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            Toledo atesora un enorme patrimonio material, tanto que en muchas ocasiones no ha sido posible conservarlo. Ese patrimonio visible (y visitable) es una de las dos caras de la misma moneda, cuyo reverso ha sufrido aún peores envites con el paso de los años. Me refiero al patrimonio inmaterial, al invisible, al que da sentido al pueblo que habita esta enorme roca desde hace 2000 años y que ha ido cambiando con el paso de los siglos. Fiestas, cánticos, danzas, recetas de comida, mitos, miedos, leyendas, aromas, romerías y todo tipo de costumbres que fueron compartidas siglos atrás y de las que hoy apenas queda recuerdo, unas por abandono y otras por distintas coyunturas históricas. Durante casi cuatro siglos una de ellas dio vida a las ahora poco vivas noches toledanas, llenando las calles de olores, sabores y sonidos hoy perdidos. Me refiero al Ramadán que hoy comienza y que se extenderá durante todo el mes lunar que rige la vida de los musulmanes y musulmanas de todo el mundo.

            Ramadán ocupa el noveno mes en el calendario lunar islámico y es especialmente venerado como el mes en que fue revelado el Corán. El ayuno es uno de los cinco pilares fundamentales del Islam y tan sólo una parte de Ramadán que es, ante todo, un mes destinado no sólo al ayuno (por lo que generalmente lo conocemos quienes hemos sido educados en la fe católica) sino especialmente a la introspección y a la oración, a la reflexión. Pero el ayuno es, quizá, lo que marque más profundamente el día a día de quienes lo practican, como también la ruptura del ayuno o iftar marca las noches de este mes. Apenas visible en el Toledo actual, pues la comunidad islámica es mucho más minoritaria de lo que lo fue la cristiana en tiempos de Tulaytulá, en aquellos años de pertenencia de nuestra ciudad a Al Andalus cada noche de Ramadán debía ser una gran fiesta. Y como tal, aunque nos cueste creerlo, participarían también de ella las poblaciones de cristianos y judíos.

            Al Andalus era una entidad política en la que el Islam era la religión mayoritaria y todos sus dirigentes participaban de ella. Más allá de la práctica diaria de la fe, las costumbres y rutinas eran compartidas muchas veces por igual entre sus habitantes. Y, ¿quién no iba a celebrar una fiesta pudiendo hacerlo? La interrelación entre cristianismo e islam fue constante y frecuente desde la conquista de la península del 711. Ambos fueron siempre más numerosos que los judíos, ambos compartieron el reparto del poder durante toda la Edad Media, ambos reutilizaron espacios de culto y tanto unos como otros modificaron rasgos culturales del otro en mayor o menor medida. Con muchos matices y algunos periodos de inusitada violencia, ambos convivieron durante siglos por interés y obligación, y generalmente consiguieron hacerlo en paz. La jerarquía eclesiástica marcó una enorme distancia con las celebraciones judías, consideradas siempre propias de un pueblo afín teológicamente pero deicida que, además, nunca llegó a tener un poder político como el islam con el que intentar congraciarse. En cambio, toleró que la minoría cristiana celebrase junto a la mayoría musulmana ciertas fiestas, algo que a la inversa sucedió igualmente a lo largo de la historia de Al Andalus.

Foto de Víctor Sánchez Infantes

            Los andalusíes observaban y respetaban rigurosamente las principales fiestas del calendario musulmán. La condición minoritaria de los cristianos hacía difícil oponerse a ellas y, por tanto, a la religión impuesta desde arriba. Pero qué duda cabe que en el ánimo de los andalusíes cristianos, los mozárabes, estaba también el de celebrar con sus vecinos sus principales fiestas. Despojadas de sus sentido devoción y religioso, las fuentes árabes nos hablan de cómo los cristianos de Al Andalus celebraban el Ramadán, especialmente la Noche del Destino o Laylatu l-Qadr en la que se conmemoraba la revelación del Corán a Mahoma, así como distintos ayunos diarios y especialmente el Id al-Fitr que señala la luna nueva del fin de Ramadán. Nadie exigía a cristianos y cristianas que ayunasen, y con seguridad no lo harían, pero sí se sumaban a esa parte festiva que cada noche unía alrededor de una mesa a vecinos y vecinas de Toledo y otras ciudades de Al Andalus. ¿Acaso hoy alguien exige a quienes se suman a la celebración de Halloween o de Santa Claus que crean o conozcan la tradición tras la cual estas celebraciones surgieron y han llegado hasta España? Entonces tampoco.

            Pero quizá lo más sorprendente para quienes leen este blog, en un momento en el que la toxicidad informativa alcanza cotas de absoluta desvergüenza, sea saber que también la mayoría de musulmanes y musulmanas celebraban fiestas cristianas con absoluta libertad y voluntad. Se trataba de respeto, interés y convivencia, sin más. Jesucristo, profeta igualmente respetado en el islam, no suponía una figura polémica para la mayoría musulmana, como tampoco lo era Juan Bautista. Ambos eran celebrados asiduamente en Al Andalus por las comunidades religiosas mayoritarias. El cristianismo, según su seguimiento del calendario gregoriano (juliano entonces, antes de la reforma del siglo XVI), determinaba el paso del 31 de diciembre al 1 de enero como la gran fiesta de Nochevieja y de Año nuevo a la que anualmente se sumaban miles de musulmanes. Por igual, las familias de unos y otros compraban frutas, horneaban pasteles enormes con formas de ciudades y recintos amurallados (un claro precedente de los actuales roscones de Reyes) y se reunían a comer el primer día del año cristiano tras la fiesta celebrada el día anterior. Lo mismo sucedía meses después durante el Jueves Santo cristiano o Jamis Abril musulmán, que conmemora la última cena de Jesucristo con sus apóstoles y se celebraba en los hogares de unos y otros indistintamente, o la fiesta de Pentecostés que Ibn Hayyan cita como habitual en su Muqtabis entre las celebraciones musulmanas. Especialmente famosa era entre andalusíes la noche de San Juan o Mahrayan (vocablo de origen persa que convivía con el término Ansara en Al Andalus), que conmemora el solsticio de verano a finales de junio. Para aquella fiesta se encendían hogueras en playas y campos, despojándose de las ropas usadas y colgándolas para que el rocío de la noche las bañase y cocinando y comiendo por igual la al-mujabbana o almojábana, un pastel relleno de queso frito y cubierto de azúcar de canela, miel y agua de rosas que eran especialmente famosas en Toledo, Jerez y el Magreb.

Foto de Conchi

            Frente a la tradición cristiana que celebraba desde muy al comienzo el nacimiento de Jesucristo, en el islam la celebración de Mahoma resultaba imposible, pues no se sabía la fecha de su nacimiento. Renunciar a una fiesta como la celebrada por los cristianos era algo a lo que los musulmanes andalusíes no estaban dispuestos, así que durante siglos en muchas ciudades de Al Andalus y del Dar al Islam comenzó a celebrarse el Mawlid, la fiesta por el nacimiento del profeta Mahoma. Las familias andalusíes se obsequiaban con reglaos, acudían a los mercadillos callejeros en los que se vendían dulces y comida típicos de esa época, frutos secos, etc. Y al igual que ahora, algo que inevitablemente atraería hacia la fiesta a asalariados y jóvenes, las clases escolares y algunos trabajos se suspendían durante días, con el objetivo de priorizar así cualquier celebración conjunta. Tal fama alcanzó esta fiesta entre los vecinos musulmanes de Al Andalus que el rey de la taifa de Ceuta, Abu l-Qasim al-Azafí, se escandalizaba en el siglo XIII de cómo sus correligionarios parecían más interesados porque llegase esta fiesta o la noche de San Juan que cualquiera de las propias reservadas para un musulmán. Categóricamente creía que «el que imita a gente extraña [los cristianos] termina convirtiéndose en uno de ellos]» y no dudó en invertir la situación importando una celebración ajena a un calendario propio. Desde el siglo XIII, el Mawlid quiso extenderse desde el sur como una enorme fiesta en la que los banquetes, las poesías, la música y la propaganda monárquica ocupaban varios días del mes de Rabi al-Awwal, tercero del calendario musulmán. Pero ante la obviedad histórica de no conocer la fecha exacta del nacimiento del profeta, la fiesta no cuajó como si lo había hecho entre los sultanes de Fez y de Tremecén, y los intentos políticos de ulemas y alfaquíes se dirigieron a perseguir la celebración conjunta de la Navidad entre musulmanes y cristianos.

            El ambiente de permisividad y tolerancia que narran las fuentes de los primeros siglos de Al Andalus cambia por completo al atender al periodo de dominación almorávide y, muy especialmente, almohade. La intolerancia y la ortodoxia se dispararon con la llegada de los últimos grandes señores de un Al Andalus que entraba en decadencia, mientras que al otro lado de la frontera comenzaba a configurarse gracias a la expulsión y marcha voluntaria de muchos andalusíes una nueva entidad de cultura y superioridad intelectual: el Toledo conocido como la Ciudad de las Tres Culturas. Miles de judíos que huyeron tras masacres como la que arrasó la judería de Lucena, cristianos y musulmanes se refugiaron en Toledo y ayudaron a hacer de esta ciudad el centro cultural y científico principal de Occidente al menos hasta el siglo XIV, cuando el antisemitismo y el fin de la conquista cristiana peninsular rompieron aquel soñado proyecto de convivencia. Las Tres Culturas y la costumbre de celebrar ciertas fiestas de forma conjunta desapareció de la naciente España, pero se mantuvieron vivas en territorios más orientales como lo era la Palestina histórica y Tierra Santa. Allí había llegado en 1615 el fraile franciscano Blas de Buiza, con el objetivo de entregar los 16.000 reales recaudados en Europa para el mantenimiento de la custodia franciscana de Jerusalén. Años después imprimió un diario de su viaje titulado Relación nueva, verdadera y copiosa de los sagrados lugares de Jerusalén en el que narraba como el Domingo de Ramos en Jerusalén «todos los cristianos, hombres y mujeres y niños de aquellas partes, y los peregrinos que de estas en aquella sazón se hallan, echan sus capas y vestiduras por el suelo y las mujeres sus tocas, haciendo grande demostración de alegría cuando el asnillo las pisa, besándolas muchas veces cuando las tornan a levantar y hasta los mismos turcos que están esperando este día con singular alborozo se hallan presentes, y echan flores en la tierra por donde pasa el jumentillo, y en su lengua cantan el Hosana en señal de alegría, y lo acompañan hasta dentro del convento (…) La cual es una ceremonia muy tierna y devota que mueve grandemente a los que la ven a compunción y lágrimas». Tiempos recios para la España de Santa Teresa (cronista de su época, descendiente de judíos conversos y objetivo de las sospechas de la Inquisición), en las antípodas de aquello que siglos atrás había sido en relación a la convivencia de las tres religiones.

            Hoy nuevamente Ramadán es una celebración que casi dos millones de españoles y españolas celebran anualmente. Incluso, en algunos países de mayoría cristiana como Etiopía, se sigue celebrando de forma parecida a como pudo hacerse en Al Andalus. Por eso desde Tulaytulá os animamos a curiosear sobre esta fiesta, a FELICITAR (y no a compadecerse) a quienes lo celebran y, si podéis, a disfrutar de alguna ruptura nocturna del ayuno si tenéis la suerte de que se os invite. Como os decía líneas atrás, todo se basa en tener respeto, curiosidad e interés por quienes desde siempre han estado aquí, aunque sea obligados a ocultarse. Si muchos mozárabes no tuvieron prejuicios en hacerlo hace 1000 años, ¿por qué habríamos de tenerlos ahora?

 

Procesión del último emperador mogol, Bahadur Shah, para celebrar el Eid al-Fitr o fin del ayuno del mes de Ramadán en 1843

 

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