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«El punto de partida de cualquier elaboración crítica es la toma de conciencia de lo que uno realmente es; es decir, la premisa «conócete a ti mismo» como producto de un proceso histórico desarrollado hasta llegar a hora y que ha dejado en ti una infinidad de huellas, pero sin dejar un inventario de ellas. Lo que hay que hacer inicialmente es ese inventario»

(Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel)

 

Hoy es el Día Mundial del Teatro y os traigo una historia literaria, la de un relato que cruzó desde el Extremo Oriente hasta Toledo para convertirse en una obra de teatro de las menos famosas de uno de los dramaturgos más famosos, Lope de Vega. Apropiación cultural lo llamaríamos hoy, aunque para ello deberíamos ver una frontera que apenas se distinguía hace siglos.

En su más famoso trabajo, La Imprenta en Toledo, publicada en 1887, Cristóbal Pérez Pastor nos dejaba la primera historia de la tipografía local y de sus primeros talleres de imprenta, el de Juan Vázquez y, especialmente, el del primer “gran” impresor de la ciudad: el alemán Pedro Hagembach. De sus talleres salieron algunos de los primeros libros impresos de la ciudad, algunos bestsellers de los que os hablé el otro día como el Tratado contra las mugeres de Alfonso Martínez de Toledo. No debería extrañarnos que en los primeros años del siglo XVI fuese en Toledo, y no en Granada o Córdoba, donde se imprimiese Bocados de oro que compuso Bonium rey de Persia, un bestseller conocido mejor en la Castilla cristiana que en el recién desaparecido al-Ándalus. Y eso a pesar de que su contenido y origen nada tuviese que ver con el Toledo de los Reyes Católicos en el que se imprimía la obra, y sí con el Egipto del siglo XIII. Bocados de oro, uno de los libros más leídos en Castilla a comienzos del siglo XVI, era una compilación de sentencias, aforismo y máximas acerca del comportamiento humano a partir de la traducción del Mukhtar al-hikam wa-mahasin al-kalim, del historiador Abu-l-Wafa’ al-Mubassir Ibn Fatik, inspirado en escritos sapienciales griegos pero sobre todo en la obra Kitab adab al-falasifa del médico cristiano iraquí Hunayn ibn Ishaq (s. XI). Hunayn fue uno de los intelectuales que estuvo dirigiendo la escuela de traductores o Casa de la Sabiduría de Bagdad promovida y financiada por rey Al Mamún, de quien también os hablé el otro día.  

 

 

Toledo, en los primeros años del siglo XVI cuando la Monarquía Hispánica se adentraba en América y comenzaba a coger forma su poder global, seguía manteniendo sus gustos y raíces culturales en un Oriente cada vez más lejano. Su catedral y algunas iglesias, como desde hace años llevan estudiando investigadores como Tom Nickson o Juan Carlos Ruiz Souza, reflejaron esa realidad fronteriza entre dos mundos, lo árabe e islámico y lo cristiano europeo. Durante toda la Edad Media, la Córdoba Omeya, la Granada nazarí o El Cairo mameluco eran vistas por los cristianos como imponentes  centros políticos y culturales de atractivo indiscutible y, por tanto, imitables. La orientalización (con todo el simbolismo y prejuicios que el término contiene, bien estudiado por Edward Said) de Occidente había sido un hecho durante los últimos siglos medievales, y su influencia no dejó de notarse en Toledo ni en Castilla después del fin de al-Ándalus. Porque decenas de miles de mudéjares, primero, y de moriscos después, continuaron manteniendo esa cultura, pero también porque la literatura, la arquitectura, el vestido, etc., habían interiorizado tantos y tan evidentes componentes árabes que los cristianos, en gran parte, hicieron también suyos.

Conocemos cada vez mejor las casas en que residió Lope de Vega durante sus estancias toledanas desde finales del siglo XVI, gracias a algunas publicaciones de Mariano Calvo. La que con total seguridad fue la suya durante años coincide con uno de los sitios más visitados por locales y turistas actualmente, y no por gracias a Lope sino a los espectaculares shawarmas de La casa de Damasco, en el número de 5 de la Calle de la Sierpe. Aquí vivió Lope junto a Isabel de Urbina cuando ninguno tenía aún 30 años, después de que él hubiese sido desterrado de la Corte de Felipe III y viniese a Toledo a cumplir ese alejamiento del rey para integrarse en el círculo del arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas, amigo y mecenas de Lope. Pero fue en su casa del barrio de San Justo donde escribió algunas de las obras de lo que se conoce como el «Periodo toledano» de Lope de Vega, entre los años 1600 y 1614. Son mejor conocidas sus comedias La Santa Liga o El alcalde Mayor, escritas en esos años, en cambio La Doncella Teodor recibió menos atención de los canonistas que hace más de un siglo decidieron juzgar y establecer una jerarquía de obras literarias españolas. Cuánto daño sigue haciendo ese canon que con criterios tan subjetivos terminó expulsando muchas obras que ayudarían a entender mejor la riqueza y la complejidad de la literatura ibérica.

La esclava Tawaddud y la doncella Teodor

La doncella Teodor que Lope escribe en Toledo que aún se dolía de la marcha de la corte a Madrid no es más que una adaptación de la historia de la esclava Tawaddud, protagonista de Las 1001 noches. La historia de Tawaddud viajó en el tiempo y en el espacio desde la India a Mesopotamia, de ahí a Grecia y Bizancio y finalmente hasta al-Ándalus, donde se adoptó, adaptó, mantuvo y quedó como una historia propia de la literatura castellana, al igual que otras bien conocidas por los toledanos como la Casa de los Candados y las Cuevas de Hércules. Tawaddud no es más que el arquetipo clásico del sabio (en este caso una mujer pero otras veces un niño o un anciano), tanto que puede dar lecciones a los poderosos con los medios narrativos tradicionales: preguntas y respuestas, máximas y aforismos. Su historia es un cuento oriental que echó raíces en Grecia y pasó a la literatura castellana a través de la innegable influencia andalusí.

Crónica del Rey don rodrigo, Toledo, Juan Ferrer, 1549.

 

Como parte de la colección de cuentos que son Las 1001 noches, es Sherezade, poseedora del poder de la palabra por el que salva su vida y la de cientos de mujeres frente a la violencia y brutalidad del sultán, quien nos cuenta la historia de Tawaddud, una esclava en el Bagdad del califa abbasí Harun al-Rashid (siglos VIII-IX). La joven, hermosa y sabia Tawaddud era la última posesión que le quedaba a un mercader que acababa de arruinarse y se vio obligado a venderla. Fue la propia Tawaddud quien propuso al mercader que negociase con ella, que la vendiera cara y eligiese para la venta a alguien todavía más rico, como el propio soberano, a quien ella demostraría con su sabiduría que valía incluso más de lo que pagase por ella. Y así fue. Tawaddud fue vendida al califa, quien acto seguido quiso ponerle a prueba para saber si su sabiduría era tanta. La esclava debería enfrentarse a pruebas ante distintos sabios conocedores de las «ciencias de los antiguos» (astronomía, medicina, matemáticas, etc) pero también de teología, exigiendo ella una única condición: aquellos sabios que fuesen vencidos en estas contiendas intelectuales deberían desnudarse y despojarse de sus turbantes. Tawaddud venció a todos y desnudó a todos, tanto a los sabios iniciales como a otros hombres expertos en técnicas militares o en juegos de ocio, a músicos y literatos, demostrando que ella reunía en su sola persona lo que el califa podía obtener gracias a distintos hombres. Como recompensa, el califa no sólo devolvió a Tawaddud a su primer dueño, sino que además le recompensó con una enorme cantidad de dinares para que pudiera recomponerse de la quiebra y reflotar su negocio.

 

Ferdinand Keller, Scheherazade y el sultán (1880)

 

De Oriente a Occidente sin salir de Oriente: Tawaddud en Toledo

Pronto un buen amigo os dejará por aquí un texto sobre la imposibilidad de entender la famosa Escuela de Toledo sin atender al contexto creado en Bagdad en el siglo IX, en Córdoba en el siglo X y en Tulaytula en el XI (mientras llega ese texto, Paco Márquez Villanueva sigue siendo quien mejor la entendió y explicó). Todos los saberes modernos y vanguardistas circularon por ellas traducidos, comentados, mejorados. El relato de Tawaddud se conocía ya en Toledo en el siglo XII gracias a la difusión por la Castilla y la Europa cristianas de aquel legado griego, árabe y mediterráneo. Fue entonces cuando también se tradujo la obra Bocados de Oro de la que os hablaba al principio, y que aún a comienzos del siglo XVI seguía siendo de los libros más leídos en Toledo. Fue entonces, también, cuando el cuento de Tawaddud pasó al papel y dejó de transmitirse de forma oral, comenzando a copiarse y a difundirse, a extenderse por Castilla y Aragón, convirtiéndose en un relato de enorme fama en la España medieval. Un relato que fue mutando, adaptándose de nuevo, y tal cual el cuento mesopotánico se helenizó y el cuento helénico se arabizó, Castilla extrajo de la historia de Tawaddud su moraleja y castellanizó a los personajes, que perdieron sus nombres, ropas y contexto original. Y su religión, pues no se podía permitir que una mujer musulmana que humillaba y asombraba con su sabiduría a varios hombres fuese ejemplo de nada, cuando los teóricos y «refutadores del Corán» se esforzaban desde el siglo XVI por mostrar al islam como una religión perversa y a su profeta como un falso embaucador.

Tawaddud y el mercader fueron cambiando en los relatos, perdiendo su origen indopersa, helénico, árabe y oriental. Hacia 1516 en las ediciones impresas en Sevilla la historia se ambientaba ya en Túnez y no en Bagdad, donde un rico mercader cristiano se hacía con una joven y hermosa muchacha, también cristiana y procedente de España. Así nacía la Teodor cristiana, cuya sabiduría y valentía fue desapareciendo del relato conforme los escritores, editores e impresores españoles cristianizaban a Tawaddud, adaptándose al modelo de mujer virtuosa renacentista, en el que ni la sabiduría ni la curiosidad eran virtudes óptimas en una mujer.

 

 

La última gran metamorfosis de Tawaddud la provocó Lope de Vega, que escribió La Doncella Teodor prácticamente a la vez que se expulsaba a los últimos moriscos de España. La joven y sabia toledana Teodor es hija de Leonardo, un maestro de escuela, quien la promete en matrimonio con su amigo Foresto, catedrático valenciano. A la vez don Félix Manrique, compañero de clase de Teodor y enamorado de ella, no acepta este matrimonio y decide huir a Italia y alistarse en los tercios para olvidar a su amada. En este contexto de guerra, piratería y secuestros de barcos por el Mediterráneo se desenvuelve la historia de esta Teodor lopesca. Los piratas berberiscos se plantan ante Valencia y sorprenden a Teodor, secuestrándola junto a su marido y llevándolos prisioneros a Orán, junto a tantos otros cristianos. En la corte del rey de Orán Teodor tarda poco en hacer valer su inteligencia, por lo que el rey decide casarle con su propio hermano. A partir de este punto, la vida de Teodor se debatirá entre Orán, las costas valencianas y las de Constantinopla, pues se convierte en una amenaza para la propia mujer del rey de Orán. Siguiendo al dedillo el estilo y las formas del teatro en tres actos propio del Barroco que el propio Lope dio forma para sus obras y las de todos los dramaturgos principales, Teodor viajará hasta Persia y allí se enfrentará a los sabios de la corte del Shah, a los cuales derrotará con su inteligencia, uno a uno. Su premio será distinto al que obtuvo Tawaddud en Las 1001 noches, también en la línea marcada y habitual de las comedias del Siglo de Oro.

Pero es el Día Mundial del Teatro, cumplimos dos semanas de confinamiento, tenéis y tenemos una cantidad ingente de horas para leer y La Doncella Teodor de Lope está fácilmente accesible online, así que no os resuelvo el final y os animo a que esta tarde o mañana leáis esta obrilla del ciclo toledano del dramaturgo más prolífico (no se si el mejor) de nuestro Siglo de Oro, de innegable aroma oriental, como tanto en nuestra ciudad. Comedia que se representó en el desaparecido Mesón de la Fruta, el gran corral de comedias toledano que se encontraba donde hoy se levanta el Teatro de Rojas, en homenaje al dramaturgo toledano de mayor fortuna en el Siglo de Oro.

   

Telón del actual Teatro de Rojas, en recuerdo del Mesón de la Fruta (Toledo)

Y os animo a que lo leáis entendiendo la obra en su contexto, el de los primeros años del siglo XVII, cuando los necesarios debates y luchas del feminismo aún no habían comenzado a perfilarse. No juzguéis a Lope con los ojos y valores del siglo XXI. Los personajes femeninos de Lope ya en esta época en la que controlaba sus propios textos gracias a su fama, son valientes, decididas y poco comunes comparados con tantas otras mujeres de la literatura. Hay quien ha querido incluso ver en el personaje de Teodor un homenaje a Luisa Sigea, la mayor intelectual toledana e incluso europea de su tiempo, pues tanto el personaje de ficción como el real eran no sólo intelectuales preparadas sino que, rara avis en esos años, también maestras, en el caso de Teodor en su casa y escuela en el barrio de San Miguel el Alto. Además, esto ya para toledanas y toledanos, la comedia de Lope está plagada de guiños locales, de personajes como el capitán Laso y lugares comunes como las leyendas sobre nigromancia y cuevas, sobre casas encantadas, que nos llevan de nuevo al principio de todo:

¿No habéis oído decir

de las cueva y los candados

que rompió el rey don Rodrigo […]

y de otra cueva también

adonde dicen que entraron

muchos que en todas las ciencias

salieron doctos y sabios?

 

Iglesia de San Miguel el Alto (David Utrilla)

Quizá la comedia de Lope había conseguido enmascarar la raíz oriental y difuminar la historia de Tawaddud, aquella musulmana abbasí que deslumbró a otros sabios musulmanes. Lo que nadie ha podido tapar es esta fantástica leyenda, quizá la más antigua de Toledo, recogida en Las 1001 noches y que nos recuerda cómo, aunque sea de forma soterrada, basta rascar un poco para que se sigan viendo la costuras de una ciudad fronteriza que durante siglos fue una puerta de entrada y de salida de Oriente hacia Occidente, y viceversa.

Feliz Día Mundial del Teatro.

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