El 22 de julio de 1497 los Reyes Católicos proclamaban desde Medina del Campo una Pragmática contra la Sodomía que supuso un giro en la persecución de los sodomitas y en la codificación de la sodomía como un acto contra natura y un crimen nefando, rompiendo con una relativa permisividad vivida en tiempos anteriores. La homosexualidad se convertía además de en un delito -condenado históricamente aunque no siempre perseguido-, en un pecado. En ese contexto, un célebre toledano se vio envuelto en una oscura investigación acusado de ser y de proteger a otros sodomitas: Francisco Ortiz, Nuncio Apostólico del Papa y promotor de un hospital que dio nombre a la calle donde se encontraba, la del Nuncio Viejo.
Jacob Jacobsz, Sodoma y Gomorra, 1680 (Darmstadt Museum)
De Sodoma y Gomorra al Nuncio Viejo de Toledo
Sodomía, Pecado nefando, mal francés, pecado contra natura, etc. La homosexualidad no ha dejado de señalarse ni de perseguirse hasta tiempos recientes, y aún en pocos países. Siempre ha estado ahí, con distintos nombres, aunque muchas veces las fuentes de archivo son escurridizas y no nos dejen verla y estudiarla.
La concepción del sexo a través de la historia se ha dividido en dos grupos: natural y aberrante o contra natura. El natural es sencillo de entender: cumple con los fines impuestos por la religión hegemónica, el ordenamiento jurídico y la cultura social de la procreación y mantenimiento de la especie. Todo lo que no se ajuste a esto es contra natura. El hombre tenía reservada la función reproductora y todo lo que perturbaba, atentaba o intentaba sustituir tal función se consideraba contra natura, contra lo natural, que era procrear. Y lo natural y lo divino eran lo mismo, como el Sexto Mandamiento se encargaba de recordar: “no cometerás actos impuros”. Mandamiento que nos da la clave de lo que os decía antes: si se persiguen y condenan esos “actos impuros”, es porque siempre existieron. El origen del término sodomita remite a un pasaje bíblico bien conocido: el pecado de Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 1-29), dos ciudades a orillas del Mar Muerto destruidas por una lluvia de fuego divina por culpa de su lujuria y prácticas homosexuales. La muerte, como recoge otro pasaje bíblico posterior (Levítico, 20:13), será la condena para los sodomitas, sin necesidad de juicio. La historia de las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) lleva unida la persecución a la homosexualidad.
Aunque en los primeros siglos de la Edad Media pudo darse una mayor permisividad, todo comenzó a cambiar a partir del siglo XI. El rigorismo moral que acompañaba a los conquistadores castellanos en su expansión hacia el sur, protagonizado por órdenes religiosas francesas como Benedictinos y Cistercienses, se convirtió en ley. El sexo y el placer comenzaron a considerarse inspirados por el mal, una fuente de pecado (lujuria) que también recaía bajo la jurisdicción de la iglesia y no sólo de la justicia ordinaria. El Liber Gomorrhianus del benedictino francés Pier Damiani (1051), una reacción a la habitual sodomía que el mismo fraile había vivido en los monasterios, dio forma a una concepción teológica sobre la que se basó la práctica jurídica que marcó el cambio de los siguientes siglos: La sodomía no era ya sólo un delito, sino también un pecado. Y la sodomía, la homosexualidad, estaba extendida y tolerada en el clero. Acto seguido comenzaron a promulgarse leyes locales y fueros que condenaban la sodomía ya como pecado y delito, primero en Cuenca en 1190, y después en Sepúlveda o en las Siete Partidas, el ordenamiento que podríamos llamar primera constitución castellana. Quienes “se viciaran por el ano”, quienes se presten a “foder por el culo” o yacieran “un hombre con otro”, serían castigados con la pena capital: “colgados por las piernas fasta que mueran”.
Morgan Library, Psalterio de Guiluys de Boisleux, fol. 224r (c. 1246)
Las Partidas insistían en un matiz, el de la infamia, acto que nacía de los actos infames. Infame era todo lo contrario a la moral dominante, a la moral cristiana: de la prostitución a la homosexualidad pasando en muchos momentos por el teatro, todo podía ser infame. La infamia condenaba socialmente a quien la cometía o era acusado de cometerla. Luego podía venir o no la persecución y la condena judicial, pero la macchina del fango funcionaba -y funciona- condenando sin juicio alguno a quienes se quería desacreditar. La homosexualidad se entendía como una manifestación desatada de la lujuria comparable al bestialismo (la zoofilia). Era una infamia que debería castigarse porque atraía la ira de Dios, no sólo para el pecador sino para toda la comunidad. La VII Partida recordaba a Sodoma y Gomorra, avisando a «todos los hombres para que se guardaran contra esta maldad, puesto que el pecado daba origen a muchas y desatrosas calamidades sobre la tierra, tales como el hambre, la pestilencia y el tormento«.
El recurso a las acusaciones de sodomía, infundadas o no, fue una práctica habitual en las maniobras de lucha política entre nobles, oligarcas y elites políticas. También religiosas, como luego veremos. Es conocida la conjura desatada por Villena y Carrillo contra el rey Enrique IV, acusado primero de impotente y, posteriormente, de sodomita, tras alcanzar una paz en la Concordia de Toledo que no gustó a muchos nobles. Villena y otros señores de la guerra, que necesitaban conflicto para mantener y aumentar sus haciendas, entendieron que sólo alimentando la macchina del fango contra el rey podrían volver a ella. Enrique terminó renunciando al trono y, por avatares diversos, su hermana Isabel convirtiéndose en reina de Castilla. Con la Pragmática que os citaba al comienzo del artículo, los Reyes Católicos se propusieron terminar con la permisividad y tolerancia con las prácticas sodomitas que, a pesar de estar recogidas en distintos códigos de leyes, se habían venido produciendo. Dicho de otro modo, había que aplicar la ley, no sólo legislar.
“Entre los otros pecados y delitos que ofenden a Dios nuestro Señor -decía la Pragmática-, e infaman la tierra, especialmente es el crimen cometido contra orden natural”. La sodomía indignaba a Dios, generaba guerras y pestilencias “y otros tormentos en la tierra” y no era sólo culpa de quien la cometía, sino de quien la encubría. Dios castigaría a todos por igual, pero primero lo haría los reyes a quien la cometiese “de cualquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sea (…) que sea quemado en llamas de fuego en el lugar, y por la Justicia a quien perteneciere el conocimiento y punición del tal delito”. Muerte en la hoguera para fuesen descubiertos en una relación homosexual, ricos o pobres, villanos o ciudadanos, religiosos o no. El castigo de las relaciones homosexuales en Castilla, que había comenzado en la segunda mitad del siglo XIII, llegó a su cénit a finales del siglo XV.
Por entonces el cardenal Cisneros pasaría a hacerse cargo de la diócesis de Toledo como arzobispo de la ciudad. También por entonces un enemigo declarado de ambos se hacía con un enorme poder, al ser nombrado por el Papa su embajador ante los mismos Reyes. Francisco Ortiz, promotor del Hospital del Nuncio Viejo, se convertiría en el protagonista de una acusación infamante de sodomita y de encubridor de sodomitas en Toledo.
Y son tenidos por Putos. Cisneros y la investigación por sodomía de 1499
Francisco Ortiz es un personaje fascinante para un historiador. Autor de una autobiografía en la que no escatimaba autocrítica ni reconocimiento de sus muchos pecados de juventud, como tampoco críticas directas a sus enemigos. Había nacido en Toledo en 1435 y su madurez corrió en paralelo a los años de conjuras del reinado de Enrique IV. Estudiante en Salamanca y clérigo desde entonces, siempre fue un hombre polémico e inquieto, con tantos partidarios como enemigos. Y siempre, desde que empezó a tejer su red de contactos, fue un hombre fiel al Papa en Toledo. Como agente de Roma, sus constantes intentos por el cumplimiento y aplicación de bulas y la recaudación de impuestos le enfrentaron abiertamente con la reina Isabel, que en 1480 ordenó su encarcelamiento acusado de corrupción, en una maniobra que sólo se entiende en el contexto de las permanentes luchas de los Reyes Católicos por fortalecer el poder real frente a Roma y a la nobleza castellana. Ortiz fue liberado finalmente y siguió contando con el apoyo del Papa, que agradeció sus gestiones nombrándole Vicecolector Apostólico y, poco después, Nuncio en su nombre. Ortiz se convertía en embajador del Papa, en su hombre de confianza, en una maniobra que desagradó a la reina Isabel y a su mano derecha, el Cardenal Cisneros. Ortiz se asentó de nuevo en la ciudad tras varias idas y venidas a Roma y destinó parte de sus bienes a levantar el hospital que fundó en su propia casa, en el antiguo Adarve de Atocha, y finalmente en el el solar cercano a la Catedral del que queda recuerdo en la calle que lleva su nombre, la del Nuncio Viejo, hasta su traslado en el siglo XVIII.
Retrato de Francisco Ortiz [Diputación de Toledo]
Este Nuncio impulsivo, irreflexivo y pendenciero, como él mismo reconocía en su autobiografía, se encontró de frente con la Pragmática de 1497 en contra de la sodomía que perseguía no sólo el delito, sino el mero hecho de ser infamado por ello. Un año después de ser promulgada, el Cardenal Cisneros se puso manos a la obra para investigar «sobre la vida poco honrosa de algunos racioneros y canónigos de la Iglesia de Toledo acusados de sodomía y amancebamiento». Era vox populi -decía- en Toledo la liberalidad con la que estos y otros religiosos renunciaban al celibato manteniendo relaciones con otros hombres o solicitándolo a muchas mujeres.
Las primeras investigaciones sacaron a la luz los nombres de decenas de Canónigos, Racioneros, Capellanes, etc., acusados de sodomitas y de vivir amancebados con otros hombres con los que se habían “apunzado” (penetrado). Y no sólo en Toledo, decía, también en Roma, donde como consecuencia de la movilidad de estos religiosos iban y venían frecuentemente y, con ellos, también sus inclinaciones sexuales. Gudieles y Manriques, apellidos célebres en Toledo, fueron infamados y acusados de se ser “putos” que habían “dejado condenados muchas otras personas”. Todos habían sido protegidos por los Ortiz, tanto por el canónigo Nicolás Ortiz (que vivía amancebado con doña Teresa Carrillo desde hacía años) como por su tío, el Nuncio Francisco Ortiz. Sobre él caían las más graves sospechas y rumores de “que comete delito y crimen de sodomía”. De él decían “que era puto, que se echaba con tres o cuatro muchachos” y que en algunas ocasiones le habían sorprendido, aunque siempre quienes eran arrestados por sodomitas eran los jóvenes con los que “se echaba”. Ser embajador del Papa tenía sus ventajas. Los testimonios contra Ortiz no escondían la rivalidad entre Cisneros y Ortiz, “hombre escandaloso, bullicioso y muy contrario a las cosas que el reverendísimo nuestro señor arzobispo [Cisneros] manda, y que todo lo que puede hace contra su santidad y sus familiares”. Ortiz, embajador Nuncio del Papa, contaba con una protección que le hacía intocable. Pero Cisneros quería saber hasta dónde alcanzaba un poder que hasta hacía poco no tenía, pues era arzobispo desde 1495. Un escarmiento ejemplarizante serviría para que todos entendiesen que Cisneros no pensaba quedarse a medias en este intento por extirpar la sodomía de su Iglesia. Fuese o no verdadera, pues conseguir condenar por sodomita a su rival político conllevaba no sólo la infamia del acusado, sino su inhabilitación para ejercer cualquier cargo u oficio público.
Acusación a Ortiz en la documentación de la Visita encargada por Cisneros (1499. AHN, Universidades, Leg. 746)
Ortiz fue acusado de vivir amancebado con un criado suyo, más joven, llamado Eslava, a quien ya había detenido la justicia ordinaria anteriormente acusado de sodomita. También de servir de refugio para todos aquellos que eran descubiertos manteniendo relaciones homosexuales, que acudían pidiendo ayuda a casa del Nuncio sabiendo que él mediaría por ellos. Muchos de estos, además, eran también religiosos no sólo del círculo de Ortiz, sino del propio Cisneros. Decenas y decenas de nombres propios salieron a relucir en una investigación que, más allá de sus fines verdaderos, nos muestra como las relaciones homosexuales formaban parte de lo cotidiano en Toledo, en ambientes cerradamente masculinos como el Cabildo de la Catedral, donde algunos canónigos tenían fama de ser “tan puto como una puta del burdel”. Entonces y después, cuando la Inquisición se afanó por descubrir este tipo de prácticas entre religiosos, abundantes y habituales. Nunca sabremos si las acusaciones vertidas contra ellos eran verdaderas, y si Ortiz era o no homosexual.
Cisneros perdió la partida frente al sodomita Ortiz. El poder del Papa o la influencia de su embajador toledano fueron suficientes para que, pasado el susto, los rumores que le acusaban de homosexual quedasen en eso, sin que nuevamente acabase en la cárcel. Otros, seguramente, lo hicieron, aunque la documentación de la investigación o visita dice poco más. Ortiz mantuvo sus privilegios hasta su muerte, en 1502, cuando los Reyes Católicos se apresuraron a intervenir en su hacienda y en la vacante que dejaba. Su sobrino Nicolás moriría poco después, y a juzgar por cómo y dónde fue enterrado, con suficiente poder e influencia como para ganarse un hueco en la Catedral, donde hoy reposa.
Sepulcro de Nicolás Ortiz (Capilla del Descendimiento de la Catedral de Toledo)
En los siglos siguientes a su muerte la Inquisición se convirtió en el tribunal que comenzaría a juzgar la sodomía, que no dejaría de ser perseguida como delito y pecado hasta que en el siglo XIX desapareciese el tribunal del Santo Oficio. Para entonces, los sodomitas habían dejado de serlo y se habían convertido en homosexuales, y la sodomía en homosexualidad, no un pecado ya, pero sí una enfermedad. Le quedaban aún muchas luchas al siglo XX para alcanzar días como hoy, en los que se condena pública y globalmente la LGTBfobia.
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