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Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva es, quizá, el libro más conocido de Silvia Federici, profesora de filosofía, historia y antropología nacida en Parma pero que ha desarrollado la mayor parte de su carrera académica en Estados Unidos. Con casi 80 años de vida a sus espaldas, es difícil resumir aquí sus trabajos, proyectos e incesante activismo académico y social. Echad un ojo a las numerosas entrevistas que ha concedido y podéis ver en Youtube, y que sea ella quien os cuente sus múltiples trabajos sobre historia de las mujeres desde el momento de la transición del feudalismo al capitalismo.

Francisco de Goya, Vuelo de Brujas (Museo del Prado)

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Calibán y la bruja es uno de los libros a los que más recurro en los paseos, porque me ayuda a explicar una visión de contexto del fenómeno de la brujería y de la caza de brujas que coincidió cronológicamente con los siglos de existencia de la Inquisición en España, pero cuyas motivaciones no siempre coincidieron a un lado y otro de los Pirineos ni a un lado u otro del Atlántico. Federici maneja unas cifras de ejecuciones y asesinatos a mujeres acusadas de practicar la brujería que son imposibles de asumir en España, donde contamos con la exhaustiva documentación inquisitorial que nos permite conocer que los castigos fueron siempre menores a diferencia de los sucedido en Europa. Aún así, el contexto en el que en toda Europa, primero, y en América después se dio forma, se inventó y persiguió a miles de mujeres acusadas de ser brujas, en igualmente válido. Por eso, a pesar de las diferencias desde un punto de vista cliométrico y cuantitativo, Calibán y la bruja es una obra imprescindible para entender, superando las visiones -necesarias- planteadas décadas atrás por Carlo Ginzburg, el fenómeno de la caza de brujas en Europa, más allá del número de víctimas que causase.

El punto de partida de Federici, que puede ser discutible para mucha gente, entiendo que es uno de sus grandes aciertos y desarrollos del libro: integrar la historia de la caza de brujas como un capítulo más de la historia del desarrollo del capitalismo. El capitalismo necesita la desintegración de las relaciones comunitarias y la aparición del individualismo y sólo en esa transición del feudalismo al capitalismo se entiende la caza de brujas. La expulsión paulatina de las mujeres del trabajo asalariado desde la Baja Edad Media y la consolidación de las actividades monetarias como las única y realmente productivas, hicieron el resto. La marginación de las mujeres, entendidas como máquinas de reproducción de recursos y de la mercancía capitalista más esencial (hijos: fuerza de trabajo) y la devaluación de la vida y el valor de las mujeres a una mera labor reproductiva son, para Federici, la clave de la fabricación, primero, y persecución, después, de las llamadas brujas. La caza de brujas fue un fenómeno más en el contexto de los cercamientos de tierra europeos, el “genocidio” de indígenas americanos, la promulgación de leyes en Europa contra vagabundos y pobres y el comercio de esclavos. Todos estos hechos son, para Federici, fenómenos de resistencia que se venían dando desde la Edad Media y terminan fracasando a partir del siglo XVI: “El capitalismo, en tanto sistema económico-social, está necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo (…) denigrando la naturaleza de aquellos a quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización” (pág. 36).

 

Proceso a Isabel Bautista, mulata sevillana acusada de Brujería en Toledo, enviada a la sala de tormento (tortura)

Federici critica las visiones no tan antiguas de la historiografía reciente, desde las globales pioneras de Carlo Ginzburg, hasta otras con menos impacto como las que aquí desarrollaron Caro Baroja o Cirac Estopañán, que consideraron el fenómeno de la brujería como algo menor y casi carente de valor más allá de lo folclórico. Visiones condescendientes para con los objetos de estudio, las miles de mujeres perseguidas por brujería, que han generado estudios durante décadas cuanto menos justificativos de la exterminación, ejecución, persecución, etc. Algo normal si se atiende a las fuentes que se tienen para estudiarlas, fundamentalmente inquisitoriales en el caso español y surgidas con un objetivo: juzgar y condenar o absolver, pero no entender ni explicar la brujería. La Inquisición no juzgaba pensando en los historiadores del futuro.

Calibán y la bruja dedica un amplio espacio de la primera parte a reflexionar sobre la acumulación de discursos misóginos que fueron dando forma a la bruja: hereje, curandera, esposa desobediente, mujer que se anima a vivir sola, la obeah que envenenaba la comida del amo e inspiraba a los esclavos a rebelarse, la escandalosa que los vicarios toledanos encerraban muchas veces en beaterios y conventos sin juicio alguno. Cualquier mujer podía ser bruja y todo dependía de quién y por qué la señalase.  Estereotipos que comenzaban a cristalizar a finales de la Edad Media, cuando se produce por toda Europa un fenómeno de resistencias campesinas que en el caso español no fue tan vigoroso. A ello dedica Federici casi la mitad del libro, y es en ese contexto en el que se desarrollaría la caza de brujas europea según estos planteamientos. Caza de la que aquí a España llegarían apenas los ecos.

Pero si ese contexto europeo es y no es el que se dio en España, una pauta común a las mujeres lituanas, inglesas o andaluzas que fueron señaladas y perseguidas fue la pobreza. La pobreza se extendió entre el campesinado conforme el feudalismo fue dejando paso al capitalismo. La monetización de la vida lo cambió todo. El campesinado que antes era más uniforme comenzó a dividirse porque los ingresos comenzaron a ser distintos, generándose una masa de pobres que desde entonces sólo podrían sobrevivir gracias a la caridad. En ese contexto de atracción por el dinero, más que por la tierra u otros recursos, hay que entender también la persecución creciente a los judíos. Un síntoma del aumento de la pobreza es cómo a partir del XVI aumentaron las instituciones caritativas y para pobres, los refugios, los hospitales, etc. La asistencia social creció en tanto que los pobres crecieron porque “el desarrollo del capitalismo agrario funcionó en perfecta armonía con el empobrecimiento de la población rural”. El número de vagabundos creció enormemente, muchos huyendo del medio rural a las ciudades y dejando en los pueblos a sus mayores, abandonados. “Esto perjudicó particularmente a las mujeres más viejas que, al no contar con el apoyo de sus hijos, cayeron en las filas de los pobres o sobrevivieron del préstamo”. Esto polarizó al campesinado, rompió la solidaridad vecinal e hizo que se generasen los odios que se generan entre miserables y pobres, denunciándose unos a otros. Sin acceso a la tierra y con las relaciones monetarias dominando la vida económica, sólo tenían garantizada la pobreza”. (109 y ss). Nuestra literatura del Siglo de Oro es fiel reflejo de esa realidad de pobres, pícaros y gente que vivía en los márgenes permanentemente.

Mapa de las viviendas y espacios de sociabilidad de las toledanas juzgadas por brujería (s. XVI-XIX)

 

Toda esa feminización de la pobreza, unida a la asfixiante situación moral y sexual, hizo que por toda Europa, también en Toledo, los amancebamientos, la prostitución legal y encubierta y distintos delitos/prácticas sexuales se vinculasen automáticamente a la brujería. Sólo ellas, según los demonólogos, provocaban la impotencia, azuzaban la lujuria, facilitaban abortos, etc.  Se estableció una estrecha relación a partir del XVI entre la bruja y la prostituta, algo que no existía antes. Algo que refleja también la devaluación de la prostitución como trabajo, en esa reorganización capitalista que eliminó el valor del trabajo de las mujeres, este entre ellos.

La guerra como negocio, el empobrecimiento de la clase trabajadora, la división sexual del trabajo extendida entre millones de personas hasta nuestros días, etc., son los motivos recurrentes de Calibán y la Bruja. Sin atender a todos ellos, jamás se entenderá el fenómeno de la brujería, ni por qué y por quiénes fueron inventadas las brujas, ni con qué fines se persiguieron. Pero sobre todo, jamás se entenderá QUÉ eran. Porque con libros como el de Federici queda indiscutiblemente desterrada esa visión estereotipada, barnizada de misteriosa o de esotérica, de decenas de miles de mujeres que se vieron abocadas a sobrevivir ejerciendo un oficio que tenía, sin duda, grandes dosis de engaño, además de ser un delito y un pecado. Como cualquier superstición, también las permitidas y promovidas desde arriba por tradiciones religiosas.

Amuleto requisado por el Tribunal de la Inquisición

Calibán y la bruja es fundamental para desligar esas visiones mágicas que aún hoy se tienen muchas veces en relación a la brujería. Lo que buscan las mujeres acusadas de brujería es, sin más, intentar cambiar su miserable destino recurriendo a lo que puedan, intentar aplacar o girar esas fuerzas naturales y sobrenaturales que influyen en la vida de las personas, evitar el daño, el dolor, el abandono, la pobreza, la infelicidad. La magia era ese poder que le quedaba a los pobres para manipular un ambiente que las oprimía. Que la caza de brujas fue una iniciativa política ni se duda, aunque se presentase como un fenómeno religioso o moral. Todo era político, como política era la inquisición. “La colaboración entre iglesia y estado fue aún mayor en las regiones donde predominó la Reforma, en aquellas donde el Estado se había convertido en la Iglesia (como en Inglaterra) o la Iglesia se había convertido en el Estado (como en Ginebra y, en menor grado, Escocia)” (p. 235). Y sólo alejándonos de la magia, pero también de los muchos prejuicios que existen en torno al tribunal de la Inquisición, podremos entender un fenómeno global (el que plantea Federici) y sus repercusiones en un contexto local, como el del Toledo de la Edad Moderna y las más de 400 mujeres juzgadas en este tribunal que siempre estuvo más interesado en perseguir judeoconversos y moriscos, que mujeres y celestinas.

 

Y como escribo desde Toledo, una ciudad que ha multiplicado exponencialmente su interés por la brujería, en paralelo al beneficio económico y turístico que obtiene de aquel fenómeno, os dejo un párrafo fundamental de Calibán y la Bruja que explica por qué, especialmente aquí quienes hacemos paseos y visitas guiadas, debemos repensar, resignificar y renombrar a cientos de vecinas olvidadas cuyas vidas están muy lejos de ser lo que a veces se escucha de ellas por las calles. “Yo también [como Maria Mies, escribe Silvia Federici] escribo contra el olvido, para garantizar que las luchas que las mujeres han llevado adelante y las lecciones que hemos aprendido de ellas no sean enterradas ni tergiversadas, como a menudo ocurre en la actualidad, vista la mercantilización que en ciertas zonas de Europa y EEUU se ha llevado a cabo de la persecución de las brujas, convirtiendo lugares de juicios y ejecuciones en atracciones turísticas y espacios de divertimento para niños. Esto es una difamación, un oprobio, (…) esta mercantilización y banalización de la caza de brujas transmite una ideología misógina que enseña a las nuevas generaciones de niños a devaluar a las mujeres y a temerlas, especialmente cuando son mayores. En este campo, muchas cosas deben cambiar”.

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