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Para entender el Toledo de Pedro I y Samuel Halevi tenemos que saltar hasta la orilla sur del Mediterráneo, hasta Fez o El Cairo, aunque os pueda sorprender. Aquel Toledo y aquella Castilla sólo se entienden cuando se mira de reojo a Sevilla y, sobre todo, a Granada, y cuando se lee libre de prejuicios a investigadores como Juan Carlos Ruiz Souza, a quien debo en gran parte haberme prestado unas gafas nuevas, buenas y bien graduadas para entender mejor la historia de la ciudad en la que vivo.

Como la Córdoba Omeya o la Roma Barroca, El Cairo mameluco también fue un influencer que creó tendencia por todo el Mediterráneo y puso en movimiento gustos y formas que definieron eso que llamamos arte, en su más amplio sentido, hasta al menos el siglo XV. Los contactos entre las ciudades ibéricas y El Cairo están fuera de toda duda cuando conocemos ejemplos de intercambios artísticos y políticos, como el famoso lagarto de la Catedral de Sevilla y, quién sabe, quizá el colmillo del elefante que cuelga de la de Toledo. Los contactos con el vecino Fez, permanente asentamiento de andalusíes huídos o expulsados, más aún. Pero, ¿cómo va a haber intercambios y entendimientos si los cristianos y los musulmanes “se llevaban a matar” y “la reconquista la hacían para expulsar a los musulmanes de sus tierras” y blablablabla…? Bueno, es que quizá esa idea nos sigue ocultando y no nos deja ver realidades más complejas, y trasladamos una idea de frontera que es moderna, a un tiempo en el que no existía. Y así no entendemos nada.

 

La historia sin complejos: cuando los influencer venían de Oriente

De Egipto llegaron formas como el desaparecido Gran Iwan al-Nasir, el centro del poder cairota, replicado en el Palazzo Ducale de Venecia, en el Gran Salón del Patio de la Montería de Pedro I en Sevilla, en la Torre de Comares granadina y hasta en los Jerónimos de Madrid (antes de la reinvención gótica que se hizo en el siglo XIX y hoy es visible). Las qubbas funerarias, clásicas en su forma ya en Roma pero extendidas por los árabes por todo el Mediterráneo, formaron igualmente parte del imaginario visual castellano. El mausoleo y hospital de Qalawum cairota sería un buen inicio para entender cómo se fue replicando, siempre en espacios cargados de poder y simbolismo, como el Monasterio de Tentudía en Badajoz, lugar de reposo de los maestres de Santiago, o capillas en las catedrales de Burgos y Toledo y en monasterios como las Concepcionistas toledanas, donde aún se puede visitar la Capilla de San Jerónimo.

 

Capilla de San Jerónimo en el Convento de la Concepción Franciscana, Toledo

Quizá las dos manifestaciones más extendidas, mejor conservadas y más fácilmente aceptadas fueron el empleo de los mocárabes y el uso de textos árabes en edificios palaciegos y religiosos que recorrió el Mediterráneo. Mocárabes que se situarían en espacios sagrados o de enorme peso simbólico (capillas, enterramientos, accesos a espacios sagrados, etc.) y que lejos de ser mera decoración y manifestación de un estilo artístico, se convirtieron en parte de un lenguaje común de las tres religiones, en la manifestación de una espiritualidad compartida.

 

Techo de la sala de los Abencerrajes en La Alhambra

 


Muro norte de la Sinagoga del Tránsito, Toledo

Interior de la puerta de acceso a la Capilla del Corpus Christi de la iglesia de San Justo (Toledo)

 

Conocido todo eso, no debería asombrarnos que lo árabe y el árabe también formaran parte de esa tradición y cultura compartida por los pueblos del Mediterráneo, más allá de su fe y de las guerras que mantenían. Ni que os diga que todos esos palacios y edificios religiosos hay que saber leerlos, pues sino estaremos dejando escapar gran parte de su simbolismo.

El uso de la epigrafía árabe en lo que muchos llaman “la piel de la Alhambra” es uno de los mayores atractivos de los palacios nazaríes, pero no tanto en sinagogas judías como la de Samuel Halevi  o conventos toledanos como los de San Clemente, palacios como Taller del Moro e iglesias como San Justo y su capillita del Corpus Christi, cuyos textos han perdido parte del sentido debido a desafortunadas restauraciones en los siglos pasados.

Interior del Palacio de Comares de la Alhambra

 

Toledo musulmán

Taller del Moro (Toledo)

 

El árabe como lengua trascendía los límites de la Granada nazarí y del Mediterráneo árabe. Su uso dentro del mundo islámico tenía un valor esencial pues era la lengua de la revelación, algo de lo que no podían presumir los cristianos que empleaban el latín y una amplitud de lenguas vernáculas, ninguna de ellas que pudiera remitir a una revelacións sagrada, pues para los musulmanes el Corán recoge la palabra de Dios revelada en esa lengua. El estilo cúfico de la epigrafía árabe se extendió por el Mediterráneo, por Castilla y Aragón como muestra de grandiosidad y de respeto, empleándose para engrandecer mezquitas, sinagogas, iglesias y palacios. Los poderes políticos vampirizaron y se aprovecharon en sus proyectos personales de ese carácter sagrado y solemne del cúfico, como símbolo de poder externo. El poder de Dios y el del sultán, del rey o del mecenas, suelen ir siempre de la mano en esta epigrafía, como se ve en la Alhambra, en los Reales Alcázares sevillanos o en la Sinagoga del Tránsito de Toledo. Detrás de la elección del árabe en el contexto del siglo XIV como aparente ornamentación, no sólo hay (buen) gusto estético sino una clara voluntad política por conectar los edificios con una cultura y poder superior «transnacional».

 

Muro del Patio de los Arrayanes de La Alhambra (Granada)

 

Muro norte de la sala de oración de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

 

 

Samuel Haleví, la Sinagoga de Tránsito y la Alhambra de Granada

A veces Samuel Halevi es descrito como uno de los personajes más complejos de la historia castellana, pero no debería ser así. No lo es si atendemos al contexto en el que se desenvolvió y no lo miramos con los esquemas mentales del presente. Samuel era un judío perteneciente a uno de los linajes de mayor poder en la Castilla del siglo XIII, súbditos de distintos reyes cristianos, negociadores, diplomáticos, tesoreros, poetas y admiradores -como toda la elite castellana- del gusto y sofisticación de sus vecinos nazaríes. Siempre se preció de su procedencia, visible en sus apellidos (ben al-Lawí, como aún lo escribían sus antepasados) y Abulafia (del árabe Abu l-Afiya), cuyo linaje se remontaría envuelto en la leyenda hasta los primeros judíos llegados a Sefarad. Samuel es un buen ejemplo de por qué nos fascina la Edad Media española y por qué todo Occidente ha tendido siempre a simplificarla y estereotiparla con aquello de la tolerancia y “las tres culturas”. Samuel y su tiempo son complejos porque fueron escenario de choques y contactos entre tres religiones que sólo convivían y coexistían aquí, en la Península Ibérica. No conseguimos explicar bien eso que no se daba en ninguna otra parte de Europa y no entendemos desde el presente -o nos parece contradictorio- cómo entre aparentes antagonistas políticos y religiosos podían pactar alianzas, intercambiar regalos y compartir gustos, prestarse estilos y artesanos que cruzaban la frontera. En ese magma de contradicciones es donde aparece esa idea de «lo mudéjar», cada vez más discutida gracias a trabajos como este de Eleazar Gutwirth de la Universidad de Tel Aviv. Penseos que quizá no eran tan antagonistas ni vivían tan enfrentados.

 

Sala de los Reyes de La Alhambra (Granada)

 

A Samuel y a su rey, Pedro I, Granada les volvía locos. Es gracias a ella y a la paz pactada y sellada entre dos aparentes antagonistas, Pedro I y Muhammad V, por lo que hoy tenemos en Castilla y Andalucía monumentos como la Sinagoga del Tránsito en Toledo o el palacio de Pedro I en el alcázar sevillano. Pedro y Muhammad pelearon juntos contra parte de la península y la Europa cristiana, relajando durante años la frontera que separaba Castilla del reino nazarí. Las embajadas de Ibn Jaldún e Ibn al-Jatib son dos documentos excelentes para conocer las buenas relaciones entre Pedro y Muhammad. Pedro envidiaba Granada, admiraba la sofisticación de su amigo y vecino, y las relaciones entre ambos monarcas favorecieron el tránsito de ideas, formas, estilos, arquitectos y artistas entre las dos cortes. Pedro construyó algunos de sus palacios inspirándose (emulando) las construcciones nazaríes, y quien quisiera agradar al monarca debería hacer lo mismo. Eso hizo Samuel, que en ese contexto invirtió parte de su dinero en una obra pía para la comunidad judía de Toledo, pero también para agradecer y dedicar a su rey la confianza depositada en él. La Sinagoga del Tránsito, dedicada por un judío a un rey cristiano en estilo nazarí es la manifestación más gráfica de cómo las fronteras con las que hoy pretendemos acercarnos a aquel siglo XIV nos dificultan entender, como unas gafas mal graduadas, la riqueza y la realidad de aquella incipiente España.

 

Hejal de la Sinagoga del Tránsito (Toledo). Foto de David Utrilla

 

El programa epigráfico de la Sinagoga del Tránsito es el canto del cisne de ese engranaje  de identidades múltiples que fue el Toledo nacido de la Tulaytula de al-Mamúm, continuado por el Toledo de Alfonso X y Jiménez de Rada y finalizado grosso modo con las persecuciones a judíos y conversos desde 1391. Salmos bíblicos en hebreo recorriendo el hejal y los muros en la parte superior, en paralelo a un cuidado trabajo de estuco y yeserías que emula las formas y estilo de la Granada nazarí. y un sinfín de textos entre los que destaca una de las eulogías o frases propiciatorias más común de la tradición local y de procedencia almohade: al-yumm wa al-iqbal (la felicidad, la prosperidad). De palacios cristianos e iglesias como Taller del Moro o San Román a sinagogas judías como esta de Haleví (donde recorre todo su techo en un cuidado estilo cúfico, como se ve en la foto de abajo) pasando por interiores domésticos y mobiliario como la tristemente perdida para la ciudad Botica de los Templarios, también fechada en esos años de mediados del siglo XIV. Aquel Toledo cristiano, judío y mudéjar  buscaba por igual la protección divina recurriendo a estos vehículos de propaganda y espiritualidad propios de la tradición islámica, más allá de la diferencia religiosa.

Pared de acceso al Palacio de Comares de La Alhambra (Granada)

 

Textos cúficos y hebreos en el techo de la sala de oración de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

Es fundamental entender que esos textos en árabe, especialmente los que recorren los muros de la Sinagoga del Tránsito y su hejal sagrado, son de distinto tipo. Hay textos para ser vistos, pero no leídos, que recorren en paralelo a los salmos en hebreo los muros de la sinagoga como se ve en la foto superior. Textos que escapan a la vista del fiel que reza o del visitante que hoy accede a la Sala de Oración, y que nunca se pensaron para ser leídos ni con fines litúrgicos o religiosos. Textos que operan como talismanes en un tiempo en el que la escritura era mucho más que simple decoración, cuyo sentido residía en su mera existencia por ese poder casi mágico que se otorgaba a la escritura. Textos que DEBÍAN estar para cumplir la función protectora, talismánica, que se les otorgaba.

Junto a ellos, los textos para ser leídos ocupaban la parte central y sagrada de la sinagoga, la cercana a la vista de los fieles sobre el muro del hejal. Como en La Alhambra (y no sólo), su función dejaba de ser litúrgica y espiritual para convertirse en panegíricos y alabanzas al sultán, al rey y al patrón o mecenas del edificio. Yusuf I y Muhammad V en La Alhambra, Samuel Halevi y Pedro I en la Sinagoga del Tránsito, eran los protagonistas. En la sinagoga se recurría a una retórica bíblica en los términos, pero presentada mediante un recurso netamente árabe o, en este caso, de clara emulación nazarí. Se alaba a quien paga, Samuel: «Él que nos salvó de nuestros enemigos y desde los tiempos de nuestro exilio, ninguno de los hijos de Israel ha llegado a su altura»). Se ensalza a quien se ofrece y dedica la obra, Pedro I: «la gran águila, de grandes alas», un pasaje de Ezequiel 17 gracias al que se compara al rey castellano con Nabucodonosor, que tomó a los reyes y príncipes de Jerusalén y los llevó a Babilonia, igual que Pedro transportaba junto a él a la élite cultural con Samuel, uno de sus príncipes.

 

Hejal y placas panegíricas de la sala de oración de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

 

Más pequeño, recorriendo igualmente los muros, el árabe recorre y acompaña junto al hebreo la sinagoga, especialmente llamativo en la galería de mujeres en la que varios tondos refuerzan el tronco común de las tres religiones, el monoteísmo. Hoy a muchos visitantes les cuesta entender que en una sinagoga judía dedicada a un rey cristiano existan visibles y repetidos unos espacios que asientan que “Dios es Grande” (Allahhu Akbar), precisamente por esas gafas mal graduadas con la que seguimos mirando algunos capítulos de nuestra historia.

Tondos con la inscripción «Dios es Grande» en la galería de mujeres de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

 

En aquel Toledo no era raro que un judío elogiase a su rey y a su propia dinastía, situando junto al espacio sagrado de la sala de oración unos textos  en las que se alababa al monarca y se condicionaba a los judíos que las leyesen a que actuasen como el propio Samuel, príncipe de todos ellos y mano derecha del rey: siendo fieles a Pedro más allá del sentir religioso. Un rey que había ennoblecido al propio Samuel, como también lo hizo con su amigo Muhammad V de Granada entregándole la Orden de la Banda, un escudo heráldico propio y exclusivo de los cristianos viejos, que recorre junto al de su rey los muros de la Sinagoga y preside también el hejal. Reyes cristianos que ennoblecen a sus amigos musulmanes y judíos, aparentes enemigos de la política y de la fe a los que sólo debería hacer la guerra … si aceptamos esa visión simple y simplificada de la historia de España.

Escudo de Samuel Halevi concedido por Pedro I, en la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

Placa derecha del hejal de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

 

Sebka de inspiración islámica en el hejal de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

 

Castilla era eso y Samuel fue uno de los máximos exponentes en lo político y lo artístico de ese siglo XIV en el que todo el reino se estaba reinteriorizando, como lo ha definido Ruiz Souza. Siempre me gusta contar que aquel Toledo no le hacía ascos a nada, que no había gusto ni estilo que le fuese ajeno, que se identificaba con todo y era absolutamente cosmopolita. Un Toledo que podía construir a la vez esta sinagoga del Tránsito, la catedral gótica o la Capilla de San Blas emulando el incipiente Renacimiento del norte de Italia que ya comenzaba a abrirse paso con ejemplos como la Capilla Scrovegni de Padua. Samuel fue uno de aquellos toledanos desacomplejados y vanguardistas que hicieron de la ciudad, en palabras de Marañón, “una ciudad adelantada del Mediterráneo [que] roza a Castilla, sin penetrarla”. Una ciudad gótica y andalusí, europea y mediterránea, sin que eso supusiera contradicción alguna. Sin complejos, con personalidad propia.

 

 

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