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“Bien sabéis como, por la gracia de Dios Nuestro Señor y con su ayuda, el rey mi señor y padre y la reina mi señora madre, que haya santa gloria, ganaron la ciudad de Granada y la Alhambra de ella, donde está la Casa Real, que es tan suntuoso y excelente edificio. Y la voluntad de los dichos reyes mis Señores y la mía siempre ha sido y es que la dicha alhambra y Casa está muy bien reparada y se sostenga, porque quede para siempre perpetua memoria”.

El 13 de septiembre de 1515, Juana de Castilla, hija de los Reyes Católicos, no dudaba del proyecto de conservación de la Alhambra heredado de sus padres. La innegable voluntad de mantener a toda costa viva la Alhambra, no sólo como manifestación del poder sino con la firme voluntad de hacerla habitable, quedaba clara en su carta anterior. Isabel y Fernando quisieron conservar para habitar la Alhambra, lejos de lo que muchas veces se piensa. Otra cosa es que se consiguiese con el paso del tiempo salvar la Alhambra y el Generalife después de 1492.

Vivir y soñar a la morisca: los Reyes Católicos en la Alhambra

El cuadro La rendición de Granada, pintado en 1882 por Pradilla y Ortiz, nos miente en muchos aspectos (¿qué retrato o cuadro historicista no lo hace?). El que me interesa aquí es el que tiene que ver con la actitud y la estética de Isabel y Fernando en su entrada a Granada: lejos de vestir como aparecen en el cuadro, pudieron hacerlo ataviados con telas y tejidos islámicos en lo que se vino a llamar a la morisca. Ya anteriormente lo había hecho Fernando en la toma de Illora en 1482, con ropas y armas moriscas como narró su cronista Gonzalo de Baeza, y lo hizo y siguió haciendo la reina hasta llegar a retratarse con camisas de tiras a la morisca en el retrato que Juan de Flandes le pintó en 1500. A la morisca pudieron entrar en Granada, a la morisca quisieron vivir allí en su nuevo palacio de la Alhambra y a la morisca finalmente se enterraron.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

La rendición de Granada por Francisco Pradilla y Ortiz, 1882 (Palacio del Senado de España)

La rendición de Granada se venía tratando mediante capitulaciones en los meses anteriores. Entre noviembre y diciembre de 1491 los Reyes Católicos acordaron que tras la entrega de la Alhambra retendrían a varios granadinos “por término de diez días, en tanto que las dichas fortalezas de la Alhambra y alficén [recinto amurallado] se reparan, proveen y fortalecen”. Inmediatamente después de la conquista, comenzaron las reparaciones y reformas para adaptarlo a su gusto y uso. Contrataron alarifes de Córdoba y de Zaragoza, artistas de la azulejería de Sevilla y pusieron a trabajar a “muchos sarracenos adornando y restaurando las pinturas y las demás cosas, con la finura propia suya”, como narró el viajero y geógrafo alemán Jerónimo Münzer en 1494 cuando visitó la ciudad.

Quien vigilaba las obras era el conde de Tendilla, nombrado alcaide de la Alhambra tras la conquista. Allí nació y creció su hija, María Pacheco, la última comunera y esposa del toledano Juan de Padilla. Los reyes y Tendilla fueron conscientes de algo fundamental, como era poner en manos locales, musulmanas primero y moriscas después tras la prohibición del islam en 1501, el cuidado y conservación de toda la colina de la Alhambra y el Generalife. El propio Tendilla adoptó como propia la estética islámica en su día a día, como cuenta Münzer, al que invitó al palacio e hizo sentarse en alfombras de seda, estando él vestido con ropas propias de la corte nazarí.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

La Alhambra desde el Generalife (Foto de Edu «Alhamar» Díaz Prados)

Algo innovador en un momento histórico, como cuentan Pepe Tito y Manuel Casares, “del que cabría esperar el rechazo del arte y la cultura de los vencidos frente a los valores de los vencedores, están vinculados a la auténtica moda de lo islámico que vive la España del Renacimiento en la que lo morisco se interpreta como sinónimo de refinamiento y lujo”. Moda o, mejor, gusto compartido que no era nuevo y que cualquiera que haya pisado el palacio del rey Pedro I en Sevilla o visto la colección de ropas y textiles de los reyes castellanos medievales conservada en las Huelgas de Burgos, sabrá que venía de lejos. Antes, durante y después de 1492, como desde hace años estudian y publican Paco Moreno, Javier Irigoyen o María Elena Díez Jorge.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Almohada de la reina Berenguela, con la shahada en árabe: «No hay más divinidad que Dios» (Patrimonio Nacional)

Islam e islámico operaban por separado en aquellas mentes que prohibieron y persiguieron la huella del islam como religión, pero aceptaron como propia -algo común ya desde los tiempos de Jiménez de Rada y Fernando III, como tantas veces dejó escrito Ruiz Souza- la herencia cultural andalusí. La ingente documentación conservada en ese sentido en el Archivo de Simancas no deja lugar a dudas del interés por preservar y seguir habitando la Alhambra, así como por mantener íntegra la mezquita de Córdoba. No fue hasta la llegada de Carlos V cuando se produjo la mayor demolición y ruptura del templo islámico, con la construcción de la Capilla Mayor, y contamos con una documentación valiosísima que recoge las actas del ayuntamiento cordobés del 29 de abril de 1523, en las que se recoge la protesta del Cabildo por la obra que ya se había decidido hacer por Carlos V, recordando que “otra vez que se intentó por el deán y cabildo trasmudar dicha obra, la católica reina doña Isabel, que sea en gloria, no lo consintió”. La estimación y el aprecio por la monumentalidad y la belleza de ambos lugares no se prestaba entonces para ninguna lectura religiosa para Isabel.

Las reformas en Granada comenzaron comunicando los dos palacios, el de Comares y el de Los Leones, para crear lo que se llamó en los documentos “la Casa Real Vieja” a la que se refería Juana. La primera de las salas visitables hoy, el Mexuar, también fue renovado con alfarjes, tribunas, cerámicas y heráldica castellana. Pero sobre todo como obra mayor se fortalecieron las defensas y murallas del alficén, el recinto amurallado.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Escudo de los Reyes Católicos superpuesto en los muros del Palacio de Muhammad V o de los Leones

Los emblemas de los reyes comenzaron a situarse por todos los palacios y puertas como la de la Justicia. En el Cuarto Dorado, que se convirtió en el cuarto privado de la reina, se colocaron quizá los primeros de todos. Así se fueron superponiendo en perfecta continuidad los emblemas y la memoria de unos reyes junto a otros, manteniéndose algo que el visitante hoy aprecia durante toda la visita, como son los incontables escudos con el lema nazarí. Todo ello venía a confirmar sin rupturas la continuidad de un poder real en la ciudad, más allá de lo religioso.

 

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Escudo y lema nazarí en el Patio de los Arrayanes

El viaje de Andrea Navagero y sus reflexiones sobre la Alhambra y el Generalife después de 1492

Cuando Münzer fue recibido por Tendilla durante su visita en 1494, la recepción en la Alhambra fue breve, pues el conde quería mostrarle lo más espectacular: los jardines, las huertas y la vegetación, las fuentes y los estanques. El agua era la verdadera magia para los recién llegados a Granada. Hoy la visita de todo el recinto se hace con una entrada conjunta que muchas veces lleva a la confusión y a pensar que son un mismo espacio, cuando el Generalife y la Alhambra se entendían como dos realidades distintas aunque hoy unidas por un puente y un mismo abastecimiento de agua, la presa y la acequia real.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Acequia real a su paso desde el Generalife a la medina y la Alhambra

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Presa para el agua de la acequia real antes de su llegada a la colina de la Sabika (Foto de Edu «Alhamar»).

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Presa de la acequia real (Foto de Edu «Alhamar»)

La acequia permitía generar un espacio agrícola en esa colina y es lo único que unía entonces al Generalife y la Alhambra. El agua conectaba la colina palatina (Alhambra y Alcazaba) con la finca de recreo y las zonas de cultivo (Generalife). Eran dos mundos distintos. Pero mientras la Alhambra recibió una atención enorme por parte de los reyes, el Generalife en particular y los huertos y jardines de toda Granada en general se fueron abandonando poco a poco. Décadas después de Münzer, un nuevo viajero dejó escrito los primeros síntomas de abandono de algo que no haría más que agravarse con el tiempo.

Andrea Navagero fue un humanista y diplomático, nombrado embajador de la República de Venecia ante la corte del recién nombrado emperador Carlos V. Ese fue el motivo que le trajo a España en 1525 y que dejó recogido en un breve diario de su viaje.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Portada del diario de Andrea Navagero (Biblioteca Nacional)

Su séquito desembarcó en Palamós, desde donde cruzaron el reino de Aragón hasta llegar a Toledo el 11 de junio, donde se encontraba el emperador con su corte. No puede decirse que a Navagero le entusiasmase Toledo, a la que volvería en Navidad para celebrarla con el emperador y a la que describió como una ciudad angosta, sin jardines ni huertos, amontonada de casas y de gente. Sufrió el calor del verano y el frío del invierno, como dejó recogido en su diario. Después de su estancia aquí continuó su viaje hasta Granada, donde llegaría en mayo de 1526.

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Mirador de Lindaraja, desde el que se veía el Albaicín antes de la construcción de los palacios renacentistas.

Navagero entró a Granada por la Puerta de Elvira, cruzó el Albaicín y sucumbió ante lo que veía, olía y escuchaba. Naranjas, limoneros y cítricos, laureles, frutales y sobre todo arrayanes, además de flores de todo tipo en casas y patios gracias a algo que no entendía: cómo todas las casas habían conseguido abastecerse de agua y cómo las principales llegaban a tener tres o cuatro fuentes. Granada seguía siendo un vergel rodeada de viviendas con jardines y huertos, lo que hoy llamamos cármenes. La vida de Granada gracias al milagro del agua enamoró a Navagero.  

En la Vega granadina “todo es bello y placentero, maravilloso, con tanto agua que no podía haber más, lleno de frutales de todo tipo, tantos que apenas se puede ver el cielo por la frondosidad de los árboles”, especialmente de los cerezos. Enormes zonas de cultivo y ajardinadas, cármenes mayores pero también “tantas casitas de moriscos dispersas por aquí y por allá que puestas juntas harían por sí mismas otra ciudad no menor que Granada.  Es cierto que la mayor parte son pequeñas, pero todas tiene su propia agua y rosa mosqueta y arrayanes y todo tipo de comodidades, mostrando cómo en el tiempo que la ciudad estaba en manos de los moros toda esta tierra era mucho más bella que ahora”.

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El Albaicín desde El Partal

El Generalife y la Alhambra después de 1492

El Albaicín y el Sacromonte desde la Alhambra

 

En 1526, tres décadas después de la conquista castellana, Navagero comenzaba a percibir cómo la voluntad de los reyes no era suficiente para salvar lo más valioso de la ciudad, que quizá no era para él la Alhambra, sino las huertas y jardines porque “los españoles, no sólo en esta tierra de Granada, sino en todo el resto de España, no son muy industriosos y ni plantan ni trabajan voluntariamente la tierra sino que se entregan a otras cosas y van voluntariamente a la guerra o a las Indias a hacerse ricos”. El embajador señalaba ya algo que muchos otros diplomáticos europeos también resaltarían del carácter español en los siglos siguientes: el abandono de los trabajos mecánicos y el convencimiento de que la fortuna se hacía en la guerra o en el comercio y la conquista americana, no ya en el campo. Por eso aseveraba que en el tiempo de los moros toda esta tierra era mucho más bella.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Descripción del Generalife por Navagero

Como no podía ser de otra forma, no fue la Alhambra (que describía como un palacio cuyos mármoles y yeserías le parecieron, cómo no, bellísimos) sino el Generalife lo que más atrajo su atención. “Es la cosa más bella que he visto en España” escribió Navagero, que ya había visto ciudades como Barcelona, Madrid, Toledo o Sevilla. Ninguna estaba a la altura de lo que vio en Granada. Canales, riegos, fuentes con saltos de agua pero también de suelo, arrayanes y naranjos tan altos que llegaban a los balcones, el olor y el sonido de todo ello, “en definitiva, creo que a este lugar no le falta cosa alguna tocante a la belleza y a la calma”. Era exactamente un lugar soñado para “quien goce de vivir en la quietud y tranquilidad de los estudios y los placeres de un hombre de bien, sin necesidad de más”. El Renacimiento antes del Renacimiento era lo que este italiano del siglo XVI, habituado a visitar palacios y jardines de todo tipo, encontró en aquella Granada creada en el siglo XIV, de la que Ibn al-Jatib escribió que “no hay, en fin, en torno de aquel recinto espacio alguno que no esté poblado de jardines, de cármenes y de huertos”.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Torres de la Cautiva y de las Infantas desde el Generalife

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Murallas de la Alhambra con el Albaicín de fondo

Pero algunos cármenes estaban reconvirtiéndose en monasterios, y el saber de los frailes no era el de los moriscos, cuya permanencia era la clave para la supervivencia del Generalife y de la Alhambra. No iba desencaminado Navagero. “Los inquisidores son los que podrían arruinar definitivamente esta ciudad, si de verdad llegan para investigar y proceder contra los moriscos”, dejó escrito en su último día del diario, justo antes de dejar la ciudad, consciente de las tensiones que los cristianos viejos generaban con su acoso y ataques a la comunidad morisca.

«Que los moriscos vuelvan a hacerse cargo». El Generalife después de la expulsión de los moriscos)

Pepe Tito y Manuel Casares han dado a conocer mejor que nadie la vida y la muerte del Generalife y de la Granada nazarí y morisca más verde. En sus trabajos podréis encontrar detenidamente el relato de cómo los peores presagios de Navagero se fueron cumpliendo hasta llegar al desastre.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Mirador del Palacio del Generalife

El deterioro de muchas de las zonas cultivadas se fue haciendo manifiesto en las décadas siguientes, con el desinterés del propio Carlos V y, finalmente, con el destierro de los moriscos a partir de 1568 decidido por Felipe II. El abandono de la agricultura y de la infraestructura hidráulica y la acequia comenzaron a hacerse irreversibles, porque el conocimiento de los moriscos era incomparablemente mayor que el de los cristianos viejos recién llegados. También lo era el interés por mantener en pie aquella herencia de la Granada nazarí de la que ellos, y no tanto los cristianos viejos, se sentían aún parte. Del mismo modo que Isabel había decidido no intervenir en la mezquita de Córdoba con obras significativas y sí lo hizo su nieto, lo mismo sucedió en Granada y Carlos V apostó por una nueva residencia palaciega cuya construcción implicó no sólo el interés por conservar y habitar la Alhambra, sino la destrucción de parte de algunos palacios conservados hasta entonces. 

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Palacio de Carlos V (fachada trasera)

En 1570 Alonso de Granada Venegas, morisco heredero de la aristocracia nazarí y alcaide del Generalife, se dirigía a Felipe II advirtiéndole del desastre que supondría expulsar a los moriscos: “está obligado a procurar su conservación, la cual consiste en haber hombres que tengan cuenta con la culturación y granjería de las huertas y jardines que tienen, que sean prácticas y experimentadas en ello, y estos no los haya sino moriscos, por cuyas manos han sido siempre tratadas y gobernadas. Y si no se dejasen algunos oficiales jardineros, barrenderos, cañeros y hortelanos para este efecto se vendría a perder y destruir en breve tiempo, que sería grande lástima siendo una de las mejores casas de recreo que Su Majestad tiene”. Un año después, Alonso de Morales, hortelano del Generalife, se lamentaba que “a las huertas les ha faltado muchas y diversas veces el agua, y están todos los árboles maltratados y otros muchos secos y desgajadas las ramas. Y por causa del mucho número de soldados que como es notorio acudieron a esta ciudad con la guerra (…) se entraban en la dicha huerta por las paredes haciendo portillo para ello y comían y robaban la fruta, cortaban los arboles hacían grandes daños”. Es de enorme valor esta opinión de quienes entendían qué implicaba mantener viva esa colina, no solamente como un lugar de huertas que rendían beneficio económico, sino también como joya de la realeza española más allá de si esta era musulmana o católica.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Jardín central del Palacio del Generalife

Alonso de Granada Venegas volvió en 1571 a exponer a Felipe II la urgente de necesidad de mantener a los moriscos porque “no hay hortelanos ni jardineros que cultiven ni beneficien las dichas huertas y jardines, que los cristianos viejos no las entienden y los que se han puesto las destruyen más. Y por ello es necesario que los moriscos que las tenían vuelvan a hacerse cargo”. La ruina comenzaba a ser tan amenazante que varios priores de monasterios como el de los descalzos de los Mártires o Santa Catalina de Siena, se sumaron a esta petición para que se limpiase y cuidase la acequia que abastecía de agua a la colina porque “la dicha Alhambra obras y monasterios padecen gran trabajo y necesidad y es causa que la dicha fortaleza se esta despoblando y no hay quien quiera morar en ella por faltar el agua la mayor parte del año”. No sirvió de nada y Felipe II continuó deportando y esclavizando a miles de moriscos en el interior de Castilla.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

La Alhambra, el Albaicín y la Vega desde el Generalife

 

En 1601, Luis Mármol confirmaba la ruina: “quedó grandísima lástima a los que habiendo visto la prosperidad, la policía y el regalo de las casas, cármenes y huertas, donde los moriscos tenían todas sus recreaciones y pasatiempos, y desde ha pocos días lo vieron todo asolado y destruido”. La acequia y el “milagro del agua” que mantenía con vida Alhambra y Generalife colapsaron y se perdieron. Tanto que hacia 1674 todo ese espacio se dedicó a la siembra  de secano “de trigo y cebada, y se han hecho tierras calmas por falta de agua y haber faltado por quiebra de sus conducciones y cegadas las norias de donde se sacaba dicha agua para llenar los estanques para el riego de dichas tierras, donde se divisan al presente y reconocen arruinadas”. El tiempo de los arrayanes, los frutales y las fuentes había pasado ya para siempre. La ruina del siglo XVII tocó techo en el siglo XVIII, cuando toda la colina de la Alhambra y el Generalife sufrieron una despoblación masiva, convirtiéndolos en un yacimiento arqueológico, unas ruinas ajardinadas sin uso, como podéis leer en los trabajos de Julio Navarro Palazón.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Puerta de los Picos en ruinas por Richard Ford, 1831 (Patronato de la Alhambra)

“Y quiero y mando que mi cuerpo sea sepultado en la Alhambra”.

Empezaba esta historia señalando algo que a veces es menos conocido por las implicaciones que tuvo la conquista de Granada pero sobre todo por las que tiene hoy en el imaginario colectivo de la izquierda y de la derecha españolas. Derrota y pérdida de un tiempo cercano a un paraíso para los primeros, victoria de la fe y de la nación española para otros, situar en ese debate maniqueo la voluntad de Isabel la Católica por mantener y habitar en la Alhambra es complicado. Terminar esta historia hablando de la voluntad, además, de ser enterrada allí puede que ayude a entenderlo mejor, o quizá a todo lo contrario.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Testamento de Isabel la Católica, 1504 (Archivo General de Simancas)

 

La Alhambra que hoy vemos se la debemos en gran medida a Torres Balbás, que la estudió, cuidó y purgó de elementos añadidos y ensoñaciones orientalistas durante los años en los que trabajó en ella. Si hoy no tenemos esa imagen de ruina arqueológica en la que se convirtió, es sobre todo por él. Decía que aunque no quedaba testimonio explícito de la afición de Isabel por la Alhambra, “elocuentemente la pregona su deseo de que sus restos mortales reposasen en la colina roja, dentro de su recinto, circundado por muros de tapial, en un modesto convento franciscano establecido en un palacio islámico (…) ¡Qué humanamente sencillo, qué henchido de humilde espíritu cristiano parece este pequeño templo, elegido para sepultura por la gran reina!”. Ese convento franciscano, construido tras reutilizar palacios nazaríes anteriores, aún puede visitarse, pues lo que ha sobrevivido a la ruina de los últimos siglos es hoy parte del parador de turismo. Bien señalizado y de acceso libre, la sala que formó parte de un palacio nazarí y que Cisneros reutilizó para que los frailes de su orden habitasen ese espacio tras la conquista, contiene el lugar en el que se cumplió la última voluntad de la reina: “Y quiero y mando que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco, que es en la Alhambra de la ciudad de Granada”, como dejó escrito en su testamento.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Sala con cúpula de mocárabes donde fue enterrada Isabel la Católica.

Lejos del gótico que hoy asociamos con los Reyes Católicos, especialmente en Toledo, cuyo programa propagandístico va unido a San Juan de los Reyes (también monasterio franciscano, también promovido por Cisneros y también levantado tras destruir en este caso parte de la judería), la reina eligió un lugar absolutamente islámico para enterrarse, bajo cúpulas de mocárabes que de ninguna forma le resultaban ajenas ni extranjeras. Ya había vivido en Santa Clara de Tordesillas y durante algunos años en el Alcázar sevillano, donde jamás intervino para hacer una reforma.

El Generalife y la Alhambra después de 1492

Primera tumba de Isabel la Católica en la Alhambra.

 

En ese lugar de la Alhambra estuvo sepultada desde 1504 hasta 1516, y desde ese año hasta 1521 junto a Fernando. En 1521 ambos fueron trasladados a la Capilla Real. A partir de entonces, sería Carlos V quien promoviese la gran obra que lleva su nombre en el recinto palatino y quien inaugurase una nueva etapa en los gustos e intereses de la Corona, que ya no pasaban por mantener “una de las mejores casas de recreo que Su Majestad tiene” como habían deseado y ordenado sus abuelos.

Si os quedáis con hambre de plantas y vergeles, el bueno de Eduardo Díaz Prados, amigo, historiador y paisajista, en su podcast Raíces de Granada y en su perfil de instagram @edualhamar os cuenta de maravilla esta otra Granada (y esa otra también, todas). Él me chiva que, unido a la ruina del relato que os he contado, habría que sumar el penoso siglo XX en el que bastantes más acequias se han perdido ahí, en la Vega o la Alpujarra con el desarrollismo descontrolado de la segunda mitad de siglo y de lo que llevamos de este. Pero que aún así, siempre optimista, “no se perdió del todo”. Gloria para los Edus de hoy y los Granada Venegas de entonces, que pelean y pelearon por conservar y habitar, de una forma u otra, un espacio y un tiempo en el que la ciencia, la espiritualidad y el disfrute no tenían tan delimitadas sus fronteras.

El Generalife y la Alhambra después de 1492.

Yehuda Ibn Tibbón Crew, 2022.

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