Lo de ser Primada de España hubo que pelearlo, especialmente cuando otras ciudades quisieron disputar a Toledo esa condición. Compostela, León o Burgos se hicieron la pregunta en voz alta: ¿por qué Toledo tenía que ser la cabeza de la cristiandad hispana cuando ellas seguían teniendo “la sangre limpia” porque nunca habían estado “bajo el yugo islámico”? ¿Por qué Toledo, a quienes los propios leoneses presumían de haber liberado con su rey, Alfonso VI, debía recuperar ese título honorífico y tan simbólico? La pregunta se encargó de responderla Jiménez de Rada.
El rearme ideológico emprendido por Rada se ve en las obras históricas que promovió, como De Rebus Hispaniae, pero también en las que continuaron otros como la General Estoria promovida por su pupilo, Alfonso X. En todas se presentan argumentos que vinculaban de forma intangible la Toledo del siglo XIII con el Toletum visigodo. Había que resaltar, aunque fuese inventando, las raíces visigóticas de la ciudad, y una de las estrategias decididas pasaba por acumular reliquias de santos y santas mártires locales. Desde entonces y en los siguientes siglos, la batalla entre catedrales y arzobispos estaba servida. Que fuesen reales o no era lo de menos. Había que restaurar el cristianismo preislámico adaptado al gusto de los reformadores de la Francia de Cluny, motor ideológico del cristianismo europeo.
Santa Leocadia se convirtió en una candidata perfecta. Era venerada en el Toledo visigodo como su primera patrona, pero su iconografía tomó forma entre los siglos XII y XIII. Desde entonces comenzó a representarse con la palma y la cruz y realizando dos de sus milagros más conocidos: la impresión de una cruz con el dedo sobre el muro de su prisión y la aparición ante San Ildefonso y el rey Recesvinto. Teníamos la tradición pero faltaban evidencias materiales, pues no se conservaba la cárcel donde los romanos supuestamente la encerraron y martirizaron, ni sus reliquias. Hasta que en el monasterio de Saint-Ghislain (Bélgica) alguien dijo que las había encontrado. Justo en el momento que más falta hacían.
La veneración a Santa Leocadia se disparó, y siglos después Felipe II decidió trasladar los restos a Toledo, donde llegaron en 1587. El propio rey se encargó de presidir la procesión y el traslado de las reliquias. Le acompañaron en esos años otras apariciones milagrosas de reliquias como las de San Eugenio o el propio San Ildefonso, y entonces sí, ya nunca nadie discutió, que la “Dives Toletana” debía seguir dictando el curso del catolicismo hispano desde la antigua capital visigoda, aunque de visigoda no le quedase más que el recuerdo.
Feliz día de Santa Leocadia, gentes de Toledo.