuelve a estar vivo a nivel político, pensando que el tiempo se paró en 1492 y que, desde entonces, Andalucía no ha participado de la cultura española y europea por estar sometida al yugo castellano. Ya lo siento, pero más allá del flamenco y del trato al pueblo gitano, me cuesta ver ese yugo castellano sobre el cuello de Góngora, Lorca, Alberti, Machado, Juan Ramón Jiménez, Bécquer, Velázquez, Alonso Cano, Fray Luis de Granada, Castelar, Cánovas del Castillo y tantos otros sin los que no se entiende la cultura universal española de los últimos siglos.
Vender en el siglo XXI que al-Ándalus, una sociedad medieval, fue un paraíso, es un disparate. Mal vamos si tenemos como referentes actuales a sociedades confesionales en las que se esclavizaba o se iba a la guerra año sí y año también, por poner tan sólo algunos ejemplos. Sin duda que en comparación con otras sociedades contemporáneas al-Ándalus era enormemente moderno, pero no os miento si os digo que no lo quiero de vuelta ni en pintura. Tampoco si admito que negarla como parte fundamental de nuestra historia es un absoluto disparate. Explicar la historia de España como una eterna y permanente guerra entre buenos y malos, entre cristianos y musulmanes, entre españoles contra moros, desenfoca completamente la complejidad de nuestra historia y permite aflorar de nuevo discursos que sólo buscan alimentar el odio.
Boaventura de Sousa Santos recurre en muchas de sus charlas y publicaciones a una idea que me parece inmejorable para cerrar esta texto: Con el pretexto de que «no debemos abrir antiguas heridas» se deja a sucesivas generaciones sin saber de qué historia vinieron, y se impide que mucha injusticia y sufrimiento sean finalmente reconocidos, aunque no sea posible repararlos. En el fondo, es una lucha entre los que no quieren recordar y los que no pueden olvidar (…) Los que no quieren recordar son aquellos a los que les cuesta reconocer que la patria de todos tiene en sus raíces una injusticia histórica que está lejos de ser eliminada y que es trabajo de todos eliminar gradualmente».
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El problema de la decontrucción es que elije sus víctimas. Porque, al fin y al cabo, generalizar y globalizar es el primer paso para pensar. Pero los conceptos que se desconstruyen son siempre conceptos nacionales europeos, en este caso la reconquista. Sin embargo uno podría también decir que no existió la conquista ni tampoco al-Andalus, que son también generalizaciones abusivas. Y el hecho de que no usara la palabra «reconquista» no significa que no existía el hecho: la idea de la «pérdida de España» documentada desde el siglo VIII es elocuente, sin hablar de la cruzada: Barbastro en 1064 es un claro proyecto de reconquista.
Hola Pierre,
No me parece acertado hablar de víctimas. La historiografía se renueva, en eso consiste este oficio. Sin más.
El conceto «reconquista» es fácilmente deconstruible, porque es reciente. Su propia construcción reciente es su talón de Aquiles. Un concpeto mitificado que nace de una concatenación de mitos falsos, imposible demostrar arqueológica y documentalmente (Pelayo, Covadonga, Clavijo, etc) aderezado con nuevos mitos como el de Santiago. Todo eso necesita siglos.
No sucede lo mismo con «conquista» o «Al-Ándalus» porque el primero es un concepto y una realidad histórica incuestionable, así como el segundo aparece ya en documentos contemporáneos de hace más de 1000 años. Tampoco la «pérdida de España» es contemporánea a los hechos, que no es hasta muchos siglos después cuando aparece (en absoluto en el siglo VIII, pues no es en sentido territorial sino religioso como se refleja en la crónica mozárabe ese lamento) . No existía un proyecto común al que llamar reconquista, no compartían intereses comunes quienes combatían al islam y tantas otras veces combatían entre cristianos. Tampoco sentían que compartiesen una identidad común. Y por supuesto no existió una guerra constante durante 800 años. Barbastro podría funcionar como antecedente de algo, y quizá ya a partir del siglo XII cuando se genere una identidad colectiva que podría empezar a acercarse a eso de la «reconquista», pero tampoco encajaría cuando atendemos a la intermitencia de la guerra y a las alianzas geoestratégicas de unos y otros más allá del hecho religioso.