No suelo escribir por aquí sobre mis viajes aunque quizá desde ahora utilice también este blog para eso, no tanto para hablar de dónde voy sino de cómo viajo y qué viajes diseño para otras personas. Porque he necesitado meses para intentar entender lo que he visto en Egipto, especialmente en El Cairo, y ahora que me siento a contarlo confirmo lo que pensé cuando cogí el avión de vuelta: no creo haber estado nunca en un sitio tan apabullante en todos los sentidos. Quiero contaros esto y también hablar desde dentro de este mundo de los viajes y el turismo, y explicar por qué creo que debemos esforzarnos en pensar cómo viajamos y lo que implica viajar. Y porque estoy pensando en volver a Egipto guiando a un grupo de personas, quizá a finales de este año, y quiero contaros a qué Egipto me refiero.
Viaje a el Cairo, la ciudad infinita que se devora a sí misma
Ibn Battuta, que desde Tánger recorrió muchos más kilómetros que el famoso Marco Polo, siempre seguía una máxima: no hacer dos veces el mismo camino para así conocer más lugares. En cambio, a El Cairo volvió hasta en cinco ocasiones. Nada le fascinó tanto como esta ciudad, la capital de todo el Mediterráneo en el siglo XIV, la última de las fundaciones que se habían reencarnado una tras otra, desde la primera fundación milenaria llamada On al Menfis faraónico, a la Heliópolis griega y a la Fustat árabe que finalmente dejó paso a la al-Qahira islámica. Heródoto cuenta que fue aquí, cuando la ciudad aún se llamaba Heliópolis, donde nació el mito del Ave Fénix, el pájaro que regresaba cada 500 años para posarse en las llamas del Gran Templo del Sol y volver a nacer de sus propias cenizas. Así ha sido la historia de una ciudad que ha sobrevivido a conquistas, plagas bíblicas, guerras, bombardeos, terremotos, hambrunas, abandonos y políticas corruptas. Morir y renacer una y otra vez.
A los pies de la ciudadela se encuentra lo que hoy es sólo un barrio, Fustat. Las vistas desde lo alto sobrecogen y resulta imposible alcanzar a ver el final de la ciudad por lo enorme que es, pero también por los altos niveles de contaminación y polvo en suspensión. Es una ciudad que se ha comido al desierto, y a la vez un desierto que se come poco a poco a la ciudad.
Su arteria principal es Sharia Saliba, presidida por la gran mezquita de Ahmad Ibn Tulun, del siglo IX, construida cuando en Europa no existía una sola catedral gótica y probablemente lo más grande que podía ver un europeo era también otra mezquita, la de Córdoba. Un lugar con un valor histórico enorme al que no llegan los turistas occidentales. Es otro Cairo el que interesa al turismo de masas, como luego os contaré.
Donde la tradición cuenta que Noe había desembarcado cuando las aguas del diluvio desaparecieron, donde Dios había hablado a Moisés y este se enfrentó a los magos del faraón, y donde Abraham recibió el mensaje de Dios para que no sacrificase a su hijo, Ibn Tulun levantó la capital de una nueva dinastía. El lugar era -y es- un espacio privilegiado para entender la continuidad y el tronco común de las tres religiones y cómo el islam entiende su esencia sólo atendiendo al cristianismo y al judaísmo que le precedieron.
En el siglo X una nueva dinastía, los fatimíes, fundaron un recinto real al norte de Fustat. Una ciudadela exclusiva de palacios, jardines, imponentes mezquitas y paseos amplios desde los que proyectar la nueva imagen del poder. Siguiendo los consejos de los astrólogos, llamaron a ese nuevo recinto Al-Qahira, la Victoriosa, que aquí conocemos con su nombre latinizado: El Cairo.
A unos pasos del acceso a través de Bab al Futuh se encuentra la mezquita de Al-Aqmar, la de “la Luz de luna”, ocupando parte del espacio que ocupó el gran palacio de los fatimíes hace casi 1000 años.
El gobierno fatimí de la ciudad vino acompañado de una decidida política de convivencia. No existieron gettos en la ciudad Fustat. Las casas de judíos, cristianos y musulmanes estaban pared con pared, se señalaban como fiestas los días sagrados de los judíos y los cristianos y hay documentos que prueban que también se promovían iglesias y yeshivás desde el poder. Algunas perviven todavía hoy.
Nosotros fuimos un viernes a la iglesia copta de San Sergio y San Baco (el único lugar de la ciudad donde me llamaron la atención por llevar pantalón corto y no vestir “con decoro”). La ciudad tiene más de un millón de cristianos entre sus habitantes y decenas de iglesias.
Allí vimos cómo las comunidades musulmanas se acercan a celebrar junto a las cristianas durante el viernes, en recuerdo de eso que a veces aquí se nos olvida: Jesús (Isa) y María (Maryam) forman parte de la tradición islámica y reciben el máximo respeto. Según la tradición, en la cripta de la iglesia se encuentra la cueva donde se escondieron durante tres semanas la Virgen María, San José y el Niño Jesús en su huida a Egipto, tras la matanza ordenada por Herodes a todos los primogénitos.
También aquí se encuentra la sinagoga Ibn Ezra, de un valor simbólico enorme pero escaso valor patrimonial, ya que fue reconstruida hace apenas un siglo. La sinagoga en la que terminó sus días el cordobés Maimónides, huyendo de la intolerancia almorávide, y que encontró refugio aquí después de haber pasado por Palestina y Alejandría. La sinagoga que durante siglos fue conocida como la de los Palestinos o Jerosolimitanos, los de Jerusalén. La misma sinagoga que albergó durante siglos un masivo fondo manuscrito descubierto a finales del siglo XIX que sirvió para revolucionar los estudios sobre el Mediterráneo judío, cristiano y musulmán medieval.
Más al norte, el complejo de al-Azhar sigue activo mil años después. El centro de estudios de gran parte del mundo islámico ha jugado un papel de importancia capital en la vida política y religiosa de muchos otros países musulmanes, especialmente desde que los fatimíes cayeron en desgracia y con ellos ese islam chií. Desde entonces, la rama mayoritaria del islam, la suní, pasó a controlar Al-Azhar cuando una nueva dinastía se hizo con el control del Cairo: los ayubíes del temeroso y célebre Saladino.
De Saladino a Baybars y de Fustat a El Cairo: el nacimiento de “la Madre del Mundo”
Durante los siguientes 500 años, todas las dinastías engrandecieron esta nueva ciudad hasta convertirla en la capital de un imperio militar y comercial que abarcaba las ciudades santas del islam (Meca, Medina y Jerusalén) y que extendería su poder hasta las mismas costas de Sicilia. Su estratégica posición la convirtió en parada obligatoria del peregrinaje hacia Meca para los musulmanes y hacia Tierra Santa para los cristianos europeos.
Saladino se convirtió en el nuevo y todopoderoso gobernador. Abrió el recinto del poder fatimí al público y a los habitantes de Fustat, requisó los palacios a los oficiales militares y convirtió la antigua ciudad-corte de al-Qahira en una ciudad abierta y no sólo un recinto militar.
La nueva ciudad de entonces se convirtió en lo que hoy es ya un gigantesco barrio que los cairotas conocen como El Cairo de Al-Mu’izz, en recuerdo del califa que le dio nombre. Un barrio compuesto de barrios, con un trazado urbano perfectamente conservado, lleno de talleres, de casas habitadas, de tiendas con escaparates que aprovechan cada milímetro de fachada y una vida totalmente ajena al turismo de masas del que luego os hablaré. Un turismo movido por una mezcla de desinterés y desconocimiento del país, y con una alta dosis de clasismo e islamofobia. Hollywood y las narrativas coloniales han tratado de forma muy desigual a las distintas historias de Egipto, desde los atrayentes tiempos de los faraones al Egipto musulmán del siglo XX, tratado de forma tan condescendiente y negativa.
Ningún puerto comercial rivalizaba con El Cairo. Ninguna otra capital experimentó un crecimiento tan grande durante siglos. Ninguna desarrolló una arquitectura monumental tan masiva. Ni Roma ni Toledo ni Brujas ni ninguna ciudad de las que cualquiera puede considerar “tesoros medievales” pueden competir con El Cairo, porque ninguna pudo hacerlo entonces. La breve dinastía iniciada por Saladino cayó a la vez que los grandes protagonistas de esta historia pasaban al poder: los mamelucos. Ellos dieron la forma definitiva a la ciudad que hoy vemos a partir del siglo XIII. Los mamelucos venían de abajo y su formación era exclusivamente militar. Hombres de guerra que comenzaron a construir una imagen del poder que llegó a adquirir una identidad propia y reconocible. El gran sultán Baybars, promotor de una enorme mezquita que es el monumento más al norte de todo este Cairo histórico, hizo que la ciudad alcanzase su más alto esplendor.
Después de Saladino, nadie robó tanto territorio a los Cruzados en Tierra Santa como Baybars. Sus dominios se extendían por las actuales Siria, Palestina y Egipto, llegando a controlar incluso las ciudades santas de Meca y Medina. Su poder era tan grande que incluso aparece como un sanguinario en la Cantiga 165 de Alfonso X: “Era un sultán poderoso / porque era muy cruel y por eso a los cristianos / los odiaba más que a nada”. Lo cierto es que Baybars nunca emprendió una campaña contra Castilla ni Aragón, estableció unas activas y buenas relaciones diplomáticas y comerciales con el propio Alfonso y protegió a los cristianos egipcios. Pero las Cantigas no buscaban la verdad sino la persuasión entre los súbditos del Rey Sabio.
Los mamelucos continuaron con la política de construir grandes mausoleos coronados por cúpulas, bajo las que enterrarse. Mausoleos acompañados de mezquitas pero también de madrasas para el estudio o de monasterios para místicos y sufíes como el imponente complejo de Qalawun a finales del siglo XIII.
Mausoleo, madrasa y hospital gratuito con los mejores doctores de la época, que aún hoy sigue en activo casi ochocientos años después (ya con la especialidad de oftalmología). Es tan grande que está a un lado y otro de la calle.
Ese Cairo fue el que fascinó a Ibn Battuta. Los mamelucos gobernaban sin rivales por todo el Mediterráneo, hasta que de repente el mundo se paró en seco: la peste negra en 1347 mató a millones de personas aquí y allá y los mamelucos fueron arrastrados a un lento periodo de decadencia.
Pero aún quedaba una obra maestra por aparecer: la madrasa Sultán Hassan y las nebulosas de mocárabes que cubrirían los cielos de El Cairo, de la Granada de Muhammad V o de la Castilla de Pedro I, todos ellos contemporáneos. Del palacio del Rey Pedro en Sevilla o el Ducal de Venecia a la Alhambra granadina pasando por la sinagoga toledana de Samuel Halevi, nada se entiende sin mirar hacia la influencer medieval por excelencia, El Cairo amemluco, como siempre contaba Juan Carlos Ruiz Souza.
La Madrasa de Sultán Hassan casi atemoriza por su magnitud cuando uno se para en su entrada principal. Puertas indistinguibles de las de construcciones de los Cruzados de Levante, arquerías bicolor que conectaban Córdoba con Damasco pasando por El Cairo, lotos y jacintos tallados sobre las piedras de acceso, suelos como los de las incipientes catedrales italianas hechos de hasta 27 tipos de mármol traídos de todo el Mediterráneo, porcelanas de mil colores y formas. Lo que aquí simplificamos llamándolo “mudéjar” allí cobra un significado totalmente distinto. El Cairo era vanguardia y cosmopolitismo y estaba atenta a todo lo que pasaba a su alrededor.
La apoteosis de la arquitectura mameluca discurrió en paralelo a la decadencia de la propia dinastía y al surgimiento de un nuevo superpoder islámico. Constantinopla, la histórica capital del imperio romano de Oriente y del cristianismo bizantino, fue conquistada por los otomanos en 1453. Poco después, estos destrozaron a los mamelucos, arrasaron y saquearon El Cairo. Y ya nunca se fueron. Como El Cairo había devorado a la vieja Fustat, Estambul devoró a la vieja Constantinopla. La nueva capital del poder islámico en los siglos siguientes nunca llegaría a igualar la sobrecogedora presencia e influencia de El Cairo, y aún así, la ciudad siguió aumentando sus palacios y mezquitas bajo el dominio otomano que se extendería hasta las puertas del siglo XX en un periodo de prolongada decadencia.
Los dos Cairos hoy: la ciudad histórica VS el reclamo faraónico turístico
Hoy, en medio de todo este Cairo viejo, se han conservado y restaurado MÁS DE 600 MONUMENTOS MEDIEVALES, lo que le convierte literalmente en un gigantesco museo al aire libre. Un museo VIVO, un barrio habitado a diferencia de los grandes referentes históricos europeos como Venecia o el camino que lleva Toledo si no se pone freno a la turistificación descontrolada. En este Cairo no hay hoteles ni apartamentos turísticos, sólo casas y servicios para sus vecinos, ciertamente ruinosos y decadentes muchos de ellos.
Gran parte de la culpa la tiene la colonización que acompañó a la pérdida de control otomana. Primero fue objeto de conquista napoleónicas y, poco después, del establecimiento de un control en forma más o menos pública de protectorado por parte de Inglaterra. La sucesión de crisis económicas, reyes y presidentes puestos y depuestos, últimas revueltas y golpes de estado ha marcado la historia más reciente de El Cairo. Y no será porque la ciudad no recibe dinero del turismo, pero entre los altísimos niveles de corrupción del país y el desinterés por los lobbies turísticos en este Cairo que os cuento, la inversión se centra en ese otro Cairo de merchandising fácil e interés hollywoodiano: el de las Pirámides. Hoy nadie pone ya en duda que esa capacidad «indiscutible» de generar riqueza que se le atribuía al turismo hasta hace no tanto, al final termina beneficiando a una pequeña élite aquí y allí, perpetuando desigualdades que ya existían … o incluso agrandándolas.
Hoy parece que la ciudad se ha olvidado de sí misma, que nadie mira hacia atrás para ver la ruina en la que se encuentra el Cairo histórico. La ciudad ha emprendido una huida hacia delante y en esa huida no hay cosa peor que abrirle la puerta al turismo de masas sin control, dirigido por touroperadores que abaratan los costes para mover a más y más gente sin interés alguno por la historia o la vida de los lugares que visitan, y sin ser conscientes de la insostenibilidad de viajar de esa manera.
Creo que no he visto tanto descontrol jamás en ningún sitio como en el entorno de las pirámides y los templos del Nilo. No hay control de aforos, no hay vigilancia en los sitios, muchas personas sin respeto alguno por el patrimonio ni conciencia de lo que supone el maltrato animal en estos espacios turistificados.
Miles de personas machacando literalmente estos lugares ya de por sí son algo negativo, pero es que además muchas -muchísimas- de ellas no tienen el más mínimo interés por nada de lo que ven más allá de tener LA FOTO. Foto en la que ellos y ellas son protagonistas y la pirámide, la columna, el templo o la panorámica no son más que el fondo que acompaña a sus caras para poder subirlo luego a sus redes sociales. Viajar para contarlo. Es un fenómeno que conozco bien porque a menor escala se da en Toledo; pero en Egipto es todo a lo grande, también esto.
El Valle de los Reyes es algo que ahora apenas recuerdo. Estuvimos menos de una hora y no completamos las visitas a las tumbas porque seguir ahí era colaborar con los destrozos. Y claro que hay una enorme parte de responsabilidad en la gestión, que es nefasta, pero es mucho más grave esa forma de viajar invasiva, irrespetuosa, casi colonial, que miles de personas llevan a cabo en aquellos lugares en los que la vigilancia o bien no existe, o se relaja con un par de monedas. Y mucho de este turismo colabora con esos altísimos índices de corrupción del país, sabiendo que las puertas de espacios cerrados por restauración o estudio se abren siempre con unos cuantos dólares.
Este Egipto y este Cairo faraónicos son el reclamo habitual para el turismo internacional, y si no cambia el modelo, no sé cuánto tiempo podrán resistir estos espacios esa presión. Por eso resulta inevitable comparar esto último que os cuento con todo lo anterior, y hacerse la pregunta: ¿en qué piensa la gente cuando piensa en Egipto? Las miles de personas que abarrotan y maltratan estos sitios jamás pisan El Cairo histórico, el que os he contado más arriba. En la ciudad real no hay turistas, o al menos no este tipo de turistas que se mueven por el país en barcos de crucero, aviones y camellos cuando tocan tierra, sin pisar muchas de las calles en las que habitan hoy los cairotas. Turistas que dejan un dinero que no llega a estos barrios, porque las ganancias de este turismo no se redistribuyen entre comunidades locales, justo esas que ven cómo se degradan sus entornos sin que les llegue ese tan ansiado maná del turismo que lo compense. O dicho de otro modo: al final el dinero se queda en manos de los de siempre, desde los grandes agentes globales del turismo a los políticos corruptos del país.
Y quienes leáis esto ya sabéis que Tulaytula es parte de este negocio, que yo realizo viajes y visitas guiadas y animo a la gente a viajar. Pero no así, no con esa soberbia que hace creer a muchos que por llevar dólares o euros en el bolsillo puedes hacer y conseguir lo que quieras. No si de verdad no sientes una mínima curiosidad real por confrontar, conocer y aprovechar el viaje como una experiencia formativa y no sólo de ocio. Si no es así, a lo que os animo es a que no viajéis. Todos deberíamos saber y no debería hacernos falta que nadie cuelgue carteles de prohibido fumar, prohibido frotarse por los muros o saltar y apoyarse por las columnas de templos y lugares milenarios, para saber dónde están los límites. Pero cuando el descontrol es tan grande y el turismo tan masivo, lo cierto es que abunda todo lo contrario.
No son críticas contra el turismo sino contra el crecimiento ilimitado y descontrolado del sector a nivel global, que está agotando recursos naturales pero también poblaciones y sitios históricos. Me cuesta pensar que aún hoy pueda haber quien defienda aquello de que todo es bueno en el turismo. Vayas donde vayas compruebas que no. Todos somos partícipes de esto, por supuesto las administraciones pero también quienes viajan de forma irresponsable.
Intento promover visitas en Toledo y viajes más allá de forma responsable, con gente consciente de lo que implica viajar más allá del disfrute. Así que si estuviste en El Cairo pero ahora tienes la sensación de no haber estado porque no viste la ciudad que fascinó a Ibn Battuta de los monumentos infinitos, o si no has estado y quieres conocerlo sin abusos, maltratos ni excesos, quizá a la vuelta del verano repitamos viaje a “la Madre del Mundo”. Ya os iré contando.
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Ya se intuía en tus historias de Instagram, pero ahora he quedado deslumbrado con el prodigioso Cairo islámico que retratas en esta entrada. Y qué tristeza que todo el mundo se trague sin cuestionarlo el Egipto imaginario que Occidente se ha estado inventando de Napoleón para acá, y que eso solo sirva ahora para quitar su dignidad al patrimonio y a la gente del Egipto vivo y real, para enriquecer a unos cuantos.
Y lo peor es que ese imaginario sigue vivo. El exotismo de las bailarinas de danza del vientre, algo totalmente inventado por occidentales, es un reclamo enorme en cruceros por el Nilo y en la zona más turística hotelera…
Cada día estoy más convencido de que la solución al turismo de masas es… enormes, gigantescos parques de atracciones a las afueras de las ciudades, o en su versión marítima, transatlánticos de panzas orondas.
Hoy, grupos tristes de turistas de los más lejanos y variados países, arrastrando sopor e indiferencia, compactos y reactivos solo al encuadre, manoseaban las estilizadas y frágiles columnas del Jardín Feliz. Y cada vez que lo veía es como si me arañaran a mi.
El Cairo es la pieza que explica la Alhambra…tal vez en un viaje bidireccional.
Un saludo, Manuel.
Pues no es mal plan, aunque yo creo que la única y principal solución es pinchar la burbuja y animar a que mucha gente nos e sienta obligada a viajar ni viaje por viajar. Sobra gente y el sector turístico tiene que decrecer como tantos otros sectores. Hay que hablar desde dentro señalando lo que implica viajar (recursos, residuos, transformaciones, etc) más allá de los mantras clásicos que sólo hablan de lo positivo.