Las fiestas de Toledo, no nos engañemos, tienen poco de particular frente a las de otras ciudades cercanas o pueblos de la comarca. Un enorme recinto ferial fuera de la ciudad aglutina las clásicas atracciones de feria, espacios para conciertos y puestos de comida, todo ello aderezado con el ya clásico mal olor que sufrimos los toledanos cuando el Tajo nos trae y se lleva hasta Lisboa la basura y la contaminación que recibe a su paso por la Comunidad de Madrid. Hubo un tiempo en que el recinto ferial se situaba en el centro de la ciudad, en el Paseo de la Vega, pero parece que aquella fiesta se quedaba pequeña para una ciudad que entonces contaba con poco más de 60.000 habitantes, y se decidió mover “la fiesta” a las afueras de la ciudad, rodeando el recinto de miles de plazas de aparcamiento que quedan durante el resto del año casi en desuso.
En Toledo se disfruta de esta fiesta mucho menos de lo que se disfruta (y presume) de la fiesta grande de junio, el Corpus, sin duda también debido a que el calor de agosto y las vacaciones hacen que la ciudad se despueble de locales que aún siguen (seguimos) ahí en junio.
Ahí sí da gusto sacar pecho y decir “soy toledano”, cuando las calles del Casco se engalanan con flores, huelen a incienso, se cubren con toldos, se pasea esa joya de enorme valor artístico que es la Custodia tallada por el orfebre Enrique de Arfe en el siglo XV e intramuros se puede disfrutar de conciertos, de preciosos patios abiertos al público y engalanados para la ocasión. Y ver la catedral rodeada de los tapices flamencos, visibles desde hace poco tiempo en el museo dedicado a ellos (y otros), es una de las experiencias más evocadoras del Toledo renacentista y Barroco que aún perviven y que sin duda merece la pena no perderse. Y una fiesta que en Toledo ha ido adoptando una forma y un carácter propio que la distingue del resto de fiestas locales y de las celebraciones del Corpus en otras ciudades españolas.
Una cosa hay en las fiestas de Agosto de Toledo que sigue siendo una tradición local, merecedora del cuidado y mimo con el que hay que tratar a estas huellas del pasado en el presente que vivimos. Y sucede hoy, día 15 de Agosto, en el claustro de la Catedral, donde casi mil años atrás se encontraba la Mezquita Aljama de Tulaytula, la principal y más importante a la que los toledanos acudían a la oración del Viernes. Muchas veces quienes acuden a alguna de las rutas por Toledo preguntan por la supervivencia de celebraciones pasadas actualmente, y no quedando ya (por suerte) autos de fe públicos ni (por desgracia) corrales de comedias, el Corpus e ir a beber agua milagrosa a la catedral el 15 de agosto son sin duda las dos más importantes.
Desde hace al menos cuatro siglos, locales y visitantes que vuelven a la ciudad en la que nacieron acuden al claustro de la catedral a beber de alguno de las decenas de botijos que han sido llenados con agua de los aljibes subterráneos. La tradición se remonta a una de las últimas obras de magnitud de la catedral, la de la rehabilitación de la capilla de la virgen del Sagrario -construida con estilo herreriano en el siglo XVI-, patrona de la ciudad. Aquel 15 de agosto de finales del XVII el calor debía parecerse mucho al de hoy y al de cualquier otro 15 de agosto toledano, y aunque la ciudad viviese en una fiesta permanente que se extendió varios días, el cabildo tuvo que poner a disposición de la gente agua potable para saciar la sed al acudir a la catedral. Agua que se extraía entonces y hoy gracias a los pozos que comunican con varios aljibes que existen bajo el subsuelo, y que constituyen sin duda el mejor recuerdo de la antigua mezquita de la ciudad.
Gracias a los últimos trabajos de M.Antonia Martínez y de Martín Almagro Gorbea conocemos algo más sobre estos aljibes bajo el claustro de la catedral de Toledo. En las conclusiones sobre sus excavaciones en ese espacio, publicadas en 2011, constataron la aparición de un muro que correspondería a la última remodelación de la Mezquita toledana en el siglo XI, así como la alta probabilidad de que parte de la actual torre catedralicia fuese también el alminar de la mezquita. La remodelación de la mezquita fue ordenada por el primer rey de taifa toledano, Al Zafir, y quedó registrada en un brocal que perduró durante siglos en la catedral pero que hoy se encuentra en el Museo de Santa Cruz. Años después un nuevo proyecto de obra se llevó a cabo, ya durante el reinado de Al Mamún, que también ha sido excavado y estudiado, apareciendo bajo el pasillo sur del claustro y la puerta de Santa Catalina un corredor de aljibes conectados que recogían el agua de lluvia para las fuentes de la mezquita.
Lo maravilloso de este descubrimiento es que los aljibes cuentan con varios graffiti en árabe que permiten fecharlos con exactitud a mediados del siglo XI, lo que vendría a demostrar que todos formaban parte de un complejo hidráulico que se situaba en el actual claustro, en el que se encontraría el sahn o patio de abluciones de la mezquita. Dos de ellos siguen en uso gracias a la tradición centenaria de beber su agua en botijos el día de la patrona de la ciudad. Poco sabrían en 1075 los firmantes de los graffiti, Ibrahim ibn Husayn y Muhammad ibn Ahmad, que casi mil años después esos aljibes que construyeron o limpiaron seguirían prestando su función a los toledanos, que acuden en días como hoy a beber el agua que recoge aquella impresionante obra hidráulica, recuerdo del Toledo andalusí.
Artículo de los autores citados
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Felipe, como veo las cosas, vas a tener un día de estos que juntar los textos que sacas aquí, hacer selección, ajustar alguna cosa aquí y allá, y publicarlos en un libro.