San Esteban de Viguera es un tesoro por debajo del que he pasado decenas de veces y en el que nunca había parado, hasta que esta Navidad hicimos un alto en el camino hacia Logroño. Apenas inapreciable desde la carretera que une Soria con La Rioja a través de Piqueras y los Cameros (N-111), bajo unas afiladas montañas de arenisca roja, esta pequeña ermita se encuentra en llas alturas, abriéndose al valle del río Iregua. Hace siglos formaba parte de una red de pequeñas ermitas que protegían espiritualmente al castillo de los Ramírez de Arellano, en un tiempo y una zona disputada por leoneses, navarros y andalusíes como los Banu Qasi, unos y otros nativos de la zona y emparentados entre ellos, aunque la religión los diferenciase. De todos esos eremitorios, sólo ha sobrevivido San Esteban de Viguera, uno de los pocos ejemplos de la zona construidos por mozárabes, los cristianos de Alándalus, y con continuidad en su uso algunos siglos después (y quizá sobre la base de un oratorio visigodo, aunque de momento no hay un sólo resto que lo acredite).
San Esteban de Viguera es un templo sencillo, sin columnas monumentales con capiteles, sin arcos trabajados ni elementos costosos. Barro y piedra. Aunque su factura es muy pobre, tiene unas pinturas espectaculares que tuvieron que ser realizadas a finales del siglo XI o comienzos del XII, no tanto por su estilo como por algunos de sus motivos, entre ellos las victorias de quien conquistó casi a la vez esta tierra que la taifa de Tulaytula: Alfonso VI, el monarca leonés que en apenas 10 años se hizo con el control de un enorme territorio de la Marca Media.
La ermita tiene dos espacios: un ábside de apenas un metro y una nave algo mayor que hay que ver casi en penumbra -y fotografiar haciendo malabares con la cámara y el trípode-, porque el único punto de luz es una ventana en el ábside y la pequeña puerta de acceso. Hubo otra puerta en el muro sur que está tapiada, que tuvo que dar vida y luminosidad a un lugar que hoy destaca por su oscuridad.
En el ábside se encuentran las pinturas mejor conservadas, un grupo de apóstoles sentados con libros en la mano, en actitud de diálogo, sobre fondo rojo, quizá el que tuvo que tener todo este ábside.
Entre una nave y otra, separadas por dos pequeños arcos, diseños diversos en negro sobre fondo blanco la mayoría, mayoritariamente de ángeles y un Agnus Dei muy tosco.
Pero las más espectaculares son las de la nave central. Sobre el muro norte, algo deteriorados, los Ancianos del Apocalipsis en pie, con instrumentos en las manos y unas túnicas largas llenas de estrellas y lunas. Otras interpretaciones hablan de procesiones de reyes desde el propio David hasta el mismo Alfonso VI, pero es menos aceptada.
Y sobre el muro oeste, la pintura más completa y mejor conservada de la ermita: la Virgen María sentada en un trono y rodeada por ángeles y dos personajes coronados.
El personaje de la izquierda lleva la espada y el cetro, sin duda porque es un rey, y sobre su hombro un demonio en un color rojo brilante le susurra maldades en el oído. Es Herodes, representado de esta forma en tantas otras pinturas y capiteles contemporáneos en Soria o Navarra, a quien el demonio aconseja matar a todos los inocentes. Un pasaje tradicional que en el cristianismo se elebra el día 26 de diciembre, casi el mismo día que pude visitar yo la ermita.
Apenas apreciable, debajo de esta escena, un banquete muy primitivo, la única escena de carácter profano de todo San Esteban de Viguera.
Varias figuras rodean una mesa y entre ellas una mujer ofrece una copa de vino a un hombre vestido de guerrero, que acepta el brindis. Un invitado venido de fuera, un conquistador vestido de guerrero, que algunos especialistas señalan como el propio Alfonso VI, invitado y agasajado por los condes y señores de estas tierras tras haberlas conquistado en 1076. En 1085, Alfonso conquistaría Tulaytula, y en 1095 volvería victorioso a lo que hoy es La Rioja para confirmar los fueros otorgados a las villas del valle y a la propia ciudad de Logroño. Entonces sería invitado al castillo de Viguera muy probablemente, y quizá visitó esta ermita y por eso se le dedicaron estas pinturas, que pueden reflejar un banquete que bien pudo haber sido en Navidad de 1095 a tenor de una figura casi borrosa que cierra la composición: el dios Jano bifronte, que según Marta Poza en muchos calendarios románicos representaba el mes de enero. Un personaje -y un mes- con dos caras, una que miraba hacia atrás al año pasado, y otra que miraba al futuro y al año nuevo.
Me vais a permitir una licencia fantasiosa debida a mi escaso conocimiento de iconografía (especialmente medieval), y en general, de arte medieval. Cuando veía la imagen del banquete pensaba que Alfonso VI bien podría ser el mismo Jano, mirando de un lado a Toledo y de otro al resto de su reino por el norte. Abajo, recién conquistada Tulaytula, la ciudad de los palacios, las terrazas ajardinadas, los huertos y jardines botánicos, las bibliotecas, almunias, cultivos y mesas repletas de alimentos absolutamente desconocidos en el reino de León y el recién nacido Reino de Castilla. Al norte, un reino en expansión militar pero aún con una limitación cultural e intelectual enorme, con una alimentación básica que debería sorprender a quien venía de un mundo de enormes comodidades, con iglesias casi rupestres y sin una sola catedral que pudiese competir con espacios monumentales como la mezquita toledana, tan grande o incluso más -según contaba Clara Delgado- que la de Córdoba.
Lo que no es fantasía, aunque no necesariamente tiene que tener conexiones y sí puede ser una mera coincidencia, es el parecido de San Esteban de Viguera con el reducido palacio y los baños de Qusayr Amra en Jordania, que visité hace unos meses. Cuatro siglos -si no más- y más de 5000 kilómetros los separan, pero yo no pude evitar acordarme del más antiguo palacio Omeya conservado cuando visitaba la pequeña ermita riojana.
Al fin y al cabo de allí, de las actuales Siria y Jordania, partieron las formas estéticas y artísticas que los cristianos mozárabes hicieron suyas tras la expansión del islam. Las formas, los frescos y la combinación de motivos religiosos y profanos, quizá por pura casuaidad -o no- se me parecían bastante, aunque los usos de uno y otro (una ermita religiosa frente a un palacio lúdico) los alejasen.
En Qusayr Amra, además, aparece retratado el último rey visigodo, Rodrigo, cuyo reinado terminó a comienzos del siglo VIII siendo sustituido por el último de los Omeyas en el exilio, Abderramán I. En San Esteban de Viguera es Alfonso VI, conquistador leonés que puso fin a la historia de la Tulaytula islámica casi cuatro siglos después. Los dos reyes que marcaron el inicio y el final del Toledo islámico. Seguramente no tengan nada que ver, pero haberlos visitado en apenas un espacio de tres meses ha hecho que tienda a entenderlos en conjunto, e incluso que los entienda mejor, más cercanos a pesar de los casi cuatrocientos años que los separan, por más que uno nos hable de los orígenes del islam en Oriente hacia el siglo VII y la otra de un cristianismo híbrido en los confines de Occidente en el siglo XI.
Cómo visitar San Esteban de Viguera
San Esteban de Viguera es totalmente gratuita. La ermita está permanentemente cerrada, y desde la parte baja de la carretera es inapreciable. Lo ideal es llamar al teléfono de información 941 442 057, que como podéis comprobar en Google es del Bar el Refugio, en el centro del pueblo de Viguera. Ahí podéis avisar de vuestra visita y ahí tendréis que llegar a pedir la llave, que os darán después de dejar una fianza y de anotar vuestros datos.
Una vez que tengáis la llave en la mano, hay que volver a coger el coche hasta la carretera, aparcarlo en el arcén junto a una antigua venta y desde ahí sale el camino hacia la ermita. Calzado cómodo, ropa cómoda, un bastón de trekking si tenéis (la pendiente es notable) y en unos 20 minutos estaréis en San Esteban de Viguera.
A la vuelta tenéis que dejar de nuevo la llave en el bar y lo mejor que podéis hacer es sentaros a que se asienten las imágenes y los recuerdos mientras tomáis un buen vino de La Rioja con un torrezno, que los hacen de escándalo en este bar. Así lo hicimos y no puedo dejar de recomendarlo.
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