De forma discreta deslizaba en la entrada anterior un problema que hoy es crucial para quienes viven en Toledo: el deterioro y estado de abandono que sufre su río. Su río que es el Tajo, el más largo de la península Ibérica, uno de los más bravos en su curso y un puente que une nuestra ciudad con aquella maravilla del Barroco tardío que es la Lisboa surgida de las ruinas del terremoto de 1755. Qué bien nos iría viajar más a Portugal, llegar a Lisboa cruzando el Alentejo y siguiendo el curso del Tajo, para fortalecer unos vínculos que son hoy en día demasiado débiles con una ciudad y un país al que cualquier español debería tener un cariño fraternal. Y qué bien le vendría a nuestro río ese mejor entendimiento, esa admiración común entre Lisboa y Toledo.
La insalubridad de sus aguas –escasas, además, como consecuencia de sangrías a los que mal llaman trasvases- y el mal olor que despide son hoy motivo (¡por fin!) de alarma no para unos ciudadanosque llevan años clamando al cielo, sino también –parece- para una clase política que comienza a entender lo urgente que es recuperar ese río para quienes habitan en sus riberas. Y no es que estemos perdiendo un valor turístico enorme, que también. Es sencillamente que vivimos rodeados por un flujo de agua sucia y contaminada que afea, incomoda, intoxica y dificulta la vida de la ciudad.
Echar un ojo a las crónicas y relatos sobre Toledo desde el establecimiento de las primeras legiones romanas a principios del siglo II hasta el siglo XIX es desalentador. Las hay que hablan de oro en sus fondos de una calidad incomparable, de bandos de peces y de aves en sus riberas, de baños, barcas y fiestas hasta la primera mitad del siglo pasado. Cuesta creer que todos esos relatos, que afortunadamente podemos comprobar gracias a fotos más o menos recientes, sean ciertos atendiendo al estado actual del río. Toledo no se entiende sin el Tajo, y mal futuro le espera a una ciudad que no se vuelque por entero en su recuperación.
Por eso desde este blog intentaré escribir también entradas que hablen de ese río que hasta hace pocas décadas era motivo de asombro para muchos visitantes y de orgullo para los vecinos. Un río en el que se levantaron clepsidras que con la fuerza del agua permitían a los toledanos saber la hora en la que vivían allá por el siglo XI, un río que soportó el peso de la más increíble obra de ingeniería diseñada por el cremonés Juanelo Turriano, y que tuvo en sus riberas varias hectáreas de jardines y huertos hoy perdidos.
El juez o cadí toledano al que tanto aludo en mis rutas por el Toledo andalusí y que tantas veces traeré a colación en este blog dejó escrita una descripción del Tajo que vio y paseó a mediados del siglo XI, desde su nacimiento hasta Lisboa, teniendo siempre como punto de referencia Toledo. Incorporada su descripción al Muqtabis de Ibn Hayyan, obra histórica fundamental para quienes quieran conocer de primera mano el relato del Al Andalus del siglo XI, María Crego tradujo y publicó hace años el texto que apareció en la revista Tulaytula (nº 6, año 2000)
Said describe con detenimiento el río de su ciudad, de la ciudad que desde niño le acogió –pues había nacido en Almería- y le vio crecer y madurar hasta convertirse en el aglutinante del que quizá fue el mayor círculo de científicos toledanos de la historia, comparable con la llamada Escuela de traductores posterior que tan bien supo aprovechar y difundir las obras y planteamientos de estos sabios andalusíes. Gracias a esta descripción podemos imaginar cómo era la Huerta del Rey Al Mamún en la ribera del río -de la que hoy sobrevive muy reconstruido el llamado Palacio de Galiana-, qué usos se daba al agua en aquel Toledo de hace mil años y cómo los cultivos de Toledo y su actual comarca tenían fama global dada la calidad de especies como el trigo.
El artículo de Crego se encuentra disponible online en este enlace. Espero que su lectura te anime a conocer más de aquel lejano Tulaytula y de algunos toledanos que lo habitaron.
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